Lunes, 17 de marzo de 2008
-El eterno retorno del sueño americano-
“Estados Unidos necesita urgentemente un líder excepcional” (Hans Küng, pluriteólogo) muy suizo y muy suyo)
De Meteorología Electoral parece que va la cosa. Tras la galerna Sarkozy, algo devaluada en los últimos meses por la lujuria y la soberbia, vino la Glaciación Putin & Medvédev -con vocación de durar 10.000 años- mientras aquí en este desolado solar nuestro asistíamos ayer mismo como quien dice a la performance demoledora de un Tsumami Bipartidista (Llamazares dixit; o pixit que diría Carmen Calvo). Así, pues, ahora, despejado el panorama, todos los ojos se vuelven hacia lo que nos queda, que es lo más, o sea: el Huracán Obama, que últimamente anda en tormenta tropical desinfladilla pero que, dadas las dimensiones y consecuencias del evento tampoco es moco de pavo. Y vean cuán peluda está la cosa que hasta los teólogos se hacen eco del tema como pueden ver por el encabezamiento.
Y es que sea como fuere, a todos nos tienen en un sin vivir los escarceos electorales que buscan dilucidar quien será el nuevo Emperador del Norte, el Nabuconodosor emergente de esta Babilonia nuestra tan globalizada y postmoderna en la que siervos, arrendatarios y súbditos no podremos votar y en la que los ciudadanos que sí pueden, haciendo gala de su secular absentismo, ni quieren ni les interesa conscientes o no de estar atrapados en un sistema electoral bananero y fraudulento. Veremos.
El bando republicano, siempre el más tosco, poco da de sí. Ya estrellado de una vez por todas el piadoso preacher-singer Huckabee (de poco le ha servido exhibir como baza al muy cristianísimo mamporreador de malosos, Chuck Norris), queda claro que quien entrará finalmente en liza –con el oneroso placet de Bush Jr.- será el correoso ex-militarote John McCain que exhibiendo esa pinta clásica de honesto vendedor de coches usados se proclama sin complejos la encarnación del más rancio conservadurismo por mucho que el mormón Romney siga insistiendo desde bambalinas en que el verdadero conservador es él. Nada que hacer. Todo el pescado vendido por este lado.
Así que, es en la familia demócrata donde estará la salsa que a todos nos aderezará los próximos telediarios. Y aunque la rechufla popular ya lanza su retranca en la que hay más verdad de la que parece (“Ni Hillary es mujer ni Obama negro”), tras sus últimas y ajustadas victorias, la papeleta del candidato de bíblico nombre y apellido de recio sabor africano, huele a victoria. Eso sí, aún nos quedaremos hasta abril con la incertidumbre cuando se reanude la fiesta en línea recta ya hacia la definitiva convención de Denver de agosto. Ahí saltará, de una vez por todas, la liebre. Y que sea lo que Dios quiera.
La estrella de Hillary Clinton declina tras una serie de reveses moderados pero suficientes para amortizarla poco a poco bajo el peso de la negativa e irrecuperable imagen que le otorga el ser una instalada profesional del stablishment que -apoyada por su inefable y dicharachero maridito– no se resigna al pase a la reserva y sueña con fundar una dinastía. Ha llegado incluso a insinuar a su rival la comparecencia frente a McCain en candidatura conjunta, eso sí, adjudicándose ella la presidencia. Son los nervios de última hora que no parecen afectar a su contrincante que se hace el orejas mientras se disputan agriamente y a la desesperada los votos de las mujeres, los negros, los hispanos y los jóvenes.
Tan desagradable ha llegado a ser la cosa que el Gabinete Clinton ha intentado musulmanizar la imagen de Obama -con turbante y todo- para que se filtre en el electorado la poco sutil impresión de que pudiesen estar ante un quintacolumnista del Islam que ¡¡¡horror y pavor!!! llegaría a tener en sus manos el maletín nuclear y las llaves del Reino. Pero Obama ha sabido reaccionar dejándose ver asistiendo a servicios religiosos en iglesias negras de puro patrón gospel mientras proclama su afiliación desde hace 20 años a la Iglesia de la Trinidad Unida de Cristo (¿) y los suyos le presentan como “un devoto cristiano que ora a Jesús cada noche”. Qué oportuno. Qué conmovedor. ¿Y?
Una vez sorteados estos obstáculos coyunturales la carrera de Barack hacia la Casa Blanca parece imparable. Él es la cara nueva que demandan los medios, el candidato de la ilusión y la esperanza que fascina y encanta hasta a los abstencionistas mayoritarios en el país. Lo mismo triunfa en los Grammy que en las convenciones y en los caucus. Es el candidato de la sonrisa y el buen rollito que larga discursos de tufo kennedyano (“Un presidente capaz de entusiasmar a este país como lo fue mi padre”, le define la hija de JFK) y que tiene el desparpajo de invocar a menudo a Martin Luther King Jr. instrumentalizando su memoria para traerlo y llevarlo por rastrojo en apoyo de su pobre osamenta reavivando de paso –suponemos que sin pretenderlo- rencores y heridas abiertas todavía de la lucha por los derechos civiles que no cesa. Lo que hay que ver.
Su más reciente libro (y ya va por el segundo) “La Audacia de la esperanza. Cómo restaurar el sueño americano” es toda una declaración de intenciones que concluye con la frase “Mi corazón rebosa de amor por este país”. Se trata de un alegato programático difuso trufado de anécdotas personales que buscan proyectar una imagen de hombre honesto, algo ingenuo y sin pretensiones pero de coraje y determinación proverbiales. Sin embargo, a la hora de espigarle la sustancia nos encontramos con una prédica sentimentaloide y hueca, llena de buenos deseos y grandes palabras cuyo tono rebuscadamente afable, campechano y humilde no consigue deshacer la impresión de que estamos ante un recetario de fast-food bienintencionada surgida del humus de esa izquierdilla americana pequeño burguesa bienpensante y con mala conciencia. Ya saben, lo decía el personaje de El Gatopardo: A veces es preciso cambiarlo todo para que nada cambie.
Cito textualmente el autorretrato ideológico que aparece en el prólogo y que define sin complejos por dónde van los tiros para que ningún americano medio, decente y de bien se asuste más de lo debido: “Creo en el Libre Mercado, en la competición y en la capacidad emprendedora y creo también que muchos programas del gobierno no funcionan tal como se anunciaron. Me gustaría que Estados Unidos tuviera menos abogados y más ingenieros. Creo que nuestro país ha utilizado su poder en el mundo para el bien más que para el mal; me hago pocas ilusiones sobre nuestros enemigos y reverencio el valor y al eficacia de nuestras fuerzas armadas. Rechazo la política basada solamente en la identidad racial, el género, la orientación sexual o cualquier otro tipo de victimismo. Creo que muchos de los males que aquejan a las ciudades proceden de una quiebra cultural que no puede curarse sólo con dinero y que nuestros valores y nuestra vida espiritual son, al menos, tan importantes como nuestro producto nacional bruto”. Una de cal y otra de arena. Pero la arena pesa mucho más como vemos y deja entrever que el retorno restaurado de su sueño americano puede seguir siendo la pesadilla para muchos. Como siempre lo fue.
Decía no ha mucho Dominique Moisi que el impacto simbólico de una victoria de Obama cambiaría de golpe la imagen de USA en el mundo en general y en el Tercer Mundo en particular. Por poco tiempo. Nada se traducirá en políticas concretas que impliquen cambio o giro real. La realidad se acabaría imponiendo porque no depende de una persona sino de un estilo de vida, una forma de estar en el mundo –frente al mundo más bien- que no tiene vuelta atrás y que nutren cerebros grises comunes a todas las presidencias habidas y por haber, de los que nadie puede permitirse el lujo de prescindir. Comprenderán ustedes que la pasta necesaria para llegar a donde llegue cualquier candidato factible no sale precisamente de filántropos desinteresados y benévolos.
Visto lo visto, mejor me quedo con el analista Kagan: el cambio, si lo hay, será meramente retórico. La política exterior norteamericana nutrida por las ideas de los neocon persiste desde Teddy Roosevelt y no va a cambiar por algo tan cosmético como un cambio presidencial. Los dos pilares intocables del Imperio seguirán ahí mande quien mande: la vocación misma de Imperio y la adoración fanática al Santísimo Dinero.
¿Quién tomará posesión, pues, el 20 de enero del cetro imperial y contestará el teléfono de la Casa Blanca si suena a las 3 de la madrugada? Permítanme los lectores como colofón una, no muy arriesgada, apuesta. En agosto, ganará Obama. Y en noviembre. Y dará lo mismo. Seguirá sin haber nada nuevo bajo el sol. Al tiempo.
Así que no, Herr Küng, no estamos ante un líder excepcional. Ya le adelanto que eso no lo van a ver estos ojitos que se ha de tragar la tierra, ni los suyos, vive Dios. O quizá sí, y ya han quedado hartos de tanto líder excepcional y su frase acaba siendo, con intención o sin ella, más ambigua e irónica de lo que usted mismo sospechaba.
Juan F. Muela
Fuente:
http://www.lupaprotestante.com/index.php?option=com_content&task=view&id=969&Itemid=1
Etiquetas: Barack Obama, Obama
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