El Sermón Dominical
Domingo 6 de Febrero del 2011
El problema con la religión
Pastor Tony Hancock
Nos estamos acercando al día del amor y la amistad, y muchos se
preguntan: ¿cuál será la clave para tener una relación realmente
duradera? Una iglesia había reunido a sus parejas para aprender
sobre el compromiso duradero, y entre los invitados se
encontraba un señor anciano que tenía casi cincuenta años de
casado.
El pastor le pidió que pasara al frente para compartir su
secreto de la longevidad matrimonial. El hombre respondió:
Intenté siempre tratarla bien, comprarle cosas bonitas, y para
nuestro aniversario número veinte, ¡la llevé a España! El pastor
lo miró con cara de asombro y le dijo: ¡Ese es un gran gesto!
Dígame, ¿cómo piensa celebrar su cincuenta aniversario? El
anciano respondió: Pienso ir a España a recogerla.
Parece que este hombre no había comprendido la idea de la
convivencia matrimonial, ¿no es cierto? Claro, ¡cualquiera evita
el conflicto matrimonial si su esposa se encuentra en otro
continente! Pero no es de esto que se trata el matrimonio. Este
hombre estaba en una gran confusión.
Me temo que lo mismo sucede con muchas personas cuando se toca
el tema de la religión. Es muy fácil entrar en confusión acerca
de lo que Dios realmente busca de nosotros. Es muy fácil pensar
que estamos bien con El, cuando realmente no hemos entendido lo
que El desea.
No es un problema nuevo. El pueblo escogido de Dios, el pueblo
judío, cometió este mismo error. La Biblia nos muestra su error,
pero no es para que nos sintamos mejores que ellos. La verdad es
que somos propensos a cometer el mismo error que ellos
cometieron. La semana antepasada, hablamos del problema que
todos tenemos – el problema del pecado.
Luego, la semana pasada, descubrimos una de las cosas que nos
puede cegar a nuestro problema, y hacernos incapaces de verlo –
y de encontrar su solución. Hoy veremos la segunda forma en que
nos podemos quedar ciegos. Esta es la ceguera de la religión.
Abramos nuestras Biblias al libro de Romanos, capítulo 2, y
leamos los versos 17 al 29:
2:17 He aquí, tú tienes el sobrenombre de judío, y te apoyas en
la ley, y te glorías en Dios,
2:18 y conoces su voluntad, e instruido por la ley apruebas lo
mejor,
2:19 y confías en que eres guía de los ciegos, luz de los que
están en tinieblas,
2:20 instructor de los indoctos, maestro de niños, que tienes en
la ley la forma de la ciencia y de la verdad.
2:21 Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú
que predicas que no se ha de hurtar, ¿hurtas?
2:22 Tú que dices que no se ha de adulterar, ¿adulteras? Tú que
abominas de los ídolos, ¿cometes sacrilegio?
2:23 Tú que te jactas de la ley, ¿con infracción de la ley
deshonras a Dios?
2:24 Porque como está escrito, el nombre de Dios es blasfemado
entre los gentiles por causa de vosotros.
2:25 Pues en verdad la circuncisión aprovecha, si guardas la
ley; pero si eres transgresor de la ley, tu circuncisión
viene a ser incircuncisión.
2:26 Si, pues, el incircunciso guardare las ordenanzas de la
ley, ¿no será tenida su incircuncisión como circuncisión?
2:27 Y el que físicamente es incircunciso, pero guarda
perfectamente la ley, te condenará a ti, que con la letra
de la ley y con la circuncisión eres transgresor de la ley.
2:28 Pues no es judío el que lo es exteriormente, ni es la
circuncisión la que se hace exteriormente en la carne;
2:29 sino que es judío el que lo es en lo interior, y la
circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra;
la alabanza del cual no viene de los hombres, sino de Dios.
Este pasaje empieza así: «tú que llevas el nombre de judío». Tú
y yo no llevamos ese nombre; no somos judíos de descendencia, ni
por religión. Sin embargo, este pasaje tiene mucho que
enseñarnos. Por eso, te pido que me acompañes en un viaje de
descubrimiento para entender lo quieren decir estos versículos,
y luego veremos lo que tienen que ver con nosotros.
La religión judía, con sus reglamentos y costumbres, había sido
dada por Dios a Moisés. En el transcurso de la historia, había
otras tradiciones que habían crecido alrededor de esta base. Sin
embargo, los judíos tenían la mejor religión del mundo, porque
les había sido dada por Dios.
Ellos recibieron muchas bendiciones. El nombre de judío los
separaba de todas las demás naciones del mundo, identificándolos
como la nación escogida de Dios. Habían recibido de labios de
Dios en el monte Sinaí la revelación exacta de su voluntad en la
ley. El había entrado en un pacto especial con ellos, y por lo
tanto, tenían una relación con El que ninguna otra nación tenía.
Ellos, entonces, debían ser maestros de los demás. Muchos de
ellos se sentían orgullosos de poder enseñar la ley a la gente
de otras naciones, gente que vivía en borracheras, orgías y
otras formas de desenfreno. Se llamaban a sí mismos guías de los
ciegos y luz de los que están en tinieblas. En otras palabras,
la comunidad judía se consideraba un faro en la oscuridad,
ayudando a todos a evitar el naufragio.
Pero ¿qué sucedería si los que se creían luz de los demás
resultaban estar viviendo en oscuridad? Todas las bendiciones
que Dios le había dado a su pueblo perdían el sentido si no
había obediencia. Claramente, no todos los judíos eran culpables
de todos los pecados aquí mencionados. Ellos no eran peores que
los demás.
Sin embargo, dentro de la comunidad judía, estas cosas eran
conocidas. Al no cumplir con lo que ellos mismos enseñaban,
caían bajo condenación. La marca externa de ser judío era la
circuncisión; esto los marcaba como judíos. Muchos creían que,
en virtud de haber sido circuncidados, estaban bien con Dios.
Confiaban en las marcas externas de su religión para
protegerlos.
Pablo dice, en cambio, que la circuncisión sólo tiene sentido si
el hombre circuncidado guarda la ley que mandaba la
circuncisión. Pero nadie sería inocente ante Dios simplemente
por haber sido circuncidado; al contrario, el judío circuncidado
que desobedecía las leyes de Dios sería condenado en el juicio
por el gentil incircunciso que sí los guardaba.
¿A qué conclusión llegamos? A la conclusión de que lo importante
no es tanto lo exterior, sino lo interior. ¿Cuál es el problema
con la religión? El problema con la religión es que se trata
simplemente de lo exterior. Dios, en cambio, mira el corazón. El
busca personas realmente arrepentidas, personas que confían en
El y que lo aman de corazón. No le interesa la religiosidad.
Nosotros también podemos tener una religión muy buena. Podemos
enseñar y aprender cosas muy buenas. Podemos escuchar los
mejores sermones, cargar a la iglesia una enorme Biblia y
recitar versículos de memoria. ¿Es malo esto? ¡De ninguna forma!
Es bueno. Hemos recibido muchas bendiciones. El tener acceso a
la Palabra de Dios es una de ellas.
Sabemos también que debemos de compartir con los demás lo que
hemos oído. Somos llamados a testificar. Si otros saben que
somos creyentes, ¿obedecemos lo que les enseñamos? Si confiamos
solamente en nuestra religión, quedaremos bajo condenación. Si
pensamos que con asistir a la iglesia, llevar la Biblia y hacer
algunos movimientos religiosos ya hemos quedado bien con Dios,
estamos muy equivocados.
Los judíos confiaban en la circuncisión para ser librados del
castigo en el día del juicio. Nosotros podemos confiar en el
bautismo – otra marca exterior – para librarnos del castigo de
Dios. Si lo hacemos, caemos en un gran error. La circuncisión no
valía nada si no había un cambio en el corazón de la persona.
Tampoco sirve para nada el bautismo si sólo es por fuera.
De hecho, el mismo Moisés que recibió de Dios el mandamiento de
la circuncisión para los varones judíos también les dijo que
circuncidaran sus corazones. La circuncisión física siempre
debía ser simplemente un símbolo externo de la transformación
del corazón, dejando atrás el pecado y viviendo en santidad.
Pero muchos no lo veían así. Confiaban en lo externo, en el
símbolo, ignorando la realidad. Se parecen a una hermana que,
cuando quiere esquivar las atenciones de algún hombre, se pone
su anillo de bodas. Esta hermana no está casada; el anillo de
bodas no es suyo. Sólo aparenta estar casada cuando le conviene.
Lo mismo le sucedía al judío circuncidado, cuyo corazón no había
cambiado. Lo mismo le sucede al creyente bautizado, que no ha
sido limpiado en su corazón. Sin una entrega sincera a Dios, el
bautismo no significa nada. Sólo es un chapuzón en el agua.
Tiene un significado bello, pero no tiene ningún efecto por su
propia cuenta, si no representa un verdadero cambio de corazón.
Sólo el Espíritu Santo puede realizar esta obra, y El lo hace
cuando nos arrepentimos y ponemos nuestra fe humilde y sincera
en Jesucristo, nuestro Señor y Salvador. Tendremos mucho más que
decir acerca de El en las semanas venideras, pero por ahora,
quiero que comprendas esto.
Ninguna religión te puede salvar. Si la mejor religión del
mundo, dada por Dios, no pudo salvar a los judíos cuando sus
corazones no cambiaron, ninguna religión te podrá salvar a ti
tampoco. Lo único que te puede salvar es una transformación del
corazón, un cambio que sólo Dios puede hacer.
¿Le has permitido hacerlo? ¿Le has invitado a cambiarte? ¿Te has
entregado a El?
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