El siervo en oración

31 May

Muy interesante resulta analizar la vida de Jesús. Mas aun interesante es ver como el Señor oraba. Eso es de las cosas que mas le llamó la atención a sus discípulos, a tal punto que le pidieron que por favor,les enseñase a orar.

El Señor siempre oraba al Padre y buscaba las fuerzas espirituales para llevar a cabo su obra. A menudo le vemos en la escrituras, saliendo temprano a un lugar desierto y orar.

“Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba.” (Mar.1:35 RVR1960)

“Despedida la multitud, subió al monte a orar aparte; y cuando llegó la noche, estaba allí solo” (Mat.14:23 RVR 1960).

“Despedida la multitud, subió al monte a orar aparte; y cuando llegó la noche, estaba allí solo.” (Luc.4:42 RVR1960)

“En seguida Jesús hizo a sus discípulos entrar en la barca e ir delante de él a la otra ribera, entre tanto que él despedía a la multitud. Despedida la multitud, subió al monte a orar aparte; y cuando llegó la noche, estaba allí solo.” Mat.14:22-23 RVR 1960)

“En seguida hizo a sus discípulos entrar en la barca e ir delante de él a Betsaida, en la otra ribera, entre tanto que él despedía a la multitud. Y después que los hubo despedido, se fue al monte a orar; y al venir la noche, la barca estaba en medio del mar, y él solo en tierra.” (Mar. 6:45-47 RVR 1960)

“Al anochecer, descendieron sus discípulos al mar, y entrando en una barca, iban cruzando el mar hacia Capernaum. Estaba ya oscuro, y Jesús no había venido a ellos.” (Jn. 6:16-17)

“Y la barca estaba en medio del mar, azotada por las olas; porque el viento era contrario. Mas a la cuarta vigilia de la noche, Jesús vino a ellos andando sobre el mar” (Mat 14:24-25 RVR 1960)

“Y viéndoles remar con gran fatiga, porque el viento les era contrario, cerca de la cuarta vigilia de la noche vino a ellos andando sobre el mar, y quería adelantárseles.” (Mar. 6:48 RVR 1960)

“Y se levantaba el mar con un gran viento que soplaba” (Jn 6:18 RVR 1960)

“Y los discípulos, viéndole andar sobre el mar, se turbaron, diciendo: ¡Un fantasma! Y dieron voces de miedo. Pero enseguida Jesús les habló, diciendo: ¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!” (Mat. 14:26-27 RVR 1960)

“Viéndole ellos andar sobre el mar, pensaron que era un fantasma, y gritaron; porque todos le veían, y se turbaron. Pero en seguida habló con ellos, y les dijo: ¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!” (Mar. 6:49-50 RVR 1960)

“Cuando habían remado como veinticinco o treinta estadios, vieron a Jesús que andaba sobre el mar y se aceraba a la barca; y tuvieron miedo. Mas él les dijo: Yo soy; no temáis.”

(Jn. 6:19-20 RVR 1960)

“Entonces le respondió Pedro, y dijo: Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas. Y él dijo: Ven. Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús. Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame! Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste? Y cuando ellos subieron en la barca, se calmó el viento. Entonces los que estaban en la barca vinieron y le adoraron, diciendo: Verdaderamente eres Hijo de Dios.” (Mat. 14:28-33 RVR 1960)

“Y subió a ellos en la barca, y se calmó el viento; y ellos se asombraron en gran manera, y se maravillaban. Porque aún no habían entendido lo de los panes, por cuanto estaban endurecidos sus corazones.” (Mar. 6:51-52 RVR 1960)

Actitudes de Jesús acerca de la oración que se deducen de estos pasajes:

«1) Alejó a sus discípulos. “Hizo a sus discípulos entrar en la barca”. Literalmente dice “obligó (ordenó) a sus discípulos a subir a la barca e ir delante de él a la orilla opuesta” Posiblemente ellos querían quedarse a su lado, pensando que le estaban haciendo un favor con su compañía.

(2) Despidió a la multitud. Así dio por terminada la reunión. Pero tuvo que quedarse un tiempo más porque probablemente muchos vendrían a él para darle las gracias y decirle algo antes de irse.

(3) Buscó un lugar solitario. “subió al monte a orar aparte” o “en privado”. La expresión “a orar” está en aoristo en griego, esto indica la urgencia ante una tentación.

Jesús comenzó a caminar a la “cuarta vigilia de la noche”. La cuarta vigilia abarcaba desde las 3 a las 6 hs. de la noche. La Nueva Biblia Española traduce directamente “de madrugada”. Si esto ocurrió durante el verano (porque antes de la multiplicación de los panes Jesús hizo sentar a la gente sobre la hierba verde) se hizo oscuro aproximadamente a las 20.00 a 20.30 hs. y fue en ese momento que se quedó solo en la montaña. Si reducimos al máximo el tiempo que dedicó a la oración, debemos pensar que oró unas 6 horas (desde las 21 a las 3). Pero si Jesús vino a sus discípulos antes que amaneciera y le damos más tiempo, tendríamos que admitir que estuvo orando desde las 20.30 hasta las 5.30 hs. en total: 9 horas.

En algunas tablas dice que un estadio equivale a 180 metros y en otras 192 metros. Sea como sea, ellos ya habían remado aproximadamente entre 5 y 6 kilómetros.

La palabra fantasma es de origen griego: fantasma y significaba espectro (es decir, de apariencia horrible), también significaba “aparecer” o “aparecido”. En el uso popular se empleaba para describir la aparición de difuntos. Marcos dice que los discípulos gritaron “porque todos le veían”. Cuando una sola persona dice ver una aparición, y los que lo acompañan no ven nada, el grupo termina riéndose. Pero en este caso, se asustaron mucho porque todos vieron lo mismo: a una persona que caminaba sobre el agua.

Probablemente uno de los temas de conversación de los discípulos giraba alrededor de apariciones y fantasmas. Y siempre que se habla de esto la imaginación reinterpreta los ruidos, sombras y movimientos de la naturaleza. Esto explica por qué a Jesús lo confundieron con un fantasma y todos sus temores explotaron en un grito de terror. Tanto ellos como nosotros tenemos guardados temores desde nuestra niñez, y cada tanto, esos temores, bajo ciertas circunstancias, pueden volver a aparecer. Cuando Jesús oyó sus gritos, inmediatamente los tranquilizó diciendo: “Animo, yo soy, no tengan miedo” (NBE) Cualquiera que sean nuestras circunstancias donde tengamos miedo, la presencia de Jesús siempre trae tranquilidad, confianza y paz.

En primer lugar, Pedro dejó de mirar a Jesús y dirigió su mirada al efecto de los vientos sobre el lugar “al ver el fuerte viento,”

En segundo lugar, el miedo lo dominó: “tuvo miedo”

En tercer lugar, dudó. “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?” Pero más allá de todo esto, debemos también preguntarnos si Pedro no estaba dudando desde el principio. Porque el relato nos dice que el no estaba seguro que era Jesús y le pide una señal: “Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas”. Muchos creyentes han naufragado en su vida cristiana porque no estaban seguros si lo que han sentido u oído provenía realmente del Señor. Y lo primero que se les ocurrió fue pedir una señal, pero no han tenido en cuenta que el cumplimiento de una señal no nos libra de “los fuertes vientos”.

Marcos nos dice que cuando Jesús subió a la barca, se calmó el viento. Los discípulos se asombraron en gran manera “porque aun no habían entendido lo de los panes, por cuanto estaban endurecidos sus corazones.”.

La Nueva Versión Internacional traduce “estaban sumamente asombrados porque tenían la mente embotada”

Nueva Biblia Española: “Su estupor llegó al colmo, porque estaban obcecados”

La expresión en griego podría traducirse también que estaban “insensibles, duros, obstinados”.

Cuando el corazón está duro, es decir, cuando uno se vuelve obcecado, insensible u obstinado, no entiende nada. Jesús multiplicó los panes y los peces, sin embarco, los discípulos se quedaron en el mismo nivel que tenían antes. Si hubieran creído en la divinidad de Jesús, no se habrían sorprendido que caminara sobre el mar ni que ante su presencia en el barco el viento se calmara. »(1)

Jesús se retiraba voluntariamente lejos de la gente, para dedicarse a la oración. «Los viajes a Tiro y a Sidón o a cesare de Filipo, tuvieron por objeto retirarse del tumulto y de la lucha ocasionada por su ministerio publico, para que tuviese oportunidad de orar y pensar solo…» (2)

Aquí encontramos otro principio fundamental para nuestras vidas observando al Señor. El nos dejo la oración modelo, el Padre Nuestro.

En Internet hay una animación, con el padrenuestro en español, muy hermoso. (3)

Los discípulos estaban sorprendidos de la vida de oración del Señor, y expectantes por esto, le pidieron al Señor que les enseñase a orar, y el les enseño lo que se conoce como “El Padre Nuestro”:

“Vosotros, pues, orad de esta manera: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo. “Danos hoy el pan nuestro de cada día. “Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores. “Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal. Porque tuyo es el reino y el poder y la gloria para siempre jamás. Amén.” (Mat 6:9)

Según la enciclopedia Wikipedia ”El Padrenuestro (del latín, Pater Noster) es el nombre de una oración cristiana dada a conocer por Jesús de Nazaret según relatan los evangelios de Mateo (Mat 6:9-13) y de Lucas (Luc 11:1-4)” (4)

El padre nuestro tiene varios niveles:

I Padre nuestro

II. que estás en los cielos

III. Santificado sea tu nombre:

IV. Venga tu reino:

V. Hágase tu voluntad:

VI. Así en la tierra como en el cielo:

VII. “Danos hoy el pan nuestro de cada día:

VIII. “Y perdónanos nuestras deudas como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores:

IX.”Y no nos metas en tentación:

X. más líbranos del mal:

XI. Porque tuyo es el reino y el poder y la gloria para siempre jamás:

Otros momentos de oración fueron:

  • Luego del bautismo en el río Jordán por Juan el Bautista, fue llevado por el espíritu Santo al desierto, donde fue tentado por Satanás. El Señor se dedicó cuarenta días y cuarenta noches a orar y ayunar, y a escudriñar las escrituras o reflexionar en ellas, probablemente el libro de Deuteronomio, que fue el que utilizó sus pasajes para resistir las tentaciones del maligno. (Jn 4:1-11)

Antes de escoger a sus discípulos, pasó toda la noche en oración (Luc. 6:12-16)

«Una y otra vez Jesús procuraba estar a solas con su Padre en oración, sobre todo en los momentos de decisiones trascendentales.

(1) Una noche entera dedicada a la oración dio resultados formidables Después de esa noche de oración, Cristo escogió a los doce que fueran sus apóstoles (vv. 13-16), sanó a muchos enfermos (vv. 17-19) y predicó su sermón más citado 20-49).

(2) Si Jesucristo, el perfecto Hijo de Dios, pasó toda una noche en oración al Padre a fin de tomar una decisión importante, cuánto más el creyente, con todas sus debilidades y fracasos, necesita pasar noches en oración y en íntima comunión con el Padre celestial.» (5)

  • La resurrección de su amigo Lázaro: (Jn 11:41-44)

Jesús tremendamente conmovido en su espíritu por la muerte de su amigo y el dolor de las hermanas de Lázaro, y al ver lo horrible que es la muerte, oró y Lázaro resucitó.

Primero agradeció al Padre que siempre le oía. Luego ordeno a Lázaro salir de la tumba y a sus familiares desatarle de las vendas

La enciclopedia Wikipedia nos habla de Lázaro, amigo de Jesús:
«“Lázaro o Lázaro de Betania es un personaje bíblico que aparece sólo en el Nuevo Testamento, hermano de María y Marta de Betania. Vivió en Betania, un pueblo en las afueras de Jerusalén. En su casa se hospedó Jesús al menos en tres ocasiones (Mat. 21: 17; Mar. 11:1, 11, 12; Luc. 10:38; Jn. 11:1). Es muy famoso principalmente porque según el Evangelio de (Jn 11:41-44) fue revivido por Jesús. A partir de esta historia su nombre es utilizado frecuentemente como sinónimo de resurrección.” » (6)

La enciclopedia Wikipedia nos habla de Lázaro, amigo de Jesús:
«“Lázaro o Lázaro de Betania es un personaje bíblico que aparece sólo en el Nuevo Testamento, hermano de María y Marta de Betania. Vivió en Betania, un pueblo en las afueras de Jerusalén. En su casa se hospedó Jesús al menos en tres ocasiones (Mat. 21: 17; Mar. 11:1, 11, 12; Luc. 10:38; Jn. 11:1). Es muy famoso principalmente porque según el Evangelio de (Jn 11:41-44) fue revivido por Jesús. A partir de esta historia su nombre es utilizado frecuentemente como sinónimo de resurrección.” » (6)


El impacto de este evento, fue tan grande que

a. Muchas de las amistades y conocidos de Lázaro creyeron en Jesús: (Jn 11:45)

b. Conspiraron las autoridades religiosas contra Jesús para quitarle la vida (Jn. 11:53,57)

c. Jesús se tuvo que alejar de la zona y andar con cuidado para evitar que lo maten antes de tiempo (Jn. 11:54)

  • Sanó a un leproso galileo mediante la palabra y el contacto de su mano (Mar 1:40-45; Mat 8:1-4; Luc 5:12-16)
  • Sanó la fiebre de la suegra de Pedro, en su casa en Cafarnaúm, tomándola de la mano (Mar 1:29-31; Mat 5:14-15; Luc 4:38-39)
  • Sanó a un hombre con la mano seca en sábado en una sinagoga, mediante la palabra (Mar 3:1-6; Mat 12:9-14;Luc 6:6-11);
  • Sanó a un sordomudo en la Decápolis metiéndole los dedos en los oídos, escupiendo, tocándole la lengua y diciendo: “Effatá”, que significa “ábrete” (Mar 7:31-37);
  • Sanó a un ciego en Betsaida poniéndole saliva en los ojos e imponiéndole las manos (Mar 8:22-26);
  • Sanó a distancia al criado del centurión de Cafarnaúm (Mat 8:5-13, Luc 7:1-10, Jn 4:43-54; Jn 4:43-54)
  • Sanó a una mujer que estaba encorvada y no podía enderezarse, mediante la palabra y la imposición de manos (Luc 13,10-17). Esta curación tuvo lugar también en sábado y en una sinagoga
«Capernaúm o Cafarnaún ([Kəfar Nāḥūm], “pueblo de Nahum”), era un antiguo poblado ubicado en Galilea, hoy Israel, a orillas del mar de Galilea, también llamado lago Tiberiades o Kineret. Es conocida por los cristianos como “la ciudad de Jesús”; nombrada en el Nuevo Testamento, fue uno de los lugares elegidos por Jesús de Nazareth para trasmitir su mensaje y realizar algunos de sus milagros. Se encuentra a 2.5 km de Tabgha y a 15 km de la ciudad de Tiberías, en el margen noroeste del lago.» (7)
  • Sanó a un paralítico en Cafarnaúm que le fue presentado en una camilla y al que había perdonado sus pecados, ordenándole que se levantara y se fuera a su casa (Mar 2:1-12; Mat 9:1-8; Luc 5:17-26)
  • Jesús pronunció esta palabra al leproso,

“Sé limpio e inmediatamente fue sanado”. (Mat. 8:1-4)

  • Jesús pronunció esta palabra al hombre que estaba en el estanque de Betesda, que desde hacía 38 años era paralítico,

“Levántate, toma tu lecho y anda” e inmediatamente el hombre se levantó y caminó. (Jn. 5:1-16)

  • A la mujer con un espíritu de enfermedad que tenía desde hace 18 años, Jesús pronunció esta palabra,

“Mujer eres libre de tu enfermedad”. Él puso Sus manos sobre ella y enseguida se enderezó. (Luc. 13:11-13)

  • Al hombre que estaba sordo y mudo, Jesús pronunció esta palabra,

“Sé abierto”

e inmediatamente los oídos se abrieron, su lengua se soltó y habló claramente”. (Marcos 7:31-37)

  • Al ciego en Jericó, Jesús le dijo,

“Recibe tu vista, tu fe te ha salvado”

e inmediatamente recibió la vista. (Lucas 18:42-43)

  • Al hijo de la viuda que había muerto Jesús le dijo esta palabra,

“joven, a ti te digo, levántate” y el joven se levantó y comenzó a hablar (Luc. 7:11-16)

  • Al instituir la ultima cena:

“Y mientras comían, tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo. Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados.” (Mat. 26:26-28 RVR 1960)

“Oyéndolo Jesús, se apartó de allí en una barca a un lugar desierto y apartado; y cuando la gente lo oyó, le siguió a pie desde las ciudades. Y saliendo Jesús, vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, y sanó a los que de ellos estaban enfermos. Cuando anochecía, se acercaron a él sus discípulos, diciendo: El lugar es desierto, y la hora ya pasada; despide a la multitud, para que vayan por las aldeas y compren de comer. Jesús les dijo: No tienen necesidad de irse; dadles vosotros de comer. Y ellos dijeron: No tenemos aquí sino cinco panes y dos peces. El les dijo: Traédmelos acá. Entonces mandó a la gente recostarse sobre la hierba; y tomando los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, bendijo, y partió y dio los panes a los discípulos, y los discípulos a la multitud. Y comieron todos, y se saciaron; y recogieron lo que sobró de los pedazos, doce cestas llenas. Y los que comieron fueron como cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños. “(Mat. 14:13-21)

«Entre todos los milagros que hizo Jesús, existe uno solo que es narrado por los cuatro evangelistas: la multiplicación de los panes. Sin embargo, sólo Juan se preocupa de transmitirnos un detalle que los otros tres han pasado por alto: el muchachito que llevó los cinco panes de cebada y los dos peces. Ni Mateo, ni Marcos, ni Lucas repararon en la presencia ni el papel de este joven en este milagro de Jesús… como si panes y peces hubieran caído del cielo. Por esta misma razón, hasta el día de hoy, al hablar de este pasaje, predicadores y comentadores se siguen olvidando del chico que hizo posible tan significativo milagro de Jesús. Sucedió de la siguiente manera:

Los doce apóstoles acababan de regresar gozosos de predicar la Buena Nueva de salvación, y contaban alegres y entusiasmados a Jesús todo cuanto habían hecho y cómo hasta los espíritus inmundos les obedecían. Sin embargo, se les acercaba tanta gente que no les era posible comentar con Jesús los milagros, curaciones y prodigios que se habían realizado en su nombre.

Entonces Jesús les dijo: “Vengan aparte conmigo a un lugar solitario y descansen un poco”. Dejando a la gente, subieron a la barca de Pedro y comenzaron a cruzar el lago. Pero ni Jesús ni los apóstoles contaban con la astucia y la intuición de la muchedumbre que adivinó sus intenciones y de todas las ciudades y comarcas concurrieron a la otra orilla donde Jesús debía desembarcar. El número de personas que daba la bienvenida a Jesús, era mucho mayor que el que le había despedido en la orilla. Nos cuenta graciosamente el evangelio que la gente llegó antes que el mismo Jesús y sus apóstoles. Desde lejos, el Maestro percibió que toda esa multitud lo estaba esperando. Se quedó contemplando por un largo rato a todos y cada uno: estaban tan vejados y abatidos… como ovejas sin pastor; y sintió compasión de ellos en lo mas profundo de su ser.

Bajaron todos de la barca y Jesús comenzó a enseñar y predicar el misterio del Reino de Dios, sanando a todos los enfermos que tenían necesidad de curación. La gente jamás se cansaba de escuchar al Maestro, y nadie se quería retirar, a pesar de que la tarde comenzaba a declinar; el cielo teñido con colores rojos, naranjas y amarillos anunciaba la proximidad de la noche.

Los apóstoles se dieron cuenta del grave problema que se avecinaba: ¿qué haría toda esa gente? Pedro estaba nervioso y se tronaba los dedos. ¿Por qué Jesús no acortaba un poquito su sermón, para que la gente regresara todavía con luz y buscara qué comer? Jesús, por su parte, parecía no inmutarse por las sombras de la noche que hacían perder la transparencia del ambiente.

Lo que tenía que pasar, pasó: los ingenuos discípulos decidieron intervenir para ordenarle al Maestro lo que tenía que hacer, ante el problema que cada momento se hacía más agudo. Cuentan los tres sinópticos que los Doce se le acercaron con premura, y con voz imperativa y presurosa le dijeron angustiados: “Pero, Señor, ¿qué no te has dado cuenta de que estamos a la mitad del desierto y se está haciendo de noche? Despide a toda esta gente, para que vaya a los pueblos vecinos y busque qué comer…”.

Jesús les escuchó. Pero, afortunadamente, no les hizo caso. Más bien, les contestó con asombrosa paz y serenidad: La gente no tiene necesidad de irse. Denles ustedes de comer… Ustedes son los que ahora tienen que solucionar el problema. Ustedes saben lo que se debe hacer…”.

Ellos retorcieron la boca de incredulidad y se quedaron pensando qué quería decir Jesús con esas palabras tan misteriosas. ¿Cómo podrían darles alimento a tantas personas hambrientas?

Judas y Mateo comenzaron a contar el dinero que había en la bolsa. Era tan poco, que ni caso tenía tomarlo en cuenta. Por eso, alguno de ellos replicó: “Doscientos denarios no serían suficientes para darle de comer un pedacito de pan a cada uno de estos…”.

Jesús nada respondió. Simplemente movió negativamente su cabeza, como para darles a entender que ese no era el camino. Con su silencio también les quería decir: Ustedes pueden darles de comer, porque me tienen a mí. Ustedes tienen la solución, porque yo estoy con ustedes. Es en mí donde van a encontrar el pan para las multitudes hambrientas. Por tanto, sólo tienen que recurrir a mí con lo que ustedes tienen y son. Luego, él mismo les ayudó a buscar la solución: “¿Cuántos panes tienen?”.

Dios hace el milagro con lo que tenemos. Los discípulos comenzaron a ver qué era lo que tenían. Andrés, el hermano de Pedro, fue con Jesús y le dijo: “Aquí hay un chico que tiene cinco panes de cebada y dos peces…”.

Toda multiplicación, como en este caso, depende de dos factores:

– De cuánto se tiene. No importa si es mucho o poco. Lo esencial es partir de la realidad concreta.

– De Jesús que, aceptando esa realidad, la va a transformar.

Aunque el hecho parece demasiado sencillo, se deben notar varias cosas: Existe una persona que ofrece lo que tiene, y él no es menos importante que la mercancía que portaba, aunque predicadores y comentaristas hablen más de sus peces y panes que de él mismo. Por otro lado, el hecho de que conservara su mercancía, a pesar de la gran demanda que de ella había, nos invita a pensar en varias cosas:

Había salido de su casa al amanecer, pensando que con la venta de su cargamento iba a remediar en algo la difícil situación de su hogar. Cantando un himno de amor y alegría le sorprendió la Luz del mundo, Cristo Jesús, que predicaba palabras de vida eterna a una inmensa multitud. Olvidó sus peces y sus panes y con ellos sus necesidades, para pasar la mañana entera escuchando en el desierto al predicador de Buenas Noticias.

Por la tarde, ya todo mundo estaba hambriento. En esta embarazosa situación, no faltó quien comenzara a buscar alimento. Algunos se dieron cuenta, como más tarde Andrés, de que ese muchachito de catorce años tenía una cesta de paja donde guardaba unos pececillos y algunos panes.

Alguien le preguntó en voz baja cuánto costaba cada pan. Otro, sacando un denario, le ofreció el doble que pidiera; y no faltó una señora que le quería comprar toda la canasta. Sin embargo, él nada vendió. Sentado con su cesta entre las piernas, escuchaba la palabra de Jesús y no estaba dispuesto a negociar, aprovechándose de la popularidad del famoso predicador.

Ciertamente se le estaba presentando una maravillosa oportunidad para hacer un gran negocio. La ley de la oferta y la demanda estaba a punto de retribuirle abundantes beneficios económicos. Por otro lado, entre más tiempo pasara, habría más hambre; y por tanto, si lo acaparaba, más caro podría vender su producto.

Alrededor del muchacho se habían sentado los que pensaban que el alimento se vendería en subasta al mejor comprador, y sólo esperaban que el muchacho se decidiera a dar principio a la competencia de precios. Gracias a los que lo rodeaban, fue que Andrés pudo localizarle y llevarle frente a Jesús, con su cesta de paja que guardaba el fresco pan y los pescados envueltos en hojas de palmera.

El muchachito no le envió sus panes y sus peces a Jesús, sino que él, personalmente, fue a llevárselos. Y con esto se entregaba el mismo. El quiso tener un encuentro con Jesús. Antes de darle sus cosas, se encontró con Jesús, se dio él mismo. Jesús tomó los panes y los peces en sus manos. Los bendijo y los dio a los apóstoles, los cuales a su vez los repartieron a unos cinco mil hombres. El Evangelio atestigua que todos comieron hasta saciarse.

Al terminar de comer toda aquella multitud, los apóstoles comenzaron a recoger lo sobrante en doce canastos. Todos daban las gracias a Jesús, como a sus apóstoles, por el alimento de esa tarde, pero nadie se acordó ya del muchachito que había ofrecido su mercancía, para que todo mundo hubiera podido comer. El simplemente llenó otra vez su cesta con peces y panes multiplicados por Jesús.

Jesús no sacó el alimento de la nada, sino precisamente de lo que este muchacho le había ofrecido.

Jesús realiza los milagros partiendo de lo que somos y tenemos; sea poco o mucho, él hace la multiplicación. Más, para que sea posible una multiplicación es necesario que los factores no sean ceros. Dios puede multiplicar lo poco que tengamos, con tal que lo pongamos a su disposición.

Cuando Dios y el hombre colaboran en una obra salvífica, las fuerzas de ambos no se suman, sino que se multiplican. Allí está el milagro. Entre los hombres las fuerzas se suman, entre Dios y el hombre se multiplican.

Jesús fue quien multiplicó el pan, pero no fue él quien lo dio a la muchedumbre. Fueron los discípulos quienes lo repartieron a toda la gente. Jesús les había dicho: “Dadles vosotros de comer”; pero nunca les dijo: “Multipliquen los panes y los peces”. Sólo les pidió que ellos ofrecieran lo que tenían, para hacer el milagro.

El milagro de la multiplicación lo hizo Jesús, pero no se debe olvidar que también fue posible gracias al muchacho de la canasta de paja, al cual nadie le dio las gracias; al muchacho del cual se olvidaron tres evangelistas, y el cuarto apenas si lo evoca. El milagro comenzó con sus dos peces y cinco panes.

Este joven es uno de los olvidados del Evangelio, pero que nos enseña que lo poco o mucho que tengamos, con tal de que sea puesto en las manos de Jesús, él lo va a bendecir, partir y repartir a las muchedumbres hambrientas del pan de vida. Dios hace los milagros con nuestra materia prima, aunque sean panes de cebada» (8) «A través de la oración, el poder de Dios fue desatado en Su vida y todo lo que Él decía, sucedía. El se dirigió a las circunstancias imposibles de la vida de la gente y ellos fueron cambiados, sanados, liberados.» (9)

En resumidas cuentas, así lo podemos resumir en forma de una paráfrasis “moderna” a lo sucedido en ese momento:

«Una multitud grande seguía a Jesús. Tenían hambre pero no había restaurantes donde comer. Uno de los seguidores de Jesús, Andrés, encontró a un niño muy sabio. Este niño había traído su lounche. Traía cinco panes y dos peces. ¡Jesús multiplicó los panes y los peces! ¡Todos comieron hasta que estaban llenos y hasta sobró comida» (10)

  • La oración de despedida de sus discípulos donde ora al padre, para que los guarde del mal

“Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti; como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste. Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese. Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese. He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado, proceden de ti; porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste. Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son, y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos. Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros. Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese. Pero ahora voy a ti; y hablo esto en el mundo, para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos. Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad. Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado. Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos. “(Jn 17 RVR 1960)

“Entonces llegó Jesús con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que voy allí y oro. Y tomando a Pedro, y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera. Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo. Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú. Vino luego a sus discípulos, y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil. Otra vez fue, y oró por segunda vez, diciendo: Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad. Vino otra vez y los halló durmiendo, porque los ojos de ellos estaban cargados de sueño. Y dejándolos, se fue de nuevo, y oró por tercera vez, diciendo las mismas palabras. Entonces vino a sus discípulos y les dijo: Dormid ya, y descansad. He aquí ha llegado la hora, y el Hijo del Hombre es entregado en manos de pecadores. Levantaos, vamos; ved, se acerca el que me entrega. “(Mat. 26:36-46 RVR 1960)

La noche antes de ser crucificado, Jesús celebró la Santa Cena con Sus discípulos, luego:

“Salió con sus discípulos al otro lado del torrente de Cedrón, donde había un huerto, en el cual entró con sus discípulos” (Jn. 18:1 RVR 1960).

“Vinieron, pues, a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que yo oro. Y tomó consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, y comenzó a entristecerse y a angustiarse. Y les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad. Yéndose un poco adelante, se postró en tierra, y oró que si fuese posible, pasase de él aquella hora” (Mar. 14:32-35 RVR 1960).

Acerca de este acontecimiento, un comentario de Spurgeon sobre el tema dice lo siguiente:

«Spurgeon nos dice que Cristo tomó sobre Él mismo la carga de nuestro pecado en Getsemaní. Como dijo el Dr. Gill:

Ahora ha sido herido y angustiado por su padre, sus dolores empiezan, porque no acaban acá, sino que en la cruz, ya que este era solo el principio de sus dolores, o una ligera comparación de los venideros, porque eran muy pesados, y de hecho parecen ser los más pesados de todos, según parece por su propia declaración de ellos; su clamor a su padre, su sudor sangriento y su angustia…estando en agonía; por los pecados de su pueblo, y la del sentido mismo de la ira divina, con el cual él estaba tan presionado y sobrecogido (traducción de John Gill, D.D., An Exposition of the New Testament, The Baptist Standard Bearer, re-impresión de 1989, tomo I, p. 334).» (11)

Fue tan fuerte la presión y la agonía que el Señor sentía, que oraba con tanto fervor y fuerza, que los vasos capilares de su cabeza se rompieron, cayendo lagrimas de sangre. Tuvo que venir un ángel de Dios a fortalecerle.

En la página oficial del vaticano, encontramos una reflexión interesante sobre este momento:

«Llegado al umbral de su Pascua, Jesús está en presencia del Padre.
¿Cómo habría podido ser de otra manera, dado que su diálogo secreto de amor con el Padre nunca se había interrumpido? “Ha llegado la hora” (Jn 16:32); la hora prevista desde el principio, anunciada a los discípulos, que no se parece a ninguna otra, que contiene y las compendia todas justo mientras están a punto de cumplirse en los brazos del Padre. Improvisamente, aquella hora da miedo. De este miedo no se nos oculta nada. Pero allí, en el culmen de la angustia, Jesús se refugia en el Padre con la oración. En Getsemaní, aquella tarde, la lucha se convierte en un cuerpo a cuerpo extenuante,
tan áspero que en el rostro de Jesús el sudor se transforma en sangre. Y Jesús osa por última vez, ante del Padre, manifestar la turbación que lo invade: “¡Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz! Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Luc 22:42). Dos voluntades se enfrentan por un momento, para confluir luego en un abandono de amor ya anunciado por Jesús: “Es necesario que el mundo comprenda que amo al Padre, y que lo que el Padre me manda, yo lo hago” (Jn 14:31).» (12)

En el libro Introducción al estudio del Nuevo Testamento, su autor H. I. Hester realiza la siguiente exposición del tema:

«Entre la cena pascual y la cena del Señor transcurrieron dos horas o más. Pero como quiera que la noche no era demasiado avanzada, el Señor empleó las tres o cuatro horas que faltaban para la medianoche del jueves en pronunciar un largo discurso de despedida a los amigos que tanto amaba, a pesar de que eran tan débiles. Esta conferencia empezó en el Aposento Alto y continuó mientras Jesús y sus amigos andaban a través de las calles hasta encontrar la puerta este, seguir el camino que bajaba a Cedrón y luego subir las primeras estribaciones del monte de los Olivos pera llegar a lugar de retiro: el huerto de Getsemaní.

El lector debe estudiar cuidadosamente el largo discurso que el Señor dijo a los discípulos, puesto que es uno de los tesoros más maravillosos de la fe cristiana. Si llegamos a comprender la situación bajo la cual Jesús pronunció estas inmortales palabras, tendremos una nueva visión de su ministerio. Jesús abrió el corazón a sus discípulos y les mostró las grandes emociones que fluían de su interior.

El capítulo catorce, tan apreciado y familiar a todos los cristianos fieles, fue destinado a consolar a los discípulos en vista de su muerte inminente. Los apóstoles no debían apesadumbrarse demasiado por su muerte, toda vez que ella era conveniente. Además, recibirían el Espíritu Santo, que sería su consolador, maestro y guía, lo cual era mucho mejor.

Los capítulos quince y dieciséis están consagrados a la exhortación. Los discípulos debían serle fieles; amarse unos a otros; seguir fielmente al nuevo maestro, esperar su venida y desear recibir más luz.

El capítulo diecisiete es la verdadera oración del Señor. En esta conmovedora y profunda experiencia ora: primero, por sí mismo (1-5); por los discípulos presentes (6-19); por todo el mundo -creyentes de todas las épocas (20-26).

En Getsemaní (Mar 14:26, 32-42; Mat 26:30, 36- 46; Luc 22:39-46; Jn. 18:1).

Los últimos acontecimientos que le ocurrieron a Jesús durante aquel día fueron las experiencias que tuvieron lugar en el Huerto de Getsemaní. En su viaje hacia Getsemaní atravesaron el torrente de Cedrón, crecido por las aguas otoñales y teñido de rojo por la sangre de los animales degollados para celebrar los sacrificios de la Pascua. Getsemaní, Huerto lleno de olivos, se encontraba a menos de un kilómetro de distancia en línea recta de la Puerta de Oro, y era uno de los lugares favoritos de Jesús. El huerto que aún existe en nuestros días, de unos setenta metros cuadrados, está rodeado de un muro y contiene Unos setenta y cinco olivos retorcidos que los guías pretenden equivocadamente sean los mismos árboles bajo los cuales Jesús sufrió aquella noche.

Llegados a la puerta del huerto Jesús dejó a ocho de sus discípulos (Judas ya no estaba con ellos) para que vigilaran. y luego tomando a Pedro, Jacobo y Juan, se adentró cori ellos en el huerto. Ante la extraña y terrible experiencia que le esperaba comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera”. ‘Mi alma está muy triste, hasta la muerte.” Ordenando a los tres discípulos que permanecieran velando, él se fue un poco adelante y postrándose sobre su rostro, oró. Estos discípulos pudieron oír su angustia: “Padre mío, si es posible, pase de mi esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú.” Mientras él sufría, los tres amigos, cansados, se durmieron. Había confiado recibir de ellos aliento y simpatía, pero se habían dormido. Levantándose, fue a ellos y dijo a Pedro: “¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora?” Luego volvió a retirarse para orar y al volver más tardee encontró de nuevo a sus amigos durmiendo. Esta vez se turbaron y no supieron qué contestar. El Señor volvió a orar “diciendo las mismas palabras”. Entonces vino a sus discípulos y les dijo: Dormid ya, y descansad. He aquí ha llegado la hora, y el Hijo del Hombre es entregado en manos de pecadores.” Había ganado la batalla, pero sin su ayuda. Mientras estaba hablando, vio las antorchas de la compañía capitaneada por Judas, que desde la colina se dirigían al huerto.

Jesús conocía el propósito de su venida y dijo a sus discípulos:

“Levantaos, vamos; ved, se acerca el que me entrega.” Los cuatro fueron hacia la puerta de entrada para reunirse con los otros ocho apóstoles. Era corno medianoche o algo más tarde. Sus enemigos habían venido a prenderle.» (13)

Una reflexión mística, interesante y emotiva, es el que hizo la mística alemana llamada Ana Catalina Emmerick, religiosa agustiniana (1774-1824). De la totalidad de este relato es que inspiró a Mel Gibson a filmar la “Pasión”).

«Eran cerca de las nueve cuando Jesús llegó a Getsemaní con sus discípulos. La tierra estaba todavía oscura; pero la luna esparcía ya su luz en el cielo. El Señor estaba triste y anunciaba la proximidad del peligro. Los discípulos estaban sobrecogidos, y Jesús dijo a ocho de los que le acompañaban que se quedasen en el jardín de Getsemaní, mientras él iba a orar. Llevó consigo a Pedro, Juan y Santiago, y entró en el jardín de los Olivos. Estaba sumamente triste, pues el tiempo de la prueba se acercaba. Juan le preguntó cómo Él, que siempre los había consolado, podía estar tan abatido. “Mi alma está triste hasta la muerte”, respondió Jesús; y veía por todos lados la angustia y la tentación acercarse como nubes cargadas de figuras terribles. Entonces dijo a los tres Apóstoles: “Quedaos ahí: velad y orad conmigo para no caer en tentación”. Jesús bajó un poco a la izquierda, y se ocultó debajo de un peñasco en una gruta de seis pies de profundidad, encima de la cual estaban los Apóstoles en una especie de hoyo. El terreno se inclinaba poco a poco en esta gruta, y las plantas asidas al peñasco formaban una especie de cortina a la entrada, de modo que no podía ser visto. Cuando Jesús se separó de los discípulos, yo vi a su alrededor un círculo de figuras horrendas, que lo estrechaban cada vez más. Su tristeza y su angustia se aumentaban; penetró temblando en la gruta para orar, como un hombre que busca un abrigo contra la tempestad; pero las visiones amenazadoras le seguían, y cada vez eran más fuertes. Esta estrecha caverna parecía presentar el horrible espectáculo de todos los pecados cometidos desde la caída del primer hombre hasta el fin del mundo, y su castigo. […]

Postrado en tierra, inclinado su rostro ya anegado en un mar de tristeza, todos los pecados del mundo se le aparecieron bajo infinitas formas en toda su fealdad interior; los tomó todos sobre sí, y se ofreció en la oración, a la justicia de su Padre celestial para pagar esta terrible deuda. Pero Satanás, que se agitaba en medio de todos estos horrores con una sonrisa infernal, se enfurecía contra Jesús; y haciendo pasar ante sus ojos pinturas cada vez más horribles, gritaba a su santa humanidad: “¡Como!, ¿tomarás tú éste también sobre ti?, ¿sufrirás su castigo?, ¿quieres satisfacer por todo esto?”. Entre los pecados del mundo que pesaban sobre el Salvador, yo vi también los míos; y del círculo de tentaciones que lo rodeaban vi salir hacia mí como un río en donde todas mis culpas me fueron presentadas. Al principio Jesús estaba arrodillado, y oraba con serenidad; pero después su alma se horrorizó al aspecto de los crímenes innumerables de los hombres y de su ingratitud para con Dios: sintió un dolor tan vehemente, que exclamó diciendo: “¡Padre mío, todo os es posible: alejad este cáliz!”. Después se recogió y dijo: “Que vuestra voluntad se haga y no la mía”. Su voluntad era la de su Padre; pero abandonado por su amor a las debilidades de la humanidad temblaba al aspecto de la muerte. Yo vi la caverna llena de formas espantosas; vi todos los pecados, toda la malicia, todos los vicios, todos los tormentos, todas las ingratitudes que le oprimían: el espanto de la muerte, el terror que sentía como hombre al aspecto de los padecimientos expiatorios, le asaltaban bajo la figura de espectros horrendos. Sus rodillas vacilaban; juntaba las manos; inundábalo el sudor, y se estremecía de horror. Por fin se levantó, temblaban sus rodillas, apenas podían sostenerlo; tenía la fisonomía descompuesta, y estaba desconocido, pálido y erizados los cabellos sobre la cabeza. Eran cerca de las diez cuando se levantó, y cayendo a cada paso, bañado de sudor frío, fue adonde estaban los tres Apóstoles, subió a la izquierda de la gruta, al sitio donde esto se habían dormido, rendidos, fatigados de tristeza y de inquietud. Jesús vino a ellos como un hombre cercado de angustias que el terror le hace recurrir a sus amigos, y semejante a un buen pastor que, avisado de un peligro próximo, viene a visitar a su rebaño amenazado, pues no ignoraba que ellos también estaban en la angustia y en la tentación. Las terribles visiones le rodeaban también en este corto camino. Hallándolos dormidos, juntó las manos, cayó junto a ellos lleno de tristeza y de inquietud, y dijo: “Simón, ¿duermes?”. Despertáronse al punto; se levantaron y díjoles en su abandono: “¿No podíais velar una hora conmigo?”. Cuando le vieron descompuesto, pálido, temblando, empapado en sudor; cuando oyeron su voz alterada y casi extinguida, no supieron qué pensar; y si no se les hubiera aparecido rodeado de una luz radiante, lo hubiesen desconocido. Juan le dijo: “Maestro, ¿qué tenéis? ¿Debo llamar a los otros discípulos? ¿Debemos huir?”. Jesús respondió: “Si viviera, enseñara y curara todavía treinta y tres años, no bastaría para cumplir lo que tengo que hacer de aquí a mañana. No llames a los otros ocho; helos dejados allí, porque no podrían verme en esta miseria sin escandalizarse: caerían en tentación, olvidarían mucho, y dudarían de Mí, porque verían al Hijo del hombre transfigurado, y también en su oscuridad y abandono; pero vela y ora para no caer en la tentación, porque el espíritu es pronto, pero la carne es débil”. Quería así excitarlos a la perseverancia, y anunciarles la lucha de su naturaleza humana contra la muerte, y la causa de su debilidad. Les habló todavía de su tristeza, y estuvo cerca de un cuarto de hora con ellos. Se volvió a la gruta, creciendo siempre su angustia: ellos extendían las manos hacia Él, lloraban, se echaban en los brazos los unos a los otros, y se preguntaban: “¿Qué tiene?, ¿qué le ha sucedido?, ¿está en un abandono completo?”. Comenzaron a orar con la cabeza cubierta, llenos de ansiedad y de tristeza. Todo lo que acabo de decir ocupó el espacio de hora y media, desde que Jesús entró en el jardín de los Olivos. En efecto, dice en la Escritura: “¿No habéis podido velar una hora conmigo?”. Pero esto no debe entenderse a la letra y según nuestro modo de contar. Los tres Apóstoles que estaban con Jesús habían orado primero, después se habían dormido, porque habían caído en tentación por falta de confianza. Los otros ocho, que se habían quedado a la entrada, no dormían: la tristeza que encerraban los últimos discursos de Jesús los había dejado muy inquietos; erraban por el monte de los Olivos para buscar algún refugio en caso de peligro.»(14)

Las ultimas palabras del Señor Jesús en la cruz, algunas fueron oraciones dirigidas al Padre:

«La primera palabra de las 7 registradas en la Escritura que nuestro Señor Jesucristo pronunció al momento de ser crucificado fue:

“Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”. (Luc. 23:34 RVR 1960)

Dice la escritura sobre esta primera palabra:

“Cuando llegaron al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí, y a los dos malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Dividiendo sus vestidos, echaron suerte sobre ellos. El pueblo estaba allí mirando, y los príncipes mismos se burlaban, diciendo: A otros salvó; sálvese a sí mismo si es el Mesías de Dios, el Elegido. Y le escarnecían también los soldados, que se acercaban a Él ofreciéndole vinagre y diciendo: Si eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo. Había también una inscripción sobre Él: Este es el rey de los judíos (Luc 23: 33-38)”.

Héctor Pina del Castillo, Rector del Seminario Evangélico de Lima, (1973-90), realiza la siguiente explicación:

«Esta es una exclamación de suprema bondad, de amor, de gracia, de perdón y de misericordia infinitos. Increíble que haya pronunciado en tales circunstancias. Nuestro Señor Jesucristo estaba pidiendo perdón para sus verdugos a pesar de la monstruosa injusticia que se testaba cometiendo contra él. ¿Quién de nosotros los humanos haría tal cosa, de pedir perdón por sus verdugos en circunstancias semejantes. Esta es una oración de nuestro Señor Jesucristo a su Padre.

Era alrededor de la tercera hora del día, del día sexto de la semana, según el modo de contar las horas y los días de los judíos. Era la víspera de la gran fiesta judía, la fiesta máxima, la fiesta de la expiación: la celebración de la Pascua. Según nuestra manera de contar las horas, sería alrededor de las 9 de la mañana, del día viernes, del viernes que solemos llamar “viernes santo”. Entre la primera y tercera horas de aquel día, o sea entre las 6 y las 9 de la mañana, según nuestra manera de contar las horas, quedó sellada, en el aspecto humano, la suerte del Señor por parte de Pilato, por voluntad y petición expresa de los religiosos judíos. Es lapidario lo que dice de él, el evangelista Lucas, uno de los historiadores de nuestro señor Jesucristo, sobre el particular:

Entonces Pilato sentenció que se hiciese lo que ellos – los judíos – pedían:

“Por fin Pilato decidió concederles su demanda:” (Luc. 23:24 NVI.)

Nuestro Señor Jesucristo en esos momentos fue entregado en manos de los soldados romanos para que sea crucificado por expresa voluntad y petición de sus enemigos, los religiosos judíos, la casta sacerdotal judía. ¡Oh, insondable y malo el corazón del hombre…!, decía un viejo predicador al referirse a este monstruoso atropello de la justicia.

Precedieron a este momento las afrentas, la injusticia, los azotes las burlas, la humillación, la ignominia y cuántas otras barbaridades más. ¡Qué sufrimiento! Sufrimiento indecible, inimaginable.

Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos.”, (Is.53:3 RVR 1960).

declaró de él casi 800 años antes Isaías, el profeta A pesar de la manifiesta maldad y el ensañamiento de sus acusadores y enemigos, a pesar de la injusticia que se estaba cometiendo con él, y que él bien lo sabía, en ningún momento nuestro Señor Jesucristo dejó de demostrar lo que realmente era: perfecto en amor, perfecto en bondad, perfecto en paciencia, perfecto en gracia, perfecto en misericordia, perfecto en humildad, perfecto en dignidad, perfecto en inocencia.

Dada ya la palabra humana final de Pilato, no había otra cosa más que hacer. Todo quedó ya decidido. Y se dio inicio a la dramática y hasta trágica procesión, desde el patio del Pretorio de Pilato, siguiendo por la así llamada “vía dolorosa” hacia el Gólgota o Calvario, o lugar de la calavera, como dice la Escritura, en las afueras de la ciudad. Se cumplía así la profecía del Antiguo Testamento, cuando explicando sobre la expiación, el autor inspirado dijo:

“Y sacará el becerro fuera del campamento, y lo quemará como quemó el primer becerro; expiación es por la congregación..” (Lev. 4:21).

Antes de que empezase aquella trágica procesión, cargaron a Jesús con su propia y pesada cruz. Igual con los otros dos malhechores, compañeros de infortunio. Es de imaginar que nuestro Señor Jesucristo y los malhechores iban adelante de la trágica procesión. Le seguía una gran multitud a cuya cabeza iban los sumos sacerdotes, sus servidores, religiosos todos estos, que deseaban ser testigos presenciales de la muerte de su enemigo y víctima. También estaba entre la multitud un grupo de curiosos espectadores y hasta es probable que entremezclados entre la multitud hayan estado algunos de los seguidores del Maestro. Todos ellos iban precedidos por el centurión y los soldados romanos, quienes en el aspecto humano eran los encargados de realizar la macraba tarea de crucificar a nuestro Señor Jesucristo. Magistralmente el iluminado poeta escenifica este momento con la siguiente composición.

Hacia el Gólgota cruel, una cruz sobre él, se encamina el Cordero de Dios. La corona llevó y la cruz él cargó, más el peso su cuerpo venció. Pues la cruz era emblema de culpa mortal; la corona de espinas, insignia del mal.

Los pecados del mundo en sus hombros llevó por la senda de hiel del Gólgota cruel, el Gólgota cruel. El Gólgota cruel.

No menos dramática es la composición de otro poeta que iluminado escenifica este momento con los siguientes versos:

Rechazado por todos Jesús salió, llevando su cruz;

y a la cumbre del Gólgota el subió, llevando su cruz

Cual oveja delante del trasquilador en silencio estuvo

por mí el Señor, llevando su cruz.

Aunque el supo bien que tendría dolor, llevando su cruz;

el castigo llevó con un santo amor, llevando su cruz.

Pues la cruz tan pesada no se igualó al pecado y juicio

que allí cargó, llevando su cruz.

¡Oh, ¿qué maravilla puede ser que el por mí la llevó?

Oh, qué maravilla, sí, por mí, la cruz llevó.

Tan pesada era la cruz, tan radiante, ardiente y abrasador estaba el sol en aquellos momentos, y tan agotado estaría nuestro Señor Jesucristo, seguramente por el intenso trajín del día y noche anteriores, que llegó el momento en que cayó literalmente al suelo vencido por el peso de la cruz. No pudo llevar más tan pesado madero. Pasaba por ahí un hombre que venía del campo, un tal Simón, de Cirene (hoy Libia). Al parecer éste era un hombre fornido. A él le cogieron las autoridades y obligaron a cargar la cruz de Cristo. Lo hizo. Y la procesión llegó al lugar donde se realizaría la crucifixión, al lugar de la tragicomedia, al lugar donde se cometería el asesinato judial más grande y vil de la historia.

Ofrecieron al Señor vino (vinagre) mezclado con hiel y mirra (Mat. 27:34) (Mar.15:23). Recordemos de la mirra que le ofreció como regalo profético uno de los magos que vino del oriente a adorarle al momento del nacimiento del Salvador del mundo. Aquel vino mezclado con mirra y hiel era una especie de brebaje narcótico que servía para aliviar el dolor. Jesús probó, pero no quiso tomarlo. Prefirió tomar la copa del amargo sufrimiento que el trino Dios ya había decretado desde la eternidad que experimentase. Deseaba sufrir en la plenitud de sus facultades todo el sufrimiento que tenía que sufrir en lugar nuestro por causa de nuestros pecados.

Es sabido que la cruz era uno de los más crueles instrumentos de sufrimiento y muerte que el hombre había inventado. Los romanos, que habían copiado de los cartaginenses, jamás hubieran permitido que un ciudadano romano fuese crucificado; eso lo reservarían sólo para los esclavos. Los judíos tampoco lo usaban. Ellos practicaban la pena de muerte por la lapidación (apedreamiento). Es que la muerte en una cruz era la más dolorosa, la más cruel, la más ignominiosa, la más vergonzosa y vil ideada por el hombre.

“Era la hora tercera cuando le crucificaron.” (Mar. 15:25 RVR 1960),

Según la manera de contar las horas por los judíos (las 9 de la mañana para nosotros), cuando los impertérritos soldados desnudaron públicamente y empezaron su macabra tarea de crucificar al Señor. Los encargados de ejecutar tan macabra tarea empezaron con pasmosa frialdad su criminal trabajo. Algunos estudiosos sugieren que el madero vertical de la cruz fue primero plantado en el suelo. Puede ser que haya sido así, aunque no se conoce evidencia histórica de ello. Luego colocando el madero horizontal sobre el suelo, y desnudado ya el Señor, le acostaron sobre el suelo colocándole los brazos sobre el madero. Es posible que hayan atado ambos brazos primero para asegurarse de que no los movería al momento de ser traspasadas las manos con los clavos. Imagínese el oyente todo lo que tuvo que sufrir nuestro Señor Jesucristo por causa nuestra. Luego vinieron los clavos que traspasarían sus manos. Estos clavos eran pedazos de hierro forrado grueso, tallados en forma rústica, cuadrada, no cilíndricos como los de hoy y bien agudos, de más o menos 6 pulgadas de largo. Un soldado puso el clavo en el centro de la mano del Señor; otro levantó la comba y sin compasión alguna dio el uno, dos, tres, etc. combazos hasta hundir el clavo en el madero. De seguro que chisporroteaba a borbotones la sangre por la herida de los clavos. ¿No se le rompe el tímpano a usted oyente, al pensar que está oyendo aquellos golpes de la comba, superando el tiempo, sobre el clavo en el madero? Igual cosa hicieron con la otra mano. Algunos estudiosos sugieren que también clavaron al Señor en las muñecas, entre los huesos cúbito y radio, para evitar, que de romperse las manos cayese el Señor, por el peso del cuerpo al suelo, pues era fornido. Tampoco hay evidencia histórica sobre el particular. Luego de clavadas ambas manos, los soldados levantaron el travesaño para colocarlo en su lugar sobre el madero vertical. Nuestro Señor quedó así macabramente colgado. Luego de asegurar el travesaño completaron los verdugos su trágica tarea de clavarle los pies.

Otros estudiosos sugieren que toda la cruz fue colocada sobre el suelo y sobre ella acostaron al Señor y le clavaron, y luego levantaron, cruz y cuerpo, hasta colocarlos verticalmente. Es posible también que haya sido así, aunque tampoco hay evidencia histórica sobre el particular, sea como fuere, es precisamente que en todos esos momentos, cuando los verdugos realizaban su desgraciada tarea que nuestro Señor Jesucristo, el Cordero de Dios, exclamó una y otra vez (está en pretérito imperfecto del modo indicativo), la primera de las 7 palabras desde la cruz:

“Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes” (Luc. 23:34 RVR 1960).

Entra así en su etapa final lo que el trino, en su célebre Consejo de Redención, había decretado desde la eternidad

“Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera.”. (Hch. 4:27-28 RVR 1960)

que sucediese lo que estaba sucediendo, para la redención de nosotros los seres humanos. El Hijo perfecto de Dios y Dios mismo que “se hizo carne”, según Jn. 1:14, tuvo que morir en la cruenta (sangrienta) cruz, en nuestro lugar, sustitutoriamente, para así cumplir con las demandas de la justicia de Dios por causa de nuestros pecados y para que él, el Hijo, hiciese posible para nosotros nuestra eterna redención.

“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.” (Jn 1:14 RVR 1960)

El Señor, perfecto maestro como era, el que durante el ejercicio de su ministerio terrenal había continuadamente enseñado a sus seguidores a

“Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mat. 5:44 RVR 1960)

Según Mateo, en estos momentos, verdaderamente cruciales, no podía traicionar lo que enseñó. Nos dio así el más sublime de los ejemplos de lo que significa ser un maestro. Es que las palabras de un maestro deben concordar con sus hechos. Y eso es lo que sucedió con nuestro maestro y Salvador nuestro Señor Jesucristo. Oró de corazón, pidiendo perdón por sus verdugos, dándonos un ejemplo perfecto en todo.

El comportamiento de nuestro Señor Jesucristo en la cruz constituía un sorprendente contraste con la manera en que otras víctimas crucificadas sabían actuar. Otros jamás orarían a favor de sus verdugos; antes bien, pedirían todas las maldiciones del infierno, con adjetivos de grueso calibre, impublicables. Ni una sola palabra fuera de orden, ni una sola palabra de resentimiento, ni una sola palabra de reproche salió de la boca del Salvador; antes bien oró, con amor por perdón por y para todos los que ocasionaron y estaban ocasionando su muerte. Más bien calló. Cumplióse así la profecía que de él dijo el profeta, casi 800 años antes:

“Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca.” (Is. 53:7 RVR 1960).

Esta petición de perdón incluye a usted, a mí y a todo el mundo, porque se enfrió todo por causa suya, mía y de todo el mundo.

En esta palabra nuestro Señor Jesucristo llama a Dios Padre, buscando quizá compasión de él; pero no encuentra tal compasión. Por más amorosa o inefable que haya sido la relación entre el padre y el Hijo desde la eternidad, ahora, el Hijo que es hecho todo pecado ya no podía gozar con su padre de aquella perfecta comunión, porque el Hijo fue hecho pecado por todos nosotros y el padre seguía siendo perfecto en santidad.

Bien cierto es que todos los que se confabularon para crucificar al Señor, siendo instrumentos del Diablo, no sabían lo que hacían. Este, el diablo, quería destruir desde el principio todo el plan (eterno) de Dios para nuestra Salvación y usó de todos los medios humanos y extrahumanos posible para lograr su propósito. No pudo. Paradójicamente los hombres que “no sabían lo que hacían” eran a su vez instrumentos de Dios, porque actuaron en primera y última instancia, sin saberlo ellos mismos, según el plan y propósito eternos de Dios. Recordemos lo que dice la Escritura que

“Y si nuestra injusticia hace resaltar la justicia de Dios, ¿qué diremos? ¿Será injusto Dios que da castigo? (Hablo como hombre.)” (Ro. 3:5 RVR 1960).

Oigamos lo que dice la Escritura sobre este particular:

Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera.” (Hch. 4:27, 28).

Ahí está el decreto de Dios. Es no sabían los que crucificaron a nuestro Señor Jesucristo.

El apóstol Pedro, uno de los discípulos del Señor, en su célebre discurso en el pórtico de Salomón, cerca al templo de Jerusalén, con ocasión de la curación milagrosa de un cojo de nacimiento, que Dios hizo a través de Pedro y Juan, dirigiéndose a los presentes, entre los cuales estaban muchos de los que crucificaron al Señor, dijo:

El Dios de Abraham de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su Hijo, Jesús, a quien vosotros entregasteis y negasteis delante de Pilato, cuando éste había resuelto ponerle en libertad. Más vosotros negasteis al Santo y al justo y pedisteis que se os diese a un homicida y matasteis al autor de la vida. Mas ahora hermanos, se que por ignorancia lo habéis hecho, como también los gobernantes… (Hch. 3:13-17).

Con este grito, esta petición, esta oración de perdón:

! Generación de víboras! ¿Cómo podéis hablar lo bueno, siendo malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca.” (Mat. 12:34).

Así mismo mostró su espíritu invencible, que ganó en la cruz todas las victorias sobre Satanás y sobre el pecado, la victoria decisiva del gran conflicto de las edades, de los siglos, entre las fuerzas de las tinieblas, del infierno, y del mal, encabezadas por Satanás, contra las fuerzas de la luz y del bien, encabezados por el único y gran vencedor nuestro Señor Jesucristo.

En la cruz el triunfo fue de nuestro Señor Jesucristo. El es el victorioso. Con él el amor superó al odio. Esta fue la primera expresión de Jesucristo desde la cruz, la que reveló la grandeza de su corazón y resuena a través de los siglos el gran amor del único Salvador de mundo: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.

Sintiendo en su propio corazón la grandeza y el amor del Señor, la poetisa Frank Breek compuso los siguientes versos bajo el título “Clavado en la Cruz”, una parte los cuales dice así:

Hubo quien por mis culpas muriera en la cruz,

aunque indigno y vil como soy;

Soy feliz, pues su sangre vertió mi Jesús,

y con ellas mis culpas borró.

Mis pecados llevó en la cruz do murió

El sublime, el tierno, Jesús;

Los desprecios sufrió, y mi alma salvó

El cambió mis tinieblas en luz.

Recordemos, pues, la primera palabra de nuestro Señor Jesucristo desde la cruz: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.» (15)

El portal de la Biblioteca electrónica cristiana multimedios.org, nos da la
Explicación literal de la primera Palabra: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”, Capitulo I:

«”Perdona”. Esta palabra contiene la petición principal que el Hijo de Dios, como abogado de sus enemigos, hace a su Padre. La palabra “perdona” puede referirse tanto al castigo debido al crimen como al crimen mismo. Si está referido al castigo debido al crimen, fue entonces la oración escuchada: pues ya que este pecado de los judíos demandaba que su perpetradores sientan instantánea y merecidamente la ira de Dios, siendo consumidos por fuego del cielo o ahogados en un segundo diluvio, o exterminados por el hambre y la espada, aun así, la aplicación de este castigo fue pospuesta por cuarenta años, período durante el cual, si el pueblo judío hubiese hecho penitencia, hubiesen sido salvados y su ciudad preservada, pero puesto que no hicieron penitencia, Dios mandó contra ellos al ejército romano que, durante el reino de Vespasiano, destruyó sus metrópolis, y parte de hambruna durante el sitio, y parte por la espada durante el saqueo de la ciudad, mató a una gran multitud de sus habitantes, mientras que los sobrevivientes eran vendidos como esclavos y dispersados por el mundo.

Todas estas desgracias fueron predichas por Nuestro Señor en las parábolas del viñador que contrató obreros para su viña, del rey que hizo una boda para su hijo, de la higuera estéril, y más claramente, cuando lloró por la ciudad el Domingo de Ramos. La oración de Nuestro Señor fue también escuchada si es que hacía referencia al crimen de los judíos, pues obtuvo para muchos la gracia de la compunción y la reforma de la vida. Hubieron algunos que «volvieron golpeándose el pecho». Estuvo el centurión que dijo «verdaderamente éste era el Hijo de Dios». Y hubo muchos que unas semanas después se convirtieron por la prédica de los Apóstoles, y confesaron a Aquel que habían negado, adoraron a Aquel que habían despreciado. Pero la razón por la cual la gracia de la conversión no fue otorgada a todos es que la voluntad de Cristo se conforma a la sabiduría y la voluntad de Dios, que San Lucas manifiesta cuando nos dice en los Hechos de los Apóstoles: «Y creyeron cuantos estaban destinados a una vida eterna».

“[Perdona] los”. Esta palabra es aplicada a todos por cuyo perdón Cristo oró. En primer lugar es aplicada a aquellos que realmente clavaron a Cristo en la Cruz, y jugaron a la suerte sus vestiduras. Puede ser también extendida a todos los que fueron causa de la Pasión de Nuestro Señor: a Pilato que pronunció la sentencia; a las personas que gritaron «crucifícalo, crucifícalo»; a los sumos sacerdotes y escribas que falsamente lo acusaron, y, para ir más lejos, al primer hombre y a toda su descendencia que por sus pecados ocasionaron la muerte de Cristo. Y así, desde su Cruz, Nuestro Señor oró por el perdón de todos sus enemigos. Cada uno, sin embargo, se reconocerá a sí mismo entre los enemigos de Cristo, de acuerdo a las palabras del Apóstol: “Cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo”.

[…] Pues no saben lo que hacen. Para que su oración sea razonable, Cristo se disminuye, o más aún da la excusa que pueda por los pecados de sus enemigos. Él ciertamente no podía excusar la injusticia de Pilato, o la crueldad de los soldados, o la ingratitud de la gente, o el falso testimonio de aquellos que perjuraron. Entonces no quedó para Él más que excusar su falta alegando ignorancia. Pues con verdad el Apóstol observa: «pues de haberla conocido, no hubieran crucificado al Señor de la Gloria». Ni Pilato, ni los sumos sacerdotes, ni el pueblo sabían que Cristo era el Señor de la Gloria. Aun así, Pilato lo sabía un hombre justo y santo, que había sido entregado por la envidia de los sumos sacerdotes, y los sumos sacerdotes sabían que Él era el Cristo prometido, como enseña Santo Tomás, porque no podían –ni lo hicieron– negar que había obrado muchos de los milagros que los profetas habían predicho que el Mesías obraría. En fin, la gente sabía que Cristo había sido condenado injustamente, pues Pilato públicamente les había dicho:

“No encuentro en este hombre culpa alguna”, e “Inocente soy de la sangre de este hombre justo”

Pero aunque los judíos, tanto el pueblo como los sacerdotes, no sabían el hecho de que Cristo era Señor de la Gloria, aun así, no habrían permanecido en este estado de ignorancia si su malicia no los hubiera cegado. De acuerdo a las palabras de San Juan: «Aunque había realizado tan grandes señales delante de ellos, no creían en Él, porque había dicho Isaías: Ha cegado sus ojos, ha endurecido su corazón, para que no vean con los ojos, ni comprendan con su corazón, ni se conviertan, ni yo los sane».

La ceguera no es excusa para un hombre ciego, porque es voluntaria, acompañando, no precediendo, el mal que hace. De la misma manera, aquellos que pecan en la malicia de sus corazones siempre pueden alegar ignorancia, lo que no es sin embargo una excusa para su pecado pues no lo precede sino que lo acompaña. Por lo que el Hombre Sabio dice: “Yerran los que obran iniquidad”. El filósofo de igual modo proclama con verdad que todo el que hace mal es ignorante de lo que hace, y por consiguiente se puede decir de los pecadores en general: «No saben lo que hacen». Pues nadie puede desear aquello que es malo en base a su maldad, porque la voluntad del hombre no tiende hacia el mal tanto como hacia el bien, sino sólo a lo que es bueno, y por esta razón aquellos que eligen lo que es malo lo hacen porque el objeto les es presentado bajo apariencia de bien, y así puede entonces ser elegido. Esto es resultado del desasosiego de la parte inferior del alma que ciega la razón y la hace incapaz de distinguir nada sino lo que es bueno en el objeto que busca. Así, el hombre que comete adulterio o es culpable de robo realiza estos crímenes porque mira sólo el placer o la ganancia que puede obtener, y no lo haría si sus pasiones no lo cegaran hasta lo la vergonzosa infamia de lo primero y la injusticia de lo segundo. Por tanto, un pecador es similar a un hombre que desea lanzarse a un río desde un lugar elevado. Primero cierra sus ojos y luego se lanza de cabeza, así aquel que hace un acto de maldad odia la luz, y obra bajo una voluntaria ignorancia que no lo exculpa, porque es voluntaria. Pero si una voluntaria ignorancia no exculpa al pecador, ¿Por qué entonces Nuestro Señor oró: “Perdónalos porque no saben lo que hacen”? A esto respondo que la interpretación más directa a ser hecha de las palabras de Nuestro Señor es que fueron dichas para sus verdugos, que probablemente ignoraban completamente no sólo la Divinidad del Señor, sino incluso su inocencia, y simplemente realizaron la labor del verdugo. Para aquellos, por tanto, dijo en verdad el Señor:

“Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y repartieron entre sí sus vestidos, echando suerte”. (Luc. 23:34 RVR 1960)

[…]Finalmente, si Él se dirigió al Padre en nombre de todos los que estaban presentes, y sabían que Cristo era el Mesías y un hombre inocente, entonces debemos confesar la caridad de Cristo que es tal que desea paliar lo más posible el pecado de sus enemigos. Si la ignorancia no puede justificar una falta, puede sin embargo servir como excusa parcial, y el deicidio de los judíos habría tenido un carácter más atroz de haber conocido la naturaleza de su Víctima. Aunque Nuestro Señor era consciente de que esto no era una excusa sino más bien una sombra de excusa, la presentó con insistencia, en realidad, para mostrarnos cuánta bondad siente hacia el pecador, y con cuánto deseo hubiese Él usado una mejor defensa, incluso para Caifás y Pilato, si una mejor y más razonable apología se hubiese presentado» (17)

El portal de la Biblioteca electrónica cristiana multimedios.org, nos da la explicación
del primer fruto que ha de ser cosechado de la consideración de la primera Palabra dicha por Cristo sobre la Cruz”, Capitulo II:

«Habiendo dado el significado literal de la primera palabra dicha por Nuestro Señor en la Cruz, nuestra próxima tarea será esforzarnos por recoger algunos de sus frutos más preferibles y ventajosos. Lo que más nos impacta en la primera parte del sermón de Cristo en la Cruz es su ardiente caridad, que arde con fulgor más brillante que el que podamos conocer o imaginar, de acuerdo a lo que escribió San Pablo a los Efesios: «Y conocer la caridad de Cristo que excede todo conocimiento». Pues en este pasaje el Apóstol nos informa por el misterio de la Cruz cómo la caridad de Cristo sobrepasa nuestro entendimiento, ya que se extiende más allá de la capacidad de nuestro limitado intelecto. Pues cuando sufrimos cualquier dolor fuerte, como por ejemplo un dolor de dientes, o un dolor de cabeza, o un dolor en los ojos, o en cualquier otro miembro de nuestro cuerpo, nuestra mente está tan atada a esto como para ser incapaz de cualquier esfuerzo. Entonces no estamos de humor ni para recibir a nuestros amigos ni para continuar con el trabajo. Pero cuando Cristo fue clavado en la Cruz, usó su diadema de espinas, como está claramente manifestado en las escrituras de los antiguos Padres; por Tertuliano entre los Padres Latinos, en su libro contra los judíos, y por Orígenes, entre los Padres griegos, en su obra sobre San Mateo; y por tanto se sigue que Él no podía ni mover su cabeza hacia atrás ni moverla de lado a lado sin dolor adicional. Toscos clavos ataban sus manos y pies, y por la manera en que desgarraban su carne, ocasionaban un doloroso y largo tormento. Su cuerpo estaba desnudo, desgastado por el cruel flagelo y los trajines del ir y venir, expuesto ignominiosamente a la vista de los vulgares, agrandando por su peso las heridas en sus pies y manos, en una bárbara y continua agonía. Todas estas cosas combinadas fueron origen de mucho sufrimiento, como si fueran otras tantas cruces. Sin embargo, oh caridad, verdaderamente sobrepasando nuestro entendimiento, Él no pensó en sus tormentos, como si no estuviera sufriendo, sino que solícito sólo para la salvación de sus enemigos, y deseando cubrir la pena de sus crímenes, clamó fuertemente a su Padre: «Padre, perdónalos». ¿Qué hubiese hecho Él si estos infelices fuesen las víctimas de una persecución injusta, o hubiesen sido sus amigos, sus parientes, o sus hijos, y no sus enemigos, sus traidores y parricidas? Verdaderamente, ¡Oh benignísimo Jesús! Tu caridad sobrepasa nuestro entendimiento. Observo tu corazón en medio de tal tormenta de injurias y sufrimientos, como una roca en medio del océano que permanece inmutable y pacífica, aunque el oleaje se estrelle furiosamente contra ella. Pues ves que tus enemigos no están satisfechos con infligir heridas mortales sobre Tu cuerpo, sino que deben burlarse de tu paciencia, y aullar triunfalmente con el maltrato. Los miras, digo yo, no como un enemigo que mide a su adversario, sino como un Padre que trata a sus errantes hijos, como un doctor que escucha los desvaríos de un paciente que delira. Por lo que Tú no estás molesto con ellos, sino los compadeces, y los confías al cuidado de Tu Padre Todopoderoso, para que Él los cure y los haga enteros. Este es el efecto de la verdadera caridad, estar en buenos términos con todos los hombres, considerando a ninguno como tu enemigo, y viviendo pacíficamente con aquellos que odian la paz.

Esto es lo que es cantado en el Cántico del amor sobre la virtud de la perfecta caridad:

“Las muchas aguas no podrán apagar el amor, Ni lo ahogarán los ríos. Si diese el hombre todos los bienes de su casa por este amor, De cierto lo menospreciarían. “ (Cantares 8:7 RVR 1960)

Las grandes aguas son los muchos sufrimientos que nuestras miserias espirituales, como tormentas del infierno, cargan sobre Cristo a través de los judíos y los gentiles, quienes representaban las pasiones oscuras de nuestro corazón. Aún así, esta inundación de aguas, es decir de dolores, no puede extinguir el fuego de la caridad que ardió en el pecho de Cristo. Por eso, la caridad de Cristo fue más grande que este desborde de grandes aguas, y resplandeció brillantemente en su oración: «Padre, perdónalos». Y no sólo fueron estas grandes aguas incapaces de extinguir la caridad de Cristo, sino que ni siquiera luego de años pudieron las tormentas de la persecución sobrepasar la caridad de los miembros de Cristo. Así, la caridad de Cristo, que poseyó el corazón de San Esteban, no podía ser aplastada por las piedras con las cuales fue martirizado. Estaba viva entonces, y él oró:

“Señor, no les tengas en cuenta este pecado”

En fin, la perfecta e invencible caridad de Cristo que ha sido propagada en los corazones de mártires y confesores, ha combatido tan tercamente los ataques de perseguidores, visibles e invisibles, que puede decirse con verdad incluso hasta el fin del mundo, que un mar de sufrimiento no podrá extinguir la llama de la caridad.

Pero de la consideración de la Humanidad de Cristo ascendamos a la consideración de Su Divinidad. Grande fue la caridad de Cristo como hombre hacia sus verdugos, pero mayor fue la caridad de Cristo como Dios, y del Padre, y del Espíritu Santo, en el día último, hacia toda la humanidad, que había sido culpable de actos de enemistad hacia su Creador, y, de haber sido capaces, lo hubiesen expulsado del cielo, clavado a una cruz, y asesinado. ¿Quién puede concebir la caridad que Dios tiene hacia tan ingratas y malvadas criaturas? Dios no guardó a los ángeles cuando pecaron, ni les dio tiempo para arrepentirse, sin embargo con frecuencia soporta pacientemente al hombre pecador, a blasfemos, y a aquellos que se enrolan bajo el estandarte del demonio, Su enemigo, y no sólo los soporta, sino que también los alimenta y cría, incluso hasta los alienta y sostiene, pues “en Él vivimos, nos movemos y existimos”, como dice el Apóstol. Ni tampoco preserva solo al justo y bueno, sino igualmente al hombre ingrato y malvado, como Nuestro Señor nos dice en el Evangelio de San Lucas. Ni tampoco nuestro Buen Señor meramente alimenta y cría, alienta y sostiene a sus enemigos, sino que frecuentemente acumula sus favores sobre ellos, dándoles talentos, haciéndolos honorables, y los eleva a tronos temporales, mientras que Él aguarda pacientemente su regreso de la senda de la iniquidad y perdición. Y para sobrepasar varias de las características de la caridad que Dios siente hacia los hombres malvados, los enemigos de su Divina Majestad, cada uno de los cuales requeriría un volumen si tratáramos singularmente con cada uno, nos limitaremos ahora a aquella singular bondad de Cristo de la que estamos tratando. ¿”Pues amó Dios tanto al mundo que dio su único hijo”?. El mundo es el enemigo de Dios, pues “el mundo entero yace en poder del maligno”, como nos dice San Juan. Y “si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él”, como vuelve a decir en otro lugar. Santiago escribe: «Cualquiera, pues, que desee ser amigo del mundo se constituye en enemigo de Dios» y “la amistad con el mundo es enemistad con Dios”.

Dios, por tanto, al amar este mundo, muestra su amor a su enemigo con la intención de hacerlo amigo suyo. Para este propósito ha enviado a su Hijo, “Príncipe de la Paz”, para que por medio suyo el mundo pueda ser reconciliado con Dios. Por eso al nacer Cristo los ángeles cantaron: “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz”. Así ha amado Dios al mundo, su enemigo, y ha tomado el primer paso hacia la paz, dando a su Hijo, quien puede traer la reconciliación sufriendo la pena debida a su enemigo. El mundo no recibió a Cristo, incrementó su culpa, se rebeló frente al único Mediador, y Dios inspiró a este Mediador devolver bien por mal orando por sus perseguidores. Oró y “fue escuchado por su reverencia”

Dios esperó pacientemente qué progreso harían los Apóstoles por su prédica en la conversión del mundo. Aquellos que hicieron penitencia recibieron el perdón. Aquellos que no se arrepintieron luego de tan paciente tolerancia fueron exterminados por el juicio final de Dios. Por tanto, de esta primera palabra de Cristo aprendemos en verdad que la caridad de Dios Padre, que “tanto amó al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca sino que tenga vida eterna”,

Sobrepasa todo conocimiento. El segundo fruto que ha de ser cosechado de la consideración de la primera Palabra dicha por Cristo sobre la Cruz

Leemos en la historia de San Engelberto, Arzobispo de Colonia, asesinado por algunos enemigos que lo estaban esperando, que en el momento de su muerte oró por ellos con las palabras de Nuestro Señor, «Padre, perdónalos», y fue revelado que esta acción fue tan agradable a Dios, que su alma fue llevada al cielo por manos de los ángeles, y puesta en medio del coro de los mártires, donde recibió la corona y la palma del martirio, y su tumba fue hecha famosa por el obrar de muchos milagros.

[…] San Esteban, imitó el ejemplo de Cristo al hacer esta oración mientras era apedreado a muerte: “Señor, no les tengas en cuenta este pecado”. Y Santiago Apóstol, Obispo de Jerusalén, que fue arrojado de cabeza desde la cornisa del Templo, clamó al cielo en el momento de su muerte: “Señor, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

Y San Pablo escribe de sí mismo y de sus compañeros apóstoles: “Nos insultan y bendecimos, nos persiguen y lo soportamos, nos difaman y respondemos con bondad”. » (18)

David Flusser comenta brevemente acerca de las últimas palabras de Jesús:

«El cortejo salió de la ciudad y llegó al Gólgota, lugar de la calavera. Como era costumbre, algunos judíos piadosos ofrecieron a Jesús vino mezclado con mirra, para anestesiarle, pero él no quiso. Luego crucificaron a los tres: los dos “bandidos”, uno a la derecha y otro a la izquierda, y en medio Jesús, ya que era ejecutado como el “rey de los judíos”. Jesús dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Los soldados se repartieron entre sí las vestiduras de Jesús, mientras que un grupo de curiosos asistía a la ejecución.» (19)

¡Dios mío, dios mío!, ¿por qué me has abandonado?

(¡Eli, Eli! ¿lema sabactani?)

“Desde la hora sexta se extendieron las tinieblas sobre la tierra hasta la hora de nona. Hacia la hora de nona exclamó Jesús con voz fuerte, diciendo: ¡Eloí, Eloí, lama sabachtani! Que quiere decir: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? Algunos de los que allí estaban, oyéndolo, decían: A Elías llama éste” (Mat 27, 45-47 RVR 1960).

El portal de la fe católica ewtn.com, nos ofrece un relato parafraseado de estas palabras de Jesús que están basadas en el Salmo 22:

«Jesús gritó con voz fuerte, utilizando la poca respiración que necesitaba para expresar la terrible angustia que sentía. Se pasó “haciendo el bien” y sus seguidores lo abandonaron. Sintió en su propia carne el dolor de nuestros pecados, los tuyos y los míos, fue el precio por nuestra redención. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? A pesar de mis gritos, mi oración no te alcanza. En ti confiaban nuestros padres, confiaban, y los ponías a salvo; a ti gritaban, y no los defraudaste. Pero yo soy un gusano, no un hombre; vergüenza de la gente, desprecio del pueblo; al verme, se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza: Acudió al Señor; que lo ponga a salvo; que lo libre si tanto le quiere. Estoy como agua derramada; tengo los huesos descoyuntados; mi corazón, como cera, se derrite en mis entrañas. Mi garganta está seca como una teja, la lengua se me pega al paladar; me aprieta contra el polvo de la muerte. Me acorrala una jauría de mastines; me cerca una banda de malhechores: me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos. Ellos me miran triunfantes, se reparten mi ropa, echan a suertes mi túnica. Pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme…” » (20)

“Dios mío, clamo de día, y no respondes; Y de noche, y no hay para mí reposo. Pero tú eres santo, Tú que habitas entre las alabanzas de Israel. En ti esperaron nuestros padres; Esperaron, y tú los libraste. Clamaron a ti, y fueron librados; Confiaron en ti, y no fueron avergonzados. Mas yo soy gusano, y no hombre; Oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo. Todos los que me ven me escarnecen; Estiran la boca, menean la cabeza, diciendo: Se encomendó a Jehová; líbrele él; Sálvele, puesto que en él se complacía Pero tú eres el que me sacó del vientre; El que me hizo estar confiado desde que estaba a los pechos de mi madre. Sobre ti fui echado desde antes de nacer; Desde el vientre de mi madre, tú eres mi Dios. No te alejes de mí, porque la angustia está cerca;
Porque no hay quien ayude. Me han rodeado muchos toros; Fuertes toros de Basán me han cercado. Abrieron sobre mí su boca Como león rapaz y rugiente. He sido derramado como aguas, Y todos mis huesos se descoyuntaron; Mi corazón fue como cera, Derritiéndose en medio de mis entrañas. Como un tiesto se secó mi vigor, Y mi lengua se pegó a mi paladar, Y me has puesto en el polvo de la muerte. Porque perros me han rodeado; Me ha cercado cuadrilla de malignos; Horadaron mis manos y mis pies. Contar puedo todos mis huesos; Entre tanto, ellos me miran y me observan. Repartieron entre sí mis vestidos, Y sobre mi ropa echaron suertes. Mas tú, Jehová, no te alejes; Fortaleza mía, apresúrate a socorrerme. Libra de la espada mi alma, Del poder del perro mi vida. Sálvame de la boca del león, Y líbrame de los cuernos de los búfalos. Anunciaré tu nombre a mis hermanos; En medio de la congregación te alabaré. Los que teméis a Jehová, alabadle; Glorificadle, descendencia toda de Jacob, Y temedle vosotros, descendencia toda de Israel. (Sal 22:2-23 RVR 1960)

David Flusser nos da un breve comentario sobre este momento antes que el Señor fallezca en la cruz:

«Algunos observaron irónicamente: “El dijo que destruiría el Templo y que lo reedificaría de nuevo. Que baje de la cruz”

Los sumos sacerdotes se burlaban diciendo: «A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. ¡El rey de Israel!” También los soldados romanos hacían burla de él:

empaparon una esponja con vinagre, la pusieron en la punta de una caña, se acercaron y le llevaron la esponja hasta los labios, Hasta los que habían sido crucificados con Jesús se burlaban de él. Entonces se oyó un fuerte grito desde la cruz. Algunos pensaban que llamaba a Elías. Otros, en cambio, creían que Jesús, lleno de desesperación, clamaba:

“Dios mío, Dios mío! (Eli, Eli). ¿Por qué me has abandonado?”

Dicho esto, Jesús expiró.» (21)

Continúo con el místico relato de la religiosa agustiniana, Ana Catalina Emmerick:

«Era poco más o menos la una y media; fue transportada la ciudad para ver lo que pasaba. La hallé llena de agitación y de inquietud; las calles estaban oscurecidas por una niebla espesa; los hombres, tendidos por el suelo con la cabeza cubierta; unos se daban golpes de pecho, y otros subían a los tejados, mirando al cielo y se lamentaban. Los animales aullaban y se escondían; las aves volaban bajo y se caían. Pilatos mandó venir a su palacio a los judíos más ancianos, y les preguntó qué significaban aquellas tinieblas; les dijo que él las miraba como un signo espantoso, que su Dios estaba irritado contra ellos, porque habían perseguido de muerte al Galileo, que era ciertamente su Profeta y su Rey; que él se había lavado las manos; que era inocente de esa muerte; mas ellos persistieron en su endurecimiento, atribuyendo todo lo que pasaba a causas que no tenían nada de sobrenatural. Sin embargo, mucha gente se convirtió, y todos aquellos soldados que presenciaron la prisión de Jesús en el monte de los Olivos, que entonces cayeron y se levantaron. La multitud se reunía delante de la casa de Pilatos, y en el mismo sitio en que por la mañana habían gritado: “¡Que muera! ¡que sea crucificado!”, ahora gritaba: “¡Muera el juez inicuo! ¡Que su sangre recaiga sobre sus verdugos!”. El terror y la angustia llegaban a su como en el templo. Se ocupaban en la inmolación del cordero pascual, cuando de pronto anocheció. Los príncipes de los sacerdotes se esforzaron en mantener el orden y la tranquilidad, encendieron todas las lámparas; pero el desorden aumentaba cada vez más. Yo vi a Anás, aterrorizado, correr de un rincón a otro para esconderse. Cuando me encaminé para salir de la ciudad, los enrejados de las ventanas temblaban, y sin embargo no había tormenta. Entretanto la tranquilidad reinaba alrededor de la cruz. El Salvador estaba absorto en el sentimiento de un profundo abandono; se dirigió a su Padre celestial, pidiéndole con amor por sus enemigos. Sufría todo lo que sufre un hombre afligido, lleno de angustias, abandonado de toda consolación divina y humana, cuando la fe, la esperanza y la caridad se hallan privadas de toda luz y de toda asistencia sensible en el desierto de la tentación, y solas en medio de un padecimiento infinito. Este dolor no se puede expresar. Entonces fue cuando Jesús nos alcanzó la fuerza de resistir a los mayores terrores del abandono, cuando todas las afecciones que nos unen a este mundo y a esta vida terrestre se rompen, y que al mismo tiempo el sentimiento de la otra vida se oscurece y se apaga: nosotros no podemos salir victoriosos de esta prueba sino uniendo nuestro abandono a los méritos del suyo sobre la cruz. Jesús ofreció por nosotros su misericordia, su pobreza, sus padecimientos y su abandono: por eso el hombre, unido a Él en el seno de la Iglesia, no debe desesperar en la hora suprema, cuando todo se oscurece, cuando toda luz y toda consolación desaparecen. Jesús hizo su testamento delante de Dios, y dio todos sus méritos a la Iglesia y a los pecadores. No olvidó a nadie; pidió aún por esos herejes que dicen que Jesús, siendo Dios, no sintió los dolores de su Pasión; y que no sufrió lo que hubiera padecido un hombre en el mismo caso. En su dolor nos mostró su abandono con un grito, y permitió a todos los afligidos que reconocen a Dios por su Padre un quejido filial y de confianza. A las tres, Jesús gritó en alta voz: “¡Eli, Eli, lamma sabactani!”. Lo que significa: “¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?”. El grito de Nuestro Señor interrumpió el profundo silencio que reinaba alrededor de la cruz: los fariseos se volvieron hacia Él y uno de ellos le dijo: “Llama a Elías”. Otro dijo: “Veremos si Elías vendrá a socorrerlo”. Cuando María oyó la voz de su Hijo, nada pudo detenerla. Vino al pie de la cruz con Juan, María, hija de Cleofás, Magdalena y Salomé. Mientras el pueblo temblaba y gemía, un grupo de treinta hombres de la Judea y de los contornos de Jope pasaban por allí para ir a la fiesta, y cuando vieron a Jesús crucificado, y los signos amenazadores que presentaba la naturaleza, exclamaron llenos de horror: “¡Mal haya esta ciudad! Si el templo de Dios no estuviera en ella, merecería que la quemasen por haber tomado sobre sí tal iniquidad”. Estas palabras fueron como un punto de apoyo para el pueblo, y todos los que tenían los mismos sentimientos se reunían. Los circunstantes se dividieron en dos partidos: los unos lloraban y murmuraban, los otros pronunciaban injurias e imprecaciones. Sin embargo, los fariseos ya no ostentaban la misma arrogancia que antes, y más bien temiendo una insurrección popular, se entendieron con el centurión Abenadar. Dieron órdenes para cerrar la puerta más cercana de la ciudad y cortar toda comunicación. Al mismo tiempo enviaron un expreso a Pilatos y Herodes, para pedir al primero quinientos hombres, y al segundo sus guardias para impedir una insurrección. Mientras tanto, el centurión Abenadar mantenía el orden e impedía los insultos contra Jesús, para no irritar al pueblo. Poco después de las tres, paulatinamente desaparecieron las tinieblas. Los enemigos de Jesús recobraron su arrogancia conforma la luz volvía. Entonces fue cuando dijeron: “¡Llama a Elías!”. » (22)

Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu

“Cuando hubo gustado el vinagre, dijo Jesús: Todo está acabado…“ (Jn. 19:30).

“Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu.” (Mat. 27:50 RVR 1960)

“Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu. “(Jn 19:30 RVR 1960)

“Mas Jesús, dando una gran voz, expiró.” (Mar. 15:37 RVR 1960)

“Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró.”(Luc.23:46 RVR 1960)

«¿Que prueban estos textos?, que el hecho del calvario fue voluntario. Es el único caso, en el cual las constantes vitales salen por voluntad del que las expele, pues ¿no lo dijo así el Señor en Juan 10:17-18? «Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, mas yo la pongo de mí mismo. Tengo poder para ponerla…» O no sería ofrenda, sería una mera víctima de una violencia física; aunque la violencia física cumple su propósito a los efectos de la sangre, el acto de desatarse, cumple los propósitos a los efectos del espíritu, y prueba que Dios en la cruz, el Hijo, usando de esa potencia, en la sabiduría de hacerlo, sabe desatarse y de hecho lo hace.

Lucas, médico, en su testimonio, en su certificado de defunción del Cordero divino, hace que su Evangelio registre las palabras de la gran voz que abunda en los otros tres Evangelios. ¿Cuál era la gran voz?:

Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró.” (Luc. 23:46),

Sopló hacia afuera; y la palabra es muy fuerte, es exactamente: sacar algo de adentro y ponerlo al lado en otro lugar, un acto definido, de una voluntad asistida por una sabiduría y por un poder. ¿Acaso no es Él, con el Padre y el Espíritu, el Dios creador? ¿Acaso no es Él, que ata?, ¿y podrá atar y no podrá desatar?

Habiéndole dicho a los apóstoles que lo que ataran en la tierra sería atado en el cielo, en el orden de la proclamación, ¿iba a ser inferior el autor y el objeto y el sujeto de la proclamación a los instrumentos de la proclamación? No tendría la autoridad de la entrega, no tendría la potencia del sacrificio, no tendría la sabiduría del plan redentor.

[…] Entonces, ante la realidad divina, podemos entender que sólo Dios puede hacer lo que Cristo hizo en la cruz, en un momento de total despliegue de la sabiduría y potencia de la Palabra de la cruz. La Palabra de la cruz es todo lo que Cristo hizo y todo lo que Cristo dijo, de allí que, cuando llega la así llamada Semana Santa hablamos de las siete palabras de la cruz. Entonces, clamó esa última palabra. Obsérvese que la dice cuando —en su deidad— sabe que el sacrificio está terminado; si algo faltara no podía haber dicho la palabra anterior:

“Consumado es”, pues si está consumado, ha cumplido, y ahora tiene poder para ponerla: “en tus manos encomiendo mi espíritu”. Lo dijo un moribundo, que tiene que decir en profecía:

“Mas yo soy gusano, y no hombre; Oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo. […] He sido derramado como aguas, Y todos mis huesos se descoyuntaron; Mi corazón fue como cera, Derritiéndose en medio de mis entrañas. Como un tiesto se secó mi vigor, Y mi lengua se pegó a mi paladar, Y me has puesto en el polvo de la muerte.” (Sal. 22:6, 14-15);

¿De dónde saca la fuerza para gritar?

Es el gran testimonio, contra todo materialismo, contra todo ateísmo, contra toda infidelidad, y el gran apoyo de la fe de aquellos que han puesto sus almas bajo el amparo del grito de la cruz.» (23)

« ¡Triunfó Dios sobre las tinieblas del pecado! Jesús llevó a cabalidad su misión. La humanidad ya está salvada. Adán y Eva al desobedecer a Dios, ofendieron a un Ser Infinito, Jesús al obedecer a Dios, reparó esta ofensa y mostró cómo amar al Ser Infinito.

¡Dios mío! La obediencia a tus mandatos es dura para mi carne flaca. Ayúdame, a cumplirlos, pues a veces pienso que sí los cumplo, pero en realidad… ¿está todo acabado para mí? ¿Ya no tengo que seguir buscándote? ¿Ya se terminó mi conversión? Padre celestial, hágase tú voluntad en el cielo como en la tierra…”.

Son mis últimas palabras. Se lo digo al Padre y a toda la Humanidad. Ahora todo está cumplido. Son mis últimas palabras pero es cuando todo empieza de nuevo. “Ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente ni lo futuro… podrán separarnos del amor de Dios”. En mi cuerpo fracasado todos podrán encontrar la victoria más bella. Con mi vida se ha revelado el sentido último de la vida: acoger el amor del Padre por cada uno, como yo lo acogí, y hacerlo circular por el mundo brindándolo a todos los hermanos.» (24)

La religiosa agustiniana, comenta que:

«Por la pérdida de sangre el sagrado cuerpo de Jesús estaba pálido, y sintiendo una sed abrasadora, dijo: “Tengo sed”. Uno de los soldados mojó una esponja en vinagre, y habiéndola rociado de hiel, la puso en la punta de su lanza para presentarla a la boca del Señor. De estas palabras que dijo recuerdo solamente las siguientes: “Cuando mi voz no se oiga más, la boca de los muertos hablará”. Entonces algunos gritaron: “Blasfema todavía”. Mas Abenadar les mandó estarse quietos. La hora del Señor había llegado: un sudor frío corrió sus miembros, Juan limpiaba los pies de Jesús con su sudario. Magdalena, partida de dolor, se apoyaba detrás de la cruz. [María] de pie entre Jesús y el buen ladrón, miraba el rostro de su Hijo moribundo. Entonces Jesús dijo: “¡Todo está consumado!”. Después alzó la cabeza y gritó en alta voz: “Padre mío, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Fue un grito dulce y fuerte, que penetró el cielo y la tierra: en seguida inclinó la cabeza, y rindió el espíritu.» (25)

David Flusser, profesor de la Universidad de Jerusalén y especialista en historia y literatura judías del tiempo de Jesús, realiza una crítica al texto de las últimas palabras de Jesús en la cruz. El opina que «Según Mar 15:34 y Mat. 27:46, las palabras del salmo 22:2 fueron las últimas palabras de Jesús. Pero, a nuestro parecer, se trata mas bien de una interpretación maliciosa de la última exclamación de Jesús por parte del gentío, lo mismo que su interpretación de que llamaba a Elías. El mero hecho de que se diese una interpretación “verdadera” y otra «falsa» ya indica que la palabra no es del todo segura.» (26)

“Verdaderamente éste era el Hijo de Dios”

Yo soy el Hijo de Dios

«Jesús había venido a Jerusalén a una de las fiestas, y pasando por la pileta de Betesda, Él curó a un hombre que había estado acostado allí por treinta y ocho años. Jesús le dijo: “levántate, toma tu lecho y anda”, el hombre se fue gozoso.

Pero era día sábado. Los judíos inmediatamente acusaron al hombre de transgredir el sábado.

Mas tarde en el templo el hombre, ignorante de la enemistad contra Jesús, le dijo a los Fariseos quien le había curado. Como resultado, Jesús fue llevado ante el Sanedrín para que respondiese la acusación de haber transgredido el sábado.

En su defensa, “Jesús les declaró que la obra de aliviar a los afligidos estaba en armonía con la ley del Sábado… Jesús dijo: ‘Mi Padre hasta ahora obra, y yo obro.’…Jesús aseveró tener derechos iguales a los de Dios mientras hacía una obra igualmente sagrada, del mismo carácter que aquella en la cual se ocupaba el Padre en el cielo. Pero esto airó aun más a los fariseos…pero evadieron los puntos que Él presentaba acerca del sábado y trataron de excitar iras contra Él porque aseveraba ser igual a Dios…el furor de los gobernantes no conoció limites…Jesús rechazó el cargo de blasfemia. ‘Mi autoridad’, dijo Él, ‘por hacer la obra de la cual me acusáis, es que soy el Hijo de Dios, uno con Él en naturaleza, voluntad y propósito.’” Deseado de todas la naciones, Cáp. 21, ‘Betesda y el sanedrín’ par 18, 22, 24, 25. El problema no era la doctrina o creencia en que el Mesías era el divino Hijo de Dios, era simplemente que los judíos no creyeron en la afirmación de Jesús que el era aquella misma persona. Pero Jesús declaró la verdad – Él era el Hijo de Dios.

De repente la acusación de haber transgredido el Sábado perdió su importancia, ahora una acusación mayor fue clamada por el concilio: En su juzgamiento ante el Sanedrín, Jesús fue interrogado bajo juramento, “Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios.” (Mat. 26:63. RVR 1960)

“Jesús le dijo: Tú lo has dicho; y además os digo, que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo.” v. 64.

“Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: ! Ha blasfemado! ¿Qué más necesidad tenemos de testigos? ¿Qué os parece? Y respondiendo ellos, dijeron: ¡Es reo de muerte!” v 65 y 66.

Es claro que la nación judía entendió que la declaración de Jesús de ser el Hijo de Dios significaba que Él era divino, y era Aquel que vino ante “el Anciano de días”, para recibir “dominio, gloria y reino…” Daniel 7:13 y 14.

Fue por clamar la verdad de su filiación divina que Cristo fue acusado y hallado culpable.

“Cuando le vieron los principales sacerdotes y los alguaciles, dieron voces, diciendo: !!Crucifícale! !!Crucifícale! Pilato les dijo: Tomadle vosotros, y crucificadle; porque yo no hallo delito en él. Los judíos le respondieron: Nosotros tenemos una ley, y según nuestra ley debe morir, porque se hizo a sí mismo Hijo de Dios. Cuando Pilato oyó decir esto, tuvo más miedo. Y entró otra vez en el pretorio, y dijo a Jesús: ¿De dónde eres tú? Más Jesús no le dio respuesta. (Jn.19:6-9 RVR 1960)

Y lo entregaron para que fuese crucificado.

“Y los que pasaban le injuriaban, meneando la cabeza, y diciendo: Tú que derribas el templo, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz.” (Mat. 27:39-40 RVR 1960).

Poco sabían estos hombres y estas mujeres que si Jesús hubiera bajado de aquella cruz, no habría salvación. Gloria a Dios que Jesús no dio oídos a aquellos insultos.

“De esta manera también los principales sacerdotes, escarneciéndole con los escribas y los fariseos y los ancianos, decían:… Confió en Dios; líbrele ahora si le quiere; porque ha dicho: Soy Hijo de Dios.” (Mat. 27:41.43. RVR 1960)

“Jesús, sufriendo y moribundo, oía cada palabra mientras los sacerdotes declaraban: ‘a otros salvó, a sí mismo no se puede salvar. El Cristo, Rey de Israel descienda ahora de la cruz, para que veamos y creamos…’ Pero aunque fueron dichas en son de burla, estas palabras indujeron a los hombres a escudriñar las escrituras como nunca lo habían hecho antes. Hombres sabios oyeron, escudriñaron, reflexionaron y oraron.” (El Deseado de todas la naciones, Cáp. 78, ‘El Calvario’, Pág. 23 y 24). Y así fue que Jesús murió – por ser quien Él afirmaba ser – el ungido Hijo de Dios.» (27)

“y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y éste es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo.” (I Jn 4:3 y II Jn 7 y 9 RVR 1960)

“¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Este es anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Todo aquel que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre. El que confiesa al Hijo, tiene también al Padre.” (I Jn. 22 y 23. RVR 1960)

“En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados… Y nosotros hemos visto y testificamos que el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo. Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios… Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios; y todo aquel que ama al que engendró, ama también al que ha sido engendrado por él. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” (I J. 4:15 y 5:1,5. RVR 1960)

“El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo; el que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo. Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y ésta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida. Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero (el Padre); y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna.” (I Jn. 5:10, 11, 13,20. Jn 17:3. RVR 1960)

La religiosa agustiniana, continúa con su místico relato:

«Juan y las santas mujeres cayeron de cara sobre el suelo. El centurión Abenadar tenía los ojos fijos en la cara ensangrentada de Jesús, sintiendo una emoción muy profunda. Cuando el Señor murió, la tierra tembló, abriéndose el peñasco entre la cruz de Jesús y la del mal ladrón. El último grito del Redentor hizo temblar a todos los que le oyeron. Entonces fue cuando la gracia iluminó a Abenadar. Su corazón, orgulloso y duro, se partió como la roca del Calvario; tiró su lanza, se dio golpes en el pecho gritando con el acento de un hombre nuevo: “¡Bendito sea el Dios Todopoderoso, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob; éste era justo; es verdaderamente el Hijo de Dios!”. Muchos soldados, pasmados al oír las palabras de su jefe, hicieron como él. Abenadar, convertido del todo, habiendo rendido homenaje al Hijo de Dios, no quería estar más al servicio de sus enemigos. Dio su caballo y su lanza a Casio, el segundo oficial, quien tomó el mando, y habiendo dirigido algunas palabras a los soldados, se fue en busca de los discípulos del Señor, que se mantenían ocultos en las grutas de Hinnón. Les anunció la muerte del Salvador, y se volvió a la ciudad a casa de Pilatos. Cuando Abenadar dio testimonio de la divinidad de Jesús, muchos soldados hicieron como él: lo mismo hicieron algunos de los que estaban presentes, y aún algunos fariseos de los que habían venido últimamente. Mucha gente se volvía a su casa dándose golpes de pecho y llorando. Otros rasgaron sus vestidos, y se cubrieron con tierra la cabeza. Era poco más de las tres cuando Jesús rindió el último suspiro. Los soldados romanos vinieron a guardar la puerta de la ciudad y a ocupar algunas posiciones para evitar todo movimiento tumultuoso. Casio y cincuenta soldados se quedaron en el Calvario. » (28)

En la nota titulada “Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios”, del portal acts321.org, comenta acerca del sufrimiento del Padre y la Trinidad Divina:

«No crea usted que la gloria de Cristo es disminuida; de ninguna manera, ésta la irá realzar, porque un Padre amoroso sufrió grandemente en entregar a su Hijo para que muriese por una humanidad pecadora. (De acuerdo con la enseñanza de la trinidad, la segunda persona de la deidad se convirtió en el Hijo Jesús. Durante Su vida, Jesús se refirió a la primera persona (de un dios triuno) como ‘Padre’, sin embargo, un estudio de Su concepción revela que la primera persona no fue el padre de Jesús. Fue la tercera persona quien vino sobre ella y la cubrió con su sombra, de tal manera convirtiéndose en Su Padre. Lucas 1:34 y 35. La verdad sobre la doctrina de Dios no presenta esta confusión, porque en la encarnación, el Padre fue de nuevo el Padre de Su Hijo, a través de la omnipresencia personal de su Espíritu por la cual obra en todo el universo.)»(29)

«El Papa Benedicto XVI destacó que “sin la dimensión de la oración, el yo humano termina por encerrarse en sí mismo, y la conciencia, que tendría que ser eco de la voz de Dios, corre el riesgo de reducirse al espejo del yo”, en su homilía de la Misa por Miércoles de Ceniza celebrada ayer en la Basílica de Santa Sabina en Roma.

Tras precisar que este encerrarse en sí mismo, lleva a un ” coloquio interior (que) se convierte en un monólogo, dando lugar a miles de auto-justificaciones”, el Papa destacó que “precisamente porque invita a la oración, a la penitencia y al ayuno, la Cuaresma constituye una ocasión providencial para hacer más viva y sólida nuestra esperanza”.

Luego de explicar que la oración “es la primera y principal ‘arma’ para afrontar victoriosamente la lucha contra el espíritu del mal”, el Santo Padre subrayó que “la oración, por tanto, es garantía de apertura a los demás: quien se hace libre para Dios y sus exigencias, se abre al otro, al hermano que llama a la puerta de su corazón y pide ser escuchado, atención, perdón, a veces corrección, pero siempre en la caridad fraterna”.

“La verdadera oración nunca es egocéntrica, sino que siempre está centrada en el otro. Es el motor del mundo, porque lo mantiene abierto a Dios y por ello, sin oración no hay esperanza, sólo existe ilusión”.

“No es la presencia de Dios lo que aliena al hombre, sino su ausencia. Sin el verdadero Dios, Padre del Señor Jesucristo, las esperanzas se convierten en ilusiones que inducen a evadirse de la realidad”, precisó el Pontífice.

Benedicto XVI indicó que “el ayuno y la limosna, unidos armónicamente con la oración, también pueden ser considerados lugares de aprendizaje y ejercicio de la esperanza cristiana”. “Gracias a la acción conjunta de la oración, el ayuno y la limosna, la Cuaresma forma a los cristianos para que sean hombres y mujeres de esperanza, siguiendo el ejemplo de lo santos”, añadió.

Al hablar del sufrimiento, el Papa recordó que Cristo “sufrió por la verdad y la justicia, trayendo a la historia de los seres humanos el evangelio del sufrimiento, que es la otra cara del evangelio del amor. Dios no puede padecer, pero puede y quiere compadecer” “Cuanto más grande es la esperanza que nos anima, mayor es la capacidad de sufrir por amor a la verdad y al bien, ofreciendo con alegría las pequeñas y grandes fatigas de cada día, de modo que participen del gran com-padecer de Cristo”, agregó. »(30)

Notas

  1. www.ublaonline.org/pdfs/4%20Evangelios%2055.doc
  2. Nuestro Nuevo Testamento, Pág. 203,
  3. http://www.interviewwithgod.com/prayermovie/spanish.htm
  4. http://es.wikipedia.org/wiki/Padre_nuestro
  5. Nota de pie e pagina Nº 543, Biblia de Estudio Pentecostal Nuevo Testamento
  6. http://es.wikipedia.org/wiki/Jes%C3%BAs
  7. http://es.wikipedia.org/wiki/Cafarna%C3%BAm
  8. http://www.jesusestavivo.org.mx/cincopanes.pdf
  9. www.rndic.org/Descargas/Edif-desc-RNDIC/matm10.doc
  10. http://www.missionarlington.org/d/SP-LOC-06-47-Crea.pdf
  11. http://www.rlhymersjr.com/Online_Sermons_Spanish/022705AM_MisterioDeLosHuertos.html
  12. http://www.vatican.va/news_services/liturgy/2004/via_crucis/sp/station_01.html
  13. Introducción al estudio del Nuevo Testamento, autor H. I. Hester Publicado en 2003, Editorial Mundo Hispano, Pág. 207-208
  14. http://www.corazones.org/santos/ana_catalina_emmerick.htm
  15. http://www.recursosteologicos.org/Documents/7PalabrasCruz.htm
  16. Diccionario Bíblico Mundo Hispano, J. D. Douglas, Merrill Chapin Tenney, Publicado en 1997, Editorial Mundo Hispano, Pág. 130
  17. http://multimedios.org/docs/d000053/p000004.htm
  18. http://multimedios.org/docs/d000053/p000005.htm
  19. Jesús en sus palabras y en su tiempo, Pág. 145-146, David Flusser, Publicado en 1975, Ediciones Cristiandad
  20. http://www.ewtn.com/spanish/Tiempos%20Lit%C3%BArgicos/Cuaresma/semana_santa/triduo_pascual/siete_palabras/cuarta.htm#CUARTA%20PALABRA
  21. Jesús en sus palabras y en su tiempo, Pág. 145-146, David Flusser, Publicado en 1975, Ediciones Cristiandad
  22. http://www.corazones.org/santos/ana_catalina_emmerick.htm
  23. Voces y silencios del crucificado: Las siete palabras de la Cruz desde, pág. 127,18-129,Armando Di Pardo, Publicado en 2001, Editorial Clie
  24. Adaptación de:http://www.ewtn.com/spanish/Tiempos%20Lit%C3%BArgicos/Cuaresma/semana_santa/triduo_pascual/siete_palabras/sexta.htm#SEXTA%20PALABRA
  25. Adaptado de: http://www.corazones.org/santos/ana_catalina_emmerick.htm
  26. Jesús en sus palabras y en su tiempo, Pág. 146, David Flusser, Publicado en 1975, Ediciones Cristiandad
  27. www.acts321.org/getdata.do?source=3&id=46
  28. http://www.corazones.org/santos/ana_catalina_emmerick.htm
  29. www.acts321.org/getdata.do?source=3&id=46

30. http://lasbodasdecana.wordpress.com/2008/02/07/benedicto-xvi-sin-la-oracion-el-ser-humano-se-encierra-en-si-mismo/