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EL OPUS DEI: ¿UN FARISEÍSMO, UN SADUCEÍSMO, UN HERODIANISMO?

31 May

EL OPUS DEI: ¿UN FARISEÍSMO, UN SADUCEÍSMO, UN HERODIANISMO?
R. P. Raúl Sánchez Abelenda

PRIMERA PARTE: ORDEN GENERAL

La Iglesia católica hoy está sumergida en múltiples problemas. Lamentablemente estos problemas se han ido encarnando de quince años a esta parte y ya está institucionalizado, han tomado carta de ciudadanía y forman parte de la mentalidad de la gente. Ahora es muy difícil sacarla de allí. Cuando el último Cónclave, hablaba con amigos de Buenos Aires, y les decía que, si por un milagro Dios nos diera un Papa como San Pío X, que con mano enérgica y con celo quisiera arreglar las cosas, restituyendo, por ejemplo, el verdadero culto, que está en la Misa de siempre y cuya existencia tiene por lo menos, 1500 años (…) si quisiera arreglar eso, ese Sumo Pontífice se quedaría con diez personas, porque la misma gente que quiere que las cosas estén bien ya tiene la mentalidad cambiada. En la nueva misa, por ejemplo, lo único que no quieren es que haya guitarras, y el problema de la nueva misa nunca fue de guitarras. El problema es si se conserva o no se conserva el rito (…).

A raíz del Concilio Vaticano II, que fue la eclosión de algo muy sedimentado, la Iglesia se ha empapado de liberalismo, y no constituye una ofensa para nadie decirlo, porque en las mismas proclamas de las autoridades oficiales está el liberalismo. Incluso algunas emplean fórmulas que son marxistas, como la del «hombre nuevo», pero el hombre nuevo que ahora se menciona, nunca es colocado en una perspectiva sobrenatural, a ese «hombre nuevo» (también San Pablo habla del «hombre nuevo», pero el hombre nuevo que ahora se menciona, nunca es colocado en una perspectiva sobrenatural, a ese «hombre nuevo» que simplifican l ponen siempre en cosas temporales.

Dentro de ese liberalismo, decía, que tiene carta de ciudadanía en la Iglesia, está el llamado «liberalismo de tercer grado».

El «liberalismo de primer grado» es el laicismo. El de «segundo grado», que fue el que primó en los últimos ochenta años de nuestra cultura argentina, consistía en respetar un catolicismo de conciencia (que se enseñara el catolicismo en las parroquias, en las escuelas públicas después de las horas de clase, y también alguna provincia admitió la enseñanza religiosa, etc. etc.) De manera que se trata de un «liberalismo católico».

Ahora bien, el «liberalismo de tercer grado» es el catolicismo lliberal, y el catolicismo liberal ha sido condenado por la Doctrina de la Iglesia, y me remito a los Papas Gregorio XVI con la Mirari Vos, Pío IX con la Quanta cura y con el Sylabus (proposición 80).

Yo coloco al Opus Dei en el «liberalismo de tercer grado»: es un catolicismo liberal, y entre el liberalismo y el catolicismo no hay acuerdo posible. Me remito a la obra, que sigue vigente, El liberalismo es pecado», de Sardá y Salvany, y también a la formidable obrita del Cardenal Billot «El error del liberalismo».

Y las tres tentaciones de nuestro Señor Jesucristo dan sentido a los múltiples problemas que vive la Iglesia. Fijémonos que el demonio no puede presentar la última tentación de golpe, tuvo, en cambio, que ir gradualmente (…) El demonio no pudo presentarle abiertamente la tercera tentación a Cristo; en cambio, es muy fácil que un católico con cierta espiritualidad, ejercitando vencer las pasiones, rehuya las tentaciones sensibles y no pueda resistirse a la invitación a «conquistar el mundo». El diablo le dice entonces: «¡Conquista el mundo, porque tú, cuando conquistes el mundo, lo conquistarás para Cristo!

Entonces yo pregunto: ¿con qué tipo de tentación está mechado el Opus Dei? Está mechado con la tercera tentación, que el diablo no puede presentar abiertamente ante nosotros. No se olviden de que eso de querer ganar al mundo para Cristo, aparece como muy apostólico…

Yo sostengo que el Opus Dei hace una síntesis de tres cosa que no son cristianas, y me remito en esto a la historia. ¿Cuáles fueron los enemigos clásicos de Jesucristo mientras vivió su vida pública? El fariseísmo, el saduceísmo y el herodianismo. Los herodianos aparecen menos, sin embargo dialectizan la obra de Jesucristo. «¿Hay que pagar el tributo al César?»… Se lo cuestionaron los herodianos, ,porque no querían la dominación romana, y entonces dialectizan a Nuestro Señor con los problemas de este mundo, y Nuestro Señor, la Sabiduría infinita, manda «dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». O sea, que esa dialéctica entre lo temporal y lo sobrenatural, es de cuño herodiano.

El Opus Dei, dice Monseñor Escrivá de Balaguer, tiene que volcarse al mundo y secularizarse, y agrega que no debe haber dialéctica entre progresismo e integrismo, entre mundo y espiritualidad (…)

¿Cuáles son las objeciones que los saduceos le ponen a Jesucristo? los saduceos no creen en la resurrección de la carne (…) El saduceísmo es algo puramente temporal, y el Opus Dei tiene un cuño saduceísta con esa apetencia de lo temporal, de los poderes de la política, de la economía, el poder que da el dinero, etc., etc.

Y el fariseísmo, como dice el Padre Castellani repitiendo a San Gregorio Papa, es la corrupción de lo religioso. Y creer que yo me salvo porque pertenezco al Opus Dei, acusa una religiosidad muy malsana.

Pero pienso que, entre este herodianismo, este saduceísmo y este fariseísmo, la clave la da (y esto se le puede escapar a la gente del Opus Dei y a los que simpatizan con él) el saduceísmo. El saduceísmo fue algo que ya en tiempos de Jesucristo se arrastraba del Antiguo Testamento; por eso, al decir que el Opus Dei propugna un neo saduceísmo en los católicos militantes o practicantes, decimos que el Opus Dei está resucitando algo del Antiguo Testamento.

Y el saduceismo, aunque existan matices, viene a ser un sinónimo del calvinismo., El calvinismo aparece en el siglo XVI, recoge la reforma luterana, con su cultura clásica se propone darle un sentido clásico a eso burdo y salvaje que fue la doctrina de Lutero, y fundamenta la salvación estableciendo la predestinación.

¿Cómo hace Calvino para fundamentar esa predestinación? De un modo gráfico, él se pregunta: «¿Cómo me consta a mí, o cómo les consta a los cristianos calvinistas, que estoy, o que están salvados?» Se vale de, y recoge un contexto del Antiguo Testamento. Ustedes saben que Nuestro Señor tuvo que aplicar con los judíos, que eran de dura cerviz, una pedagogía que iba de lo interno a lo externo, de lo sensible a lo espiritual (pedagogía que luego irá depurando). Así, hacía uso de bienes materiales: quien es fiel a Dios, tiene bienes materiales (que en esa época estaban representados por la prole, manadas de ovejas, campos, embarcaciones, etc.). La bendición de Dios, en ese contexto, se manifiesta con bienes materiales, otorga poder.

Y en el libro de Job, encontramos un ejemplo claro. El protagonista, que no es hebreo, puede ser semita, y los especialistas sostienen que pudo haber sido idumeo, es probado por Dios. Dios permite que se quemen sus campos, que se mueran sus animales y sus hijos, que hasta se vuelva leproso y termine rascándose las úlceras con una teja en un estercolero, mientras sus amigo le reprochan: «Tú que fuiste siempre tan bueno con Dios y tan fiel a la Ley, ¿cómo es que Dios te castiga?» Claro ante sus contemporáneos, Job aparecía como maldito, ya que la señal de estar bendecido por Dios era ser rico. Job reniega del día de su nacimiento, pero -como dicen las Sagradas Escrituras. nunca pecó. Pasada la prueba, Dios bendice a Job devolviéndole aquello de lo que lo había privado, pero multiplicado. De manera que, en el Antiguo Testamento, el bendecido por Dios, era el hombre favorecido temporalmente. Y esto nos lleva a Calvino.

Max Weber señala al protestantismo como promotor del capitalismo liberal. Pero, ¿qué protestantismo? El protestantismo calvinista: no en balde el calvinismo influyó mucho en Inglaterra -dueña de dos mares y de la Commonwealth-, y en los Estados Unidos, tanto en su constitución como en su sistema de gobierno, y luego en su espíritu imperialista, que los impulsó a buscar extenderse hacia el oeste y hacia dominios mejicanos, españoles, etc.

Así entonces, el calvinismo recoge la figura del Antiguo Testamento y sostiene que el cristianismo calvinista (el «cristianismo verdadero») que cree en el poder temporal, podrá sentirse seguro de estar salvado. La señal, entonces, es tener poder de las finanzas, los controles de la cultura, integrar un gabinete, fundar universidades, integrar los directorios de bancos, etc., etc. El calvinismo es una expresión depurada, y un poquito refinada, de ese saduceísmo brutal que existía en tiempos de Nuestro Señor, y que forma parte de la mentalidad judía.

Es la característica del Opus Dei: esa apetencia de dominar lo temporal, para luego, mediante ese dominio de lo temporal, hacer apostolado. Obviamente ellos no lo van a decir claramente porque suena un poco fuerte, pero sí van a insistir en que su espiritualidad es laical, es secular, en que hay que lograr una armonía con el mundo.

Bien, si yo procuro una armonía con el mundo, tengo que servirme de todo lo que me da el mundo. Es cierto que «para santificarlo», como dice el Opus Dei, pero no puedo dejar de valerme de aquello que no solamente me brinda, sino que constituye la estructura del mundo. ¿Y cual es esa estructura que constituye el mundo? El poder.

El poder del dinero, de la cultura, de las influencias. El mundo es poder. Porque el mundo sabe que, después de él, no hay nada más. Decía San Pablo que «si no resucitamos para nuestra fe, comamos y bebamos» o sea, vivamos el espíritu del mundo, vivamos el poder, el poder material… con mucho «equilibrio», por cierto, con mucha eutrapelia (buen humor), pero son esas las cosas «del mundo», y esa es la postura del Opus Dei, que insiste en una espiritualilidad laical y en un compromiso con el mundo.

Se puede hacer frente a esto con tres frases del Evangelio. En primer lugar, Jesucristo pone como norma de oro que rige nuestra conducta aquello de «buscar primero el Reino de Dios», su ordenamiento, su santidad, eso significa la justicia, que es el objetivo de todo cristiano, lo que me hace justo ante Dios, y me hace justo porque la Sabiduría de Dios (no la voluntad de Dios), lo ha establecido como justo (la Sabiduría de Dios lo establece y la Voluntad divina lo impera), y lo demás «se dará por añadidura». El espíritu secular, mundano, calvinista, insiste y pone el tono en la «añadidura», más que en el «Reino de Dios».

¿De manera que yo busco primero la añadidura, canonizo, santifico, primordializo la añadidura, para luego buscar el Reino de Dios y su justicia? ¡Jesucristo no nos ha enseñado eso!

Otra frase del Señor: «No ruego por el mundo, sino por estos que están en el mundo». Fueron las palabras testamentarias de Nuestro Señor, las que usó en su sermón de despedida con sus íntimos, cuando el Corazón del Salvador se abrió de par en par, antes de entregarse con plena libertad y por amor a su Padre y a nosotros, a su Pasión.

Y aquélla otra frase que pertenece a Nuestro Señor, aunque la dice San Pablo: «No queráis conformaros con este siglo». Esto lo dice la Palabra Revelada, y junto a ella, todas las éticas cristianas, tan múltiples, tan variadas, desde los Padres del desierto, pasando por todas las corrientes de espiritualidad legítimas, algunas muy fieles, otras quizás no tanto, han presentado esta separación del mundo.

Cuando la Iglesia orienta correctamente al individuo, evitando el clericalismo, siempre le dice que el cristiano, si bien tiene que cumplir sus tareas, sus deberes de estado en este mundo, no puede identificar su fin, su salvación eterna, su felicidad total, con el espíritu del mundo, O sea que el cristiano, aunque está en el mundo, no debe dejarse avasallar por el espíritu del mundo, porque el espíritu del mundo es contagioso y nos aparta del espíritu de Cristo.

Ahora bien, el calvinismo tiene otra inflexión, que resulta un poco más sutil.

El calvinismo se caracteriza por un voluntarismo. La teología y la filosofía cristianas, siempre han defendido la primacía de la inteligencia sobre la voluntad. No el primado racionalista cartesiano, que ya corresponde al mundo moderno(…) «Voluntas sequitur intellectum», es decir, «la voluntad sigue al entendimiento», es un adagio, un apotegma de la filosofía y de la teología católica. El objeto de la voluntad es el bien, pero la voluntad no lo conoce, quien le presenta a la voluntad el bien para que lo desee, lo apetezca y lo alcance, es la inteligencia. La sana teología, y la espiritualidad se basa siempre en una sana teología, no es voluntarista, es intelectualista.

El calvinismo, por el contrario, se basa en un voluntarismo a ultranza. El voluntarismo ya empezó a manifestarse en la decadencia de la Edad Media, sobre todo el la obra de Ghillermo Ockam. Todo el pensamiento moderno no surge de pronto y por obra de René Descartes, sino que se arrastra de la misma corrupción de la escolástica medieval (en ella tuvo su causa y su proceso).

De tal voluntarismo se valdrá Calvino para fundamentar la teoría de la predestinación.

La teoría de la salvación calvinista es horrorosa, porque hace depender la salvación del antojo de Dios. Dios hace nacer a algunos hombres para que se condenen y a otros para que se salven. El que está destinado a salvarse, aunque sea un granuja, se salva; y el que está destinado al infierno, aunque sea un santo varón, se condena.

La predestinación calvinista ha sido condenada por la Iglesia católica, felizmente y con términos claros, como debe proceder la autoridad cuando condena algo, y se debe proceder «dogmáticamente», no «pastoralmente» (que es un término que han inventado ahora y que se presta a cualquier cosa). Cuando se defiende algo, se debe precisar la tesis y se debe obligar a los fieles, por lo menos intrínsecamente, a seguir esa definición si se quiere seguir siendo católico.

Pues bien, hay una predestinación católica, por supuesto que la hay, a ustedes les basta con ver el prólogo de esa bellísima carta de San Pablo a los Efesios. ¿Cómo Dios va a ignorar, en su acto simplísimo de saber, Dios que conoce la omnipotencia de su Sabiduría los futuros contingentes, si alguien está salvado o no? Y quienes se salvan, se salvan por los méritos de Jesucristo. ¿Qué diferencia la predestinación católica de la luterana? La predestinación católica salva la justicia divina: la Sabiduría divina rige a la voluntad divina, aunque todo se aúne en la simplicidad divina.

En cambio, para Calvino, la voluntad divina está sobre y se impone a la inteligencia divina. Y eso se manifiesta al comparar a Dios como legislador y como juez. Para nosotros, los católicos, y conforme a la doctrina d Santo Tomás de Aquino, Dios primero es Legislador, en el orden natural y en el orden sobrenatural. La inteligencia divina ha establecido un orden en el mundo. Creó al mundo y al hombre, rey de la creación, conforme a un orden. Un orden querido por Dios, pero no querido arbitrariamente. Cuando se dice orden, se está haciendo alusión directa a la inteligencia: es propio, y le corresponde al sabio, al que conoce, ordenar (…) De manera entonces que en la concepción católica permanece Dios como Legislador. Dios es nuestro juez, juzgará si nosotros, haciendo buen uso de la libertad en el tiempo, hemos o no hemos cumplido su ley. Dios nos juzgará en virtud de las leyes que nos hadado. No estamos obligados a obedecer ciegamente sus leyes: nos ha hecho libres de acatar o no sus órdenes. Si las hemos acatado, si hemos observado la ley divina, nos juzgará premiándonos. Si no la hemos observado (somos libres de no hacerlo), en ese caso, y no por un antojo, seremos condenados.

En Calvino las cosas se invierten: prevalece el «Dios-juez» sobre el «Dios-legislador». Incluso extenderá esta idea a la concepción del Derecho, y llega a decir que al Derecho «lo hace la voluntad de los jueces». No hay normas objetivas en el Derecho, aún en el Derecho humano, y con mayor razón no las habrá en el divino.

Este calvinismo voluntarista tiene que refugiarse en algo que implique y asegure el ejercicio dl poder, del dominio, en una concepción prometeica y voluntarista del hombre, porque la base de esa horrible predestinación de Calvino es su concepción voluntarista de Dios y de la economía de la salvación. Entonces Dios condena porque prevalece en Él la voluntad y hace lo que se le antoja, y lo que Dios hace es santísimo e inapelable.

Ahora bien, ¿cómo se asegura a un cristiano que está salvado?, cómo se refleja en lo temporal esa Voluntad eterna?, ¿cómo se manifiesta que Dios ha decretado desde su «santísimo antojo» salvarme y no condenarme aunque yo sea un granuja? Dios me beneficiará con bienes materiales, poder, influencias, etc. O sea, se resucita la vieja concepción judía (que antes de Cristo le valió a Dios como pedagogía) trasladada ahora a una visión cristiana.
Esta idea del paralelismo entre el calvinismo y el «opusdeismo» no es mía. El profesor Elías de Tejada y Espínola la expuso claramente en una de sus glosas, la número 3 de la lección4, página 149 del segundo tomo de su «Filosofía del Derecho». En ella, y a propósito de la concepción jurídica de un prominente hombre del Opus Dei, Álvaro d’Ors, hace notar que tiene su antecedente en el calvinismo, en el voluntarismo y saduceismo calvinistas. Elías de Tejada no emplea exactamente la palabra «saduceísmo», pero en cambio ésta sí aparece en el libro de Wast, en la página 78, a propósito del poder de las finanzas de que se vale el Opus Dei.

Hago un resumen antes de pasar a la parte instrumental:

-Hay múltiples problemas institucionalizados en la Iglesia, que la Iglesia oficial hoy quiere galvanizar, canonizando todo lo que se ha hecho con y a partir del Concilio Vaticano II.

-En este momento de pseudoequilibrio que puede imantar, hipnotizar, adormecer a tantos católicos que son justos, que viven de su fe, que quieren ser católicos desde las entrañas, se introduce con peligro el Opus Dei, que recoge siempre, en los países católicos, sus feligreses, sus socios, en la derecha (no me gusta hablar de «derecha» e «izquierda», ni siquiera en política, porque es un modo liberal de expresarse, pero como estos términos se usan, los tomo a modo instrumental), en nuestro ambiente de derecha,, tradicional, los cautiva con ese orden de fomentar la propia espiritualidad, de prepararlos para conquistar el mundo, porque ese mundo se conquista para Dios, y hay que tener «influencias en el mundo».

El Opus Dei no acepta hacer dialéctica entre tradición y esta nueva postura ante el mundo, esta «apertura apostólica» que nos ha legado el Concilio Vaticano II.

-Hay también un marcado herodianismo en ese compromiso con el mundo, que es el olvido de las palabras divinas: «buscad primero el Reino de Dios…»; y un fariseísmo con ese espíritu de ghetto que los caracteriza y que hace que les importe salvarse ellos y no a los demás, cuando el genuino espíritu católico es tener afán apostólico de salvar a todos, porque aún el monje, el anacoreta en el desierto, buscan la salvación de las otras almas. No en balde pío XI declaró «Patrona de las Misiones Católicas» a Santa Teresita, una monjita recluida en un Carmelo, que, sin embargo, hizo tanto por las misiones como el incansable San Francisco Javier, que sí se esforzó materialmente. Todo espíritu de oración y de sacrificio no es de ghetto, sino que es para todos.

-Y en esa perspectiva se inscribe el Opus Dei especialmente con su característica de «saduceísmo calvinista», o de «neocalvinismo» que resucita al saduceísmo. con esa impronta, con esa tónica, con esa dominante, especialmente en el afán de lo temporal, por más que la gente del Opus Dei diga que se trata de conquistar el mundo para Cristo.

-Es un calvinismo voluntarista, de ahí la convicción de estar salvado por la pertenencia al grupo, y que los demás revienten (disculpen la expresión un poco brusca), y que responde a esa concepción calvinista de la predestinación por la que Dios salva a quien quiere, y a quien quiere condena.

SEGUNDA PARTE: PARTE INSTRUMENTAL

Entre las cosas que el Opus Dei defiende, está el pluralismo.

Una santa doctrina católica no puede defender el pluralismo. Y en eso me acoto a lo que dice San Agustín: «sólo la verdad tiene derecho, el error no tiene derechos». Me dirán: «Padre, el Concilio Vaticano II sacó un documento sobre la libertad religiosa, que canoniza en la letra, y no sólo en el espíritu, el pluralismo y la libertad religiosa».

Según esto, parece que el error tiene tanto derecho como la verdad… Y bien, ante este decreto del Concilio Vaticano II yo levanto la Quanta cura, en la que Pío IX comprometió su infalibilidad.

Como se ha dicho desde la suprema cátedra romana, lo ha dicho el Sumo Pontífice, este Concilio no fue dogmático, fue pastoral. y los dogmático prevalece sobre lo pastoral. Cuando veo que lo pastoral va en contra de lo dogmático y lo oscurece, yo me atengo a lo dogmático, y Pío IX, como ya dije, en la Quanta cura compromete su infalibilidad.

De manera entonces, que el pluralismo no se puede defender (…).

El pluralismo está rechazado por la doctrina católica, mientras que el Opus Dei en el libro «Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer», defiende el pluralismo.

Jesucristo nos manda que confesemos públicamente nuestro catolicismo. Es evidente que un católico no tiene necesidad de andar con un altavoz diciendo en todas las esquinas del pueblo: «¡soy católico!». Pero Santo Tomás de Aquino en la «Suma Teológica» cuando habla de la confesión de la fe (que es un acto de fe externo), sostiene que, cuando se pone en duda, cuando se tergiversa, cuando se enturbia la fe, hay obligación de confesar la fe. Y Jesucristo dice en San Lucas (hay lugares paralelos también en San Mateo y San Marcos): «A aquel que me confesare delante de los hombres, Yo lo confesaré delante de mi Padre».

Así que Nuestro ¨Señor nos pide la confesión pública de nuestra fe católica: cuando esta fe católica se ve atacada o enturbiada, yo no me puedo cruzar de brazos. Y aquí Monseñor Escrivá de Balaguer dice que no hay que confesar públicamente el catolicismo. Está en la página 72 y siguientes de la obra citada.

Con respecto a la libertad personal, encontramos una libertad personal hipertrofiada, que no está comprometida con nuestra fe católica.

En buena hora que usemos de nuestra libertad personal; hay que usarla, que para eso Dios nos hizo hombres. No habría historia humana si no existiera el agente de la historia que es el hombre, agente racional y libre (…). Pero nuestra libertad no es absoluta. Lo único absoluto es la verdad, y Jesucristo ha dicho «la verdad os hará libres».

Yo no le voy a discutir a quien me hable de «dignidad humana», pero según nuestro catecismo de la infancia, según Santo Tomás de Aquino, lo correcto es hablar de «dignidad de la naturaleza humana». Sin duda, la naturaleza hunama se manifiesta en nosotros desde que somos personas, pero la oración que bendice el agua, la segunda oración hermosísima del Ofertorio de la Misa tradicional dice: «Oh Dios, que maravillosamente creaste la naturaleza humana y más maravillosamente la restituiste, bendice…», etc. Vemos que habla de la «naturaleza humana», y exalta la obra de restitución por encima de la de creación. Pero aún en esa naturaleza humana primero está la verdad, primero está nuestra inteligencia, que está hecha para la verdad. Y si al hombre se le concedió libertad, será para que libremente busque y alcance el bien. Porque el hombre no puede buscar y abrazar la verdad si no es libremente. El modo de ser humano ante las grandes cosas es libre (a diferencia de las funciones vegetativas, que prescinden de la libertad).

Promover como un ideal, como un desideratus, como la esfera suprema del hombre, la libertad personal, al margen de la verdad católica, promover ese «liberalismo de tercer grado», está patente en la obra que cité («Conversaciones con…») del fundador del Opus Dei, páginas 55 y 59 como así también en otra obra: «El Opus Dei y la libertad religiosa y de conciencia», Página 70.

A nosotros nos toca defender la escuela católica (…) no podemos a que nuestra universidad, nuestra escuela pública (primaria y secundaria) sea católica, porque el catolicismo debe primar en la enseñanza, como debe primar en toda la estructura cultural y política del país. Pues bien, el Opus Dei rechaza o hace caso omiso de la escuela católica. Llama la atención que ninguno de los colegios o universidades que han abierto en nuestro país lleven nombre religioso, y que no haya restos externos de pertenecer a un grupo que se dice católico.

Habla de la «autonomía universitaria». Yo soy el primero en defender la autonomía de cátedra, siempre que se conforme a la verdad (una autonomía de cátedra para la subversión es inadmisible). Sin embargo el Opus Dei defiende una autonomía universitaria no comprometida con la verdad católica (página 117 y siguientes de la citada obra). Es la dialéctica que apunté al principio, a propósito, a propósito del herodianismo, dialéctica entre integrismo y progresismo. Dice Escrivá de Balaguer: «No tenemos que dejarnos llevar de la falsa dialéctica entre integrismo y progresismo, nosotros estamos por encima de esa dialéctica». Está en la página 43.

En cuanto al ecumenismo, hace gala del mismo.

Acabo de leer, en «Itineraires» nº 220, página 159, de febrero de 1978, que Louis Salleron habla del ecumenismo y dice: «el ecumenismo es la parte más importante y misteriosa del pontificado de Pablo VI» (que es cita de las mismas palabras de Pablo VI, quien dijera: El ecumenismo es la parte más importante y misteriosa de mi pontificado»).

Entonces se pregunta el mencionado autor: ¿por qué ese misterio? ¡Si lo más importante para un Pontífice, aquello que marca su pontificado, no puede tener un sentido misterioso, tiene que ser clarísimo!

Ya sabemos para qué ha servido ese ecumenismo posconciliar. Y ese ecumenismo se conforma a la dinámica y realiza el espíritu del Opus Dei.

En la definición del Opus Dei está latente ese espíritu secularizante, universalizante (los protestantes y los no cristianos pueden integrar la filas del Opus Dei). «Amar apasionadamente», son palabras de una homilía de Monseñor Escrivá de Balaguer, pronunciada el 8 de octubre del año 1967, en el campus de la Universidad de Navarra (…).

Siguiendo con la obra que venimos analizando («Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer»), el periodista que entrevista a Monseñor hace la siguiente pregunta: «¿Cómo se inserta el Opus en el ecumenismo?»

Responde Monseñor Escrivá de Balaguer: «Ya le conté el año pasado a un periodista francés, y sé que la anécdota ha encontrado eco incluso en publicaciones de hermanos nuestros separados, lo que una vez le comenté al Santo Padre Juan XIII, movido por el encanto afable y paterno de su trato: «Padre Santo, en nuestra Obra siempre encontramos todos los hombres, católicos o no, un lugar amable, y no he aprendido el ecumenismo de Vuestra Santidad». Él se rió emocionado porque sabía que ya desde 1950 la Santa Sede había autorizado al Opus Dei a recibir como asociados cooperadores a los no católicos y aún a los no cristianos. Son muchos, efectivamente, y no faltan entre ellos pastores y obispos de sus respectivas confesiones, los hermanos separados que se sienten atraídos por el espíritu del Opus Dei y colaboran en nuestro apostolado. Y son cada vez más frecuentes, las manifestaciones de simpatía y de cordial entendimiento a que da lugar el hecho de que los socios del Opus Dei centren su espiritualidad en el sencillo propósito de vivir responsablemente los compromisos y exigencias bautismales del cristiano».

Dice Monseñor Escrivá de Balaguer que el «Camino», que es el libro de espiritualidad del Opus, es como el Libro de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. Así, «Camino» sería un libro «de los Ejercicios del siglo XX».

Tuve la dicha de hacer los Ejercicios Espirituales de San Ignacio en un retiro de treinta días y, a pesar de admirarlos, no afirmo que sea la única forma de espiritualidad. Si «Camino» se asemeja al Libro de los Ejercicios ignacianos, no lo sé, lo que sí puedo afirmar es que no tiene nada de la «Imitación de Cristo» atribuida a Kempis.

Comprendo que la «Imitación…» pueda chocarle a algunas personas, ya que su visión antropológica, su concepción del hombre y su contorno, es un poco pesimista. Después de todo, es una obra escrita a fines del siglo XV, cuando ya la decadencia de la filosofía escolástica se manifestaba en el voluntarismo y se presagiaba la tormenta de la Edad Moderna. Admito todo eso. Pero no se puede negar que la «Imitación de Cristo» separa el espíritu del mundo del espíritu de Cristo. El Libro II de la «Imitación…», tiene una bomba H de la vida espiritual, que si cumplimos, nos hacemos santos.

Allí nos dice que en aquello que vales y no te aprecien, si lo haces por amor a Cristo, poco te importará, y te quedarás en paz, y con la paz que te da Dios.

Bien, esta idea de la «Imitación…», este «ama ser ignorado», no se compagina con esas pequeñas pinchaduras de vanidad que nos da el «Camino», cuando dice: «¡sé águila!»… Seremos águilas o seremos lo que Dios quiera cuando nos ubique en su gloria, si por su misericordia nos salvamos.

Respecto al pluralismo, en la página 101 del libro que venimos estudiando (de Editoral Rialp, que dicho sea de paso, es del Opus Dei) del año 1968, dice el entrevistador: «Aclarado este punto, quisiera preguntarle, Monseñor, cuáles son las características de la formación espiritual de los socios que hacen que quede excluido cualquier tipo de interés contemporal en el hecho de pertenecer al Opus Dei.». Entre otras cosas, responde Escrivá de Balaguer: «Como consecuencia del fin exclusivamente divino de la Obra, su espíritu es un espíritu de libertad, de amor a la libertad personal de todos los hombres. Y como ese amor a la libertad es sincero y no un mero enunciado teórico, nosotros amamos la necesaria consecuencia de la libertad, es decir, el pluralismo». En el Opus Dei, como vemos, el pluralismo es querido y amado, no solamente tolerado, y en modo alguno, dificultado. Así que aquí Monseñor Escrivá de Balaguer habla expresamente de pluralismo.

Respecto a la confesión pública de la fe, una cita de la página 72: «Tuve ocasión, Monseñor, de escuchar sus respuestas a las preguntas que le hacía un público de más de dos mil personas reunidas hace año y medio en Pamplona. Insistió usted entonces en la necesidad de que los católicos vivan como ciudadanos libres y responsables y que no vivan de ser católicos. ¿Qué importancia y qué proyección le da usted a esa idea?».

Y contesta Monseñor: «Nunca ha dejado de molestarme la actitud del que hace profesión de llamarse católico, como la de quienes niegan el principio de la responsabilidad personal, sobre la que se basa toda la moral cristiana. El espíritu de la Obra y de sus socios es servir a la Iglesia y a todas las criaturas sin servirse de la Iglesia. Me gusta que el católico lleve a Cristo, no en el nombre, sino en la conducta, dando testimonio de vida cristiana. Me repugna el «clericalismo» (¡bueno!, hay muchas clases de clericalismo, a mí también me repugna «cierto» clericalismo). Y comprendo que, frente a un anticlericalismo malo, hay también un anticlericalismo bueno que procede del amor al sacerdocio, que se opone a que el simple fiel o el sacerdote use de una misión sagrada para fines terrenos. Pero no piense que con esto me declaro contra nadie, No existe en nuestra Obra ningún afán exclusivista, sino el deseo de colaborar con todos los que trabajan para Cristo y con todos los que, cristianos o no, hacen de su vida una espléndida realidad de servicio.

«Por lo demás, lo importante no es sólo la proyección que le he dado a estas idas especialmente en 1928 (fecha de fundación de la Obra) sino la que le da el Magisterio de la Iglesia. Y no hace mucho, con una emoción para este pobre sacerdote que es difícil de explicar El Concilio ha recordado a todos los cristianos en la Constitución dogmática «Gaudium et Spes», que deben sentirse plenamente ciudadanos de la ciudad terrena, trabajando en todas las actividades humanas con competencia profesional y con amor a todos los hombres, buscando la profesión humana a la que son llamados por el sencillos hecho de haber recibido el bautismo»

Evidentemente que aquí no nos conmina el ilustre Monseñor a que hagamos una confesión pública de nuestra Fe. más bien dice que «no conviene», porque cristianos o no, basta con que se trabaje con responsabilidad personal. Hay otros textos concordantes, pero los dejo para no extenderme.

Sobre la escuela católica

En la página 119 del libro le preguntan: «¿No opina usted que después del Vaticano II han quedado anticuados los conceptos de «colegios de la Iglesia», «colegios católicos», «universidades de la Iglesia», etc.? ¿No le parece que tales conceptos comprometen indebidamente a la Iglesia o suenan a Privilegio?»

A esto Escrivá de Balaguer contesta, entre otras cosas: «He de confesar por otra parte, que no simpatizo con expresiones tales como «escuela católica», «colegio de la Iglesia», etc., aunque respeto a quienes piensan lo contrario. Prefiero que las realidades se distingan por sus frutos, no por sus nombres. Un colegio será efectivamente cristiano cuando, siendo como los demás, tratando de superarse, realice una labor de formación completa, también cristiana con el respeto de la libertad personal y con la promoción de la urgente justicia social».

Dice claramente entonces: «Yo no me comprometo con la expresión «escuela católica», cuando nuestra obligación, máxime de un país liberal, es promover la escuela católica.

Sobre la dialéctica entre integrismo y progresismo

La posición del Opus Dei está en la página 43, y dice: «Cambiando de tema, nos importaría saber su opinión respecto del actual momento de la Iglesia, concretamente, ¿cómo lo calificaría usted? ¿Qué papel cree que pueden tener en esta hora las tendencias que, de modo general, han sido llamadas progresista e integrista?».

Y la respuesta que da Monseñor Escrivá de Balaguer: «En cuanto a las tendencias que usted llama progresista e integrista, me resulta difícil opinar sobre el papel que pueden desempeñar en este momento porque siempre he rechazado la conveniencia e incluso la posibilidad de que puedan hacerse catalogaciones de este tipo. Esa división que a veces se lleva hasta extremos de verdadero paroxismo o se intenta perpetuar como si los teólogos o los feligreses en general estuvieran destinados a una continua orientación bipolar, me parece que se debe en el fondo al convencimiento de que el progreso doctrinal y vital del pueblo de Dios sea resultado de una perpetua tensión dialéctica. Yo, en cambio, prefiero creer con toda mi alma en la acción del Espíritu Santo, que sopla donde quiere y sobre quien quiere»

En otras palabras, Monseñor rechaza esa oposición porque es bipolar, dialéctica. No quiere dialécticas porque el Espíritu de Dios está por sobre la dialéctica. O sea que él asume toda la virulencia de la dialéctica y le da un aspergeo de agua bendita.

Otro tema interesante: «amar al mundo apasionadamente». La encontramos en toda la homilía pronunciada en el campus de la Universidad de Navarra, es más, así se llama el texto en cuestión: «Amar al mundo apasionadamente»

Sobre el fariseísmo de los socios

Nos remitimos otra vez a la obra «Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer». Pregunta el entrevistador: ¿De qué manera estima usted que la realidad eclesial del Opus Dei se inserte en la acción pastoral de toda la Iglesia y en el ecumenismo?

Responde Escrivá de Balaguer: «Más que considerar, porque una completa exposición doctrinal sería larga, que al Opus Dei no le interesen ni votos, ni promesas, ni forma alguna de consagración para sus socios, diversa de la consagración que ya todos recibieron con el santo Bautismo. Nuestra asociación no pretende de ninguna manera que sus socios cambien de estado, que dejen de ser simples fieles iguales a otros para adquirir el peculiar «status perfectionis». Al contrario, lo que sí procura es que cada uno haga su apostolado, y se santifique dentro de su propio estado en el mismo lugar y condición que tiene en la Iglesia y en la sociedad civil. No sacamos a nadie de u sitio, ni alejamos a nadie de su trabajo o de sus empeños y nobles compromisos de orden temporal».

Ustedes saben que a Monseñor Escrivá de Balaguer le costó mucho inscribir su instituto en la Provida Madter Ecclesia de febrero del año 1947. Cundo Pío XII da carta de ciudadanía a los institutos seculares, porque no quería el Obispo que fuera una «Pía Unión», ni que fuera un instituto secular. Le había dado una expresión sui generis, él lo llamaba «asociación de fieles», o sea que, de jure el Opus Dei es un instituto secular, aunque de facto (que es donde ellos ponen la tónica) lo niegan.

Y agrega Monseñor: «No es quizás éste el momento histórico para hacer una valoración global de este tipo. A pesar de que se trata de problemas sobre los que se ha ocupado mucho, ¡con cuánto gozo de mi alma! el Concilio Vaticano II, a pesar de que no pocos conceptos y situaciones referentes a la vida y misión del laicado, han recibido ya del Magisterio suficiente confirmación y luz, hay todavía sin embargo un núcleo considerable de cuestiones que constituyen, aún para la generalidad de la doctrina, verdaderos problemas límites de la teología. A nosotros, dentro del espíritu que Dios le ha dado al Opus Dei, y que procuramos vivir con fidelidad, a pesar de nuestras intervenciones personales, nos parecen ya dignamente resueltos la mayor parte de los problemas discutidos, pero no pretendemos presentar esas soluciones como las únicas posibles».

O sea que, en buen romance, el Opus Dei nos dice: nuestros miembros son iguales que los otros, pero por otra parte sabemos que los caracteriza una obediencia total, un secreto total, un espíritu de ghetto, de grupo «ya salvado de antemano». O sea, aparecen como los mejores cumplidores del Evangelio, pero con un espíritu de elite (y no estoy en contra de las élites, siempre en el mundo tiene que haber elites para todo) de muy extraño sabor evangélico. Y esto se inscribe en la actitud que observaban los fariseos en la época de Jesucristo. Jesucristo nunca dijo que los fariseos no cumplieran la ley, lo que les reprochó fue la motivación, el espíritu que los movía a hacer sus ayunos. Cuando Cristo señala en su parábola que el publicano salió justificado y el fariseo no, no dijo que el fariseo mentía, sin embargo no salió justificado (…).

Lo mismo podemos decir de las riquezas, las riquezas deberán honrar a Dios (lo ponen de manifiesto las palabras que Nuestro Señor pronuncia en el pasaje evangélico en el que la pecadora derrama óleo en sus pies). Ese espíritu de jerarquización, aún en las cosas materiales, tendrá que poner a Dios por encima de todo y esto no está claro en el Opus Dei, que incita a procurar los primeros puestos en todos los órdenes para luego (y si queda memoria) buscar la gloria de Dios. Existe entonces ese segmento de fariseísmo den esta actitud del Opus Dei.

Quiero terminar mi exposición con una frase del Reverendo Padre Meinvielle.

En el año 1974, la Editorial Dictio publicó en un sólo tomo tres obras del Padre Meinvielle. Estas son: «La concepción católica de la política», «Los tres pueblos bíblicos en su lucha por la dominación del mundo» y «El comunismo en la Argentina» (que es una compilación de conferencias pronunciadas entre los años 1958 y 1962) Bien, en la página 292 de esta edición encontramos esta frase:

«…el pueblo judío aprendió tan sólo una lección: la raza hispánica es imbatible de frente, pero sólo de frente. Puede ser traicionada si se acierta en proporcionarle un tratamiento debidamente dosificado de «cristianismo y mundo moderno», con el que, bajo la apariencia de apostolado, se le inoculen los virus de la antirreligión y de la antipatria. Tal iba a ser la misión en la España franquista del Opus Dei.La heroica España del ’36 ha sido totalmente emputecida y envilecida, y hoy, en la década del 70, ha quedado totalmente ganada para el mundo judío»

http://www.cristiandadfm.com/documentos/desmitif_OpusDei_Abelenda.htm

Neocalvinismo

31 May

ORIENTACIÓN PARA LA FICHA TEOLÓGICA

Neocalvinismo

El prefijo «neo» puede tener un efecto negativo o positivo. Y ‘malo si evoca una degeneración del movimiento al que se conecta, si bien es positivo si una actualización es compatible con sus orígenes históricos.

todos los movimientos se registraron intentos de hacerse cargo de casi todo lo que hay y la cuestión de si o no la premisa de la moción original: neortodossia, neofondamentalismo, neotomismo, el neo-liberalismo, neoevangelicalismo. La pregunta, obviamente, se aplica también a la expresión «neocalvinismo» pero antes de los datos necesarios, puede tientas una definición general del movimiento.

El neocalvinismo término indica un resurgimiento del pensamiento calvinista en el siglo XIX tardío y principios del XX, una recuperación que tiene como objetivo repensar las categorías Calvino en una nueva histórica, cultural y teológica.

Orígenes y características

Como sucede a menudo, el término debe su origen a una controversia. De hecho, fue utilizado contra la negativa Abraham Kuyper (1837-1920) para descalificar a su impresionante intento de repensar la fe reformada como una visión del mundo global.

Kuyper en los Países Bajos lo había hecho intérprete y promotor incansable de la fe reformada no sólo en eclesiástica, sino también el periodismo, periodístico, académico, social y político. El compromiso mostró, de hecho, un amigo de Kuyper de amplitud de perspectivas que sugieren el reformador de Ginebra.

Con el tiempo el término «neocalvinista» vino a denotar un área más amplia del pensamiento y adquirir la ciudadanía en el contexto de la teología. Sin embargo, hay algunos que siguen mostrando cierta reticencia en el uso del término en lugar de centrarse en el clásico «reformado». Es por eso que en muchos diccionarios ni siquiera existen esta «voz».

Para captar algún elemento esencial de neocalvinismo pueden ser útiles a tener en cuenta la situación teológica entre y vigésimo siglo XIX. Por último, comparamos diferentes escenarios de fondo. No fueron los liberales (racionalista, moral, el sentimiento religioso, un nombre de pila) y estaban los más conservadores. En frente a la modernidad, que se supuso primero categorías del liberalismo y el otro los que se oponen en un frente.

El neocalvinismo trató de trazar un camino diferente, un camino que no coincidían con el liberalismo y el fundamentalismo dispensacionalistas pietista y tratando de hacer frente a la cultura de acuerdo con la especificidad del cristianismo. El neocalvinismo diferían significativamente de neortodossia porque estaba muy arraigada en la propia concepción de la Reforma Escritura y especialmente Calvino. Barth El Dios totalmente otro, tranquilo y distante, era muy diferente del Dios que se reveló en una revelación histórica, y se puso a sí mismo en él.

Pero no satisfecho ni siquiera un neocalvinismo difensivistico tipo de estrategia de lucha contra la modernidad, ya que estaban dentro de neofondamentalista. Hizo hincapié en vez de la dependencia absoluta de toda la realidad de Dios y afirma la necesidad de referirse a él en todas las esferas de la vida. El cristianismo fue concebida en la «antítesis» sobre la opinión de otro mundo sin que ello implique el afianzamiento de los cristianos en los márgenes de la sociedad. Por el contrario, debe exigir la verdad y la riqueza del mensaje evangélico a todos los ámbitos de la vida.

Sin complicar las cosas demasiado puede decirse que la visión neocalvinista se basó en los artistas clásicos del calvinismo y el pensamiento prolongada suponen un soplo de aire fresco genuina-ca. Sus conocimientos y su habilidad para traducir a la práctica constituía un reto importante en el tratamiento de las diversas tendencias de la cultura.

Aunque es difícil trazar un mapa completo de los importantes exponentes más del movimiento, puede indicar, además de A. Kuyper, H. Bavinck (1854-1921) en Holanda, los teólogos de la facultad de teología de Westminster (J. Gresham Machen, C. Van Til) en los EE.UU., A. Lecerf (1872-1943) y Marcel P. (1910-1992) en Francia.

Además de éstos, podríamos citar muchos otros estudiosos que han desarrollado las ideas de neocalvinismo en muchos otros campos del conocimiento. Piense de los filósofos Vollenhoeven DHT (1892-1978), H. Dooyeweerd (1894-1977), H. Stoker, sino también a muchos otros académicos e instituciones que han prolongado el debate dentro de sus disciplinas.

Y ‘posible esbozar las principales características de neocalvinismo? Mientras que en el interior, como siempre, usted puede encontrar diferentes matices, algunos elementos se pueden considerar bastante común.

El primero hace hincapié en neocalvinismo cómo Dios es realmente el fundamento de la realidad, el conocimiento y la vida. Se le consideraba el único auto-suficiente y el único punto de referencia para pensar que la conducta humana. La distinción entre Dios y la creación es tan marcado y conduce a rechazar enérgicamente cualquier intento de cruzar la frontera que separa al Creador de la criatura. Este es el tema de la soberanía de Dios entendida en todas sus implicaciones. Un tema caro a la tradición reformada, sin embargo, que se arriesgaban a ser socavada por los compromisos con el pensamiento moderno.

Otro elemento característico de la distinción entre las leyes de Dios y lo que está sujeto a esas leyes. El establecimiento supone siempre una relación entre la ley y sujeto que no sólo se aplica al mundo natural, sino también para todos los demás aspectos de la realidad como arte, política, negocios, entretenimiento, el culto y así sucesivamente. Puesto que Dios es puesto en relación con todas las dimensiones de la vida no es de extrañar que el neocalvinismo ha demostrado atento a todas las áreas.

Otra diferencia importante se refiere a la realidad del pecado. Si la «estructura» se refiere al cosmos como debe ser creado en el plan original de Dios, la «dirección» es la orientación errónea de la creación introdujo a causa del pecado. Y como el pecado y la redención de tener una escala cósmica, esta distinción se aplica a toda la creación, por lo que incluye actividades culturales, sociales, morales y religiosas. Por ejemplo, si la estructura de la racionalidad es una criatura dado el mismo para cada tema, la dirección no es lo que puede estar en un ambiente de comunión con Dios o la neutralidad rebelión no es admisible.

La salvación en este contexto adquiere toda su fuerza y su significado. Puede ser entendida como la recreación y descanso, es decir, la gracia no destruye ni complementa la naturaleza, sino más bien recrea y restaura en la relación del nuevo pacto con Dios.

El neocalvinismo se distingue así de la religión católica porque afirma que el Dios infinito se manifiesta y permaneció a su lado. Esta es la razón por la que rechaza la autonomía de las terrenas y temporales, tales como la autonomía de la razón. Dios es verdaderamente independiente.

En el espíritu finito epistemológica del hombre puede hacer su trabajo correctamente si está relacionado con la revelación bíblica en comunión con el Espíritu que la inspiró. La fe recibe de Dios las condiciones necesarias para el funcionamiento de la razón. Su dirección es, de hecho, dañado y no se puede conocer a Dios

Como el calvinismo es una visión de la realidad que trata de repensar la existencia entera coram Deo, por lo que neocalvinismo muestra mucho interés en una extensión de la reforma propuesta en todos los campos del conocimiento. La fe cristiana no es simplemente una teoría del conocimiento, sino también y de manera inseparable, una vida y la ética.

El neocalvinista fondo significaba que en algunos países del mundo evangélico, o evangélica, más bien, recibió un alimento real. Teológica Este y el bagaje cultural permitió que el movimiento evangélico para encontrar una conexión con la Reforma y luego con el cristianismo histórico. En otros países como Italia, el evangelismo ha desarrollado en casi total independencia de sus raíces históricas, con todas las debilidades que surgen de ella.

Comentarios

Hay varias maneras de situarse en la historia y al legado de su caso. Usted puede utilizar el pasado como un friso sin contenido, o como un momento esencial para su comparecencia. El vínculo formal o un informe que tiene un valor relativo, porque lo que importa es si la herencia está adecuadamente protegerse y ampliarse.

La visión del mundo desarrollado por el reformador de Ginebra, tanto por la amplitud de la perspectiva que tuvo un impacto enorme, es uno de esos momentos clave en el progreso de la fe cristiana y neocalvinismo es una de las formas más rigurosas para preservar y revitalizar la mente en un mundo profundamente cambiado.

En lugar de utilizar un nombre como una reliquia no puede interactuar con el presente o, peor aún, el uso para fines no relacionados fundamentalmente a la visión original de la misma ha tratado de tomar en serio la realidad contemporánea sin perder el contacto con sus orígenes.

La comparación con la cultura siempre ha caracterizado al pensamiento clásico reformado y es difícil a los herederos sin llegar a un acuerdo con esta dimensión. Las presiones de la cultura que a veces requieren un precio considerable para aquellos que no tienen raíces reales y el inicio del siglo, la confrontación con la cultura mostraron signos de un vuelo, sino también de la extranjería y la succión.

Los factores son muchos y no es posible para evocar brevemente, sin embargo, sigue siendo un hecho indiscutible, a saber, que la fe reformada debe ser capaz de innovar y responder a los retos del tiempo sabiendo que la autoridad en la que no se basa dejan tiempo.

Tomado en su ambición similar, esta visión a veces no puede tener en cuenta el papel del individuo dentro de la comunidad creyente y para abogar déficit de eclesiología. Esta fue probablemente una de las principales deficiencias de la fe reformada en su nacimiento y no se puede decir que el neocalvinismo tiene suficiente trabajo en este frente para corregir la distorsión. El compromiso con el Todopoderoso parece tan descuidar el papel de la comunidad confesional o dejar un poco en las sombras.

Teniendo en cuenta las observaciones globales realizados hasta la fecha, el neocalvinismo está configurado como si la extensión real de la clásica calvinismo. Este último expresa la fuerza dinámica y creativa que, por ser inflexible en un formalismo áridas o destruir las tentaciones de la modernidad, reinterpretación y recontextualización saber en una visión coherente y consistente se originan.

Bibliografía

A. Kuyper, Conferencias sobre el calvinismo, Grand Rapids, Eerdmans 1931, J. Van der Kroef «Abraham Kuyper y el surgimiento del neo-calvinismo en los Países Bajos» CH 17 (1948) pp. 316-334; H. Hart – J. van der Hoeven – n Wolterstorf (EDD), la racionalidad en la tradición de Calvino, Lanham, MM, 1983 University Press of Amerca, A. Probst «Qu’est-ce Que le neo-calvinismo?» La Revue Réformée XXXIV (1983) pp. 67-76, D. Wells (ed), Teología Reformada en América. Una historia de su desarrollo moderno, Grand Rapids, Eerdmans 1985, J. Bratt, el calvinismo neerlandés en la América moderna, Grand Rapids, Eerdmans 1988; J. Klapweijk «La Filosofía d’apres Calvin et le neo-calvinismo» Hokhma 64 (1997) pp. 44-68.

IFED – CP 756-35100 PADOVA

http://www.riforma.net/apologetica/schedeteologia/schneocal.html

¿Cómo se origina el Neo Calvinismo?

31 May

¿Cómo se origina el Neo Calvinismo?
Publicado 23 Marzo 2009 Apologética 3 Comentarios

Abraham Kuyper
En unas entradas anteriores, dí por terminado mi propio debate acerca del Neo Calvinismo. Pero hoy lo voy a retomar para hablar con propiedad de un tema que está generando mucha controversia entre los teólogos cristianos.

Por lo que he leído, el neocalvinismo se le adjudica como término (no se si el mismo lo utilizó) a Abraham Kuyper. Un reformador y político holandés del siglo XIX.

Dentro de la Iglesia Reformada, se opuso a las tendencias liberales, lo que llevó a que se separase de ella. Así es que en 1886 dejó la Iglesia Reformada Holandesa junto a una gran cantidad de seguidores. Con el tiempo, en 1892, se formalizaría la institución de las Iglesias Reformadas de los Países Bajos, una asociación independiente que nuclearía a los disidentes y a los luteranos de Holanda.
Kuyper cultivó lo que dio en llamarse el neocalvinismo, diferenciándose del calvinismo tradicional fundamentalmente en cuanto al la interpretación del concepto de la divina Gracia y el rol del estado.
Kuyper fue uno de los pioneros en formular el principio de tolerancia mutua en el contexto del mundo reformado. Pero quizás lo más importante de Kuyper fue su opinión sobre el papel de Dios en la vida cotidiana. El creía que Dios influía sobre los creyentes, y esto debería ser demostrable en la vida cotidiana.
Kuyper decía: “Ningún pedazo de nuestra mente está sellada herméticamente, separada del resto; y no existe una pulgada cuadrada en nuestro cuerpo y dominio que no grite que Cristo es el soberano de todo”, “Dios reconstruye el universo continuamente mediante actos de tolerancia“, “la intervención de Dios es necesaria para asegurar la supervivencia de la creación”.

Lo que destaqué con negritas son los puntos que quiero evaluar a la luz de la Palabra de Dios. Respecto a que Dios reconstruye el universo continuamente mediante actos de tolerancia, creo que se trata de un postulado hereje y sin fundamento bíblico. El universo fue construido una vez y la Biblia declara que esta en un constante estado de angustia esperando la manifestación de los Hijos de Dios (Romanos 8:19-23).

Respecto a decir que la intervención de Dios es necesaria para segurar la supervivencia de la creación, tengo que alegar en contra lo siguiente: la Biblia expresa que esta tierra en su forma actual esta por desaparecer y lo único que la sostiene es la misericordia de Dios para con los escogidos. Dios retarda su ira final para que todos los escogidos entren al Reino (1 corintios 7:31, Marcos 13:20).

Respecto del concepto de la Gracia distinto al Calvinista no he encontrado mucho material, así que espero que alguno de ustedes me ayude en eso.

Despues de analizar estos puntos, creo que todo el problema vuelve a ser el de la Regeneración. Ya que algunos Calvinistas adoptaron esa doctrina como postura intelectual y sus vidas obviamente no reflejaban el carácter de un verdadero nacido de nuevo o un verdadero hijo de Dios; surge entonces una protesta al sistema de la “intolerancia legalista” del Calvinismo. Esta protesta viene representada por el Neocalvinismo, que da un mayor énfasis en la tolerancia debido justamente a la rigidez de algunos Calvinistas.

Como era de suponer, cuando a la doctrina bíblica se la compara o se la encierra dentro de un contexto de teología de hombres (no de los precursores sino mas bien de los seguidores), es donde se producen toda especie de malos entendidos.

Según las palabras de Paul Washer, “entre los Calvinistas y los Arminianistas hay toda clase de animales extraños”.

No creo que Calvino, ni Lutero, ni Wesley hayan aprobado que sus seguidores se comportaran carnalmente y entraran en discusiones sin sentido. Ya lo decía Pablo a Timoteo (1 Timoteo 6:3-5)

Si alguno enseña otra cosa y no se conforma a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo y a la doctrina que es conforme a la piedad, está envanecido, nada sabe y delira acerca de cuestiones y contiendas de palabras, de las cuales nacen envidias, pleitos, blasfemias, malas sospechas, discusiones necias de hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que toman la piedad como fuente de ganancia. Apártate de los tales.

No puedo ignorar que personalmente me gusta estar enfrascada en estos alegatos, pero el Espíritu que mora dentro de nosotros me dice que este tipo de asuntos son estériles. Por eso muchas veces el nombre de Dios es blasfemado por causa nuestra, al ser tan poco piadosos cuando rivalizamos acerca de la doctrina.

Odiamos la guerra, pero sin embargo combatimos nuestras propias batallas doctrinales. El apóstol Santiago nos exhorta:

¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? !!Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios. ¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente? Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.

Diferente es enseñar con humildad la Palabra de Dios, tratando de persuadir a nuestros oyentes por el bien de su propia alma, pero sostener dicusiones sin sentido está prohibido para nosotros y entre nosotros.

Que la Gracia y la misericordia de Dios nos acompañe siempre.

Amén.

http://elunicodiosverdadero.wordpress.com/2009/03/23/¿como-se-origina-el-neo-calvinismo/

Persecuciones generales en Alemania

29 Nov

Persecuciones generales en Alemania

Las persecuciones generales en Alemania fueron principalmente causadas por las doctrinas y el ministerio de Martín Lutero. Lo cierto es que el Papa quedó tan alarmado por el éxito del valiente reformador que decidió emplear al Emperador Carlos V, a cualquier precio, en el plan para intentar su extirpación.

Para este fin:

1. Dio al emperador doscientas mil coronas en efectivo.

2. Le prometió mantener doce mil infantes y cinco mil tropas de caballería, por el espacio de seis meses, o durante una campaña.

3. Permitió al emperador recibir la mitad de los ingresos del clero del imperio durante la guerra.

4. Permitió al emperador hipotecar las fincas de las abadías por quinientas mil coronas, para ayudar en la empresa de las hostilidades contra los protestantes.

Así incitado y apoyado, el emperador emprendió la extirpación de los protestantes, contra los que, de todas maneras, tenía un odio personal; y para este propósito se levantó un poderoso ejército en Alemania, España e Italia.

Mientras tanto, los príncipes protestantes constituyeron una poderosa confederación, para repeler el inminente ataque. Se levantó un gran ejército, y se dio su mando al elector de Sajonia, y al landgrave de Hesse. Las fuerzas imperiales iban mandadas personalmente por el emperador de Alemania, y los ojos de toda Europa se dirigieron hacia el suceso de la guerra.

Al final los ejércitos chocaron, y se libró una furiosa batalla, en la que los protestantes fueron derrotados, y el elector de Sajonia y el landgrave de Hesse hechos prisioneros. Este golpe fatal fue sucedido por una horrorosa persecución, cuya dureza fue tal que el exilio podía considerarse como una suerte suave, y la ocultación en un tenebroso bosque como una felicidad. En tales tiempos una cueva es un palacio, una roca un lecho de plumas, y las raíces, manjares.

Los que fueron atrapados sufrieron las más crueles torturas que podían inventar las imaginaciones infernales: y por su constancia dieron prueba de que un verdadero cristiano puede vencer todas las dificultades, y a pesar de todos los peligros ganar la corona del martirio.

Enrique Voes y Juan Esch prendidos como protestantes, fueron llevados al inteterrogatorio. Voes, respondiendo por sí mismo y por el otro, dio las siguientes respuestas a algunas preguntas que les hizo el sacerdote, que los examinó por orden dc la magistratura.

Sacecerdote. ¿No erais vosotros dos, hace algunos años, frailes agustinos?

Voes. Sí.

Sacerdote. ¿Cómo es que habéis abandonado el seno de la Iglesia de Roma?

Voes. Por sus abominaciones.

Sacerdote. ¿En qué creéis?

Voes. En el Antiguo y Nuevo Testamento.

Sacerdote. ¿No creéis en los escritos de los padres y en los decretos de los Concilios?

Voes. Sí, si concuerdan con la Escritura.

Sacerdote. ¿No os sedujo Martín Lutero?

Voes. Nos ha seducido de la misma manera en que Cristo sedujo a los apóstoles: esto es, nos hizo consciente de la fragilidad de nuestros cuerpos y del valor de nuestras almas.

Este interrogatorio fue suficiente. Ambos fueron condenados a las llamas, y poco después padecieron con aquella varonil fortaleza que corresponde a los cristianos cuando reciben la corona del martirio.

Enrique Sutphen, un predicador elocuente y piadoso, fue sacado de su cama en medio de la noche, y obligado a caminar descalzo un largo trecho, de modo que los pies le quedaron terriblemente cortados. Pidió un caballo, pero los que le llevaban dijeron con escarnio: «¡Un caballo para un hereje! No, no, los herejes pueden ir descalzos.» Cuando llegó al lugar de su destino, fue condenado a morir quemado: pero durante la ejecución se cometieron muchas indignidades contra él, porque los que estaban junto a él, no contentos con lo que sufría en las llamas, le contaron y sajaron de la manera más terrible.

Muchos fueron asesinados en Halle; Middleburg fue tomado al asalto, y todos los protestantes fueron pasados a cuchillo, y muchos fueron quemados en Viena.

Enviado un oficial a dar muerte a un ministro, pretendió, al llegar, que sólo lo quería visitar. El ministro, que no sospechaba sus crueles intenciones, agasajó a su supuesto invitado de modo muy cordial. Tan pronto como la comida hubo acabado, el oficial dijo a unos de sus acompañantes: «Tomad a este clérigo, y colgadlo.» Los mismos acompañantes quedaron tan atónitos tras las cortesías que habían visto, que vacilaron ante las órdenes de su jefe: el ministro dijo: «Pensad el aguijón que quedara en vuestra conciencia por violar de esta manera las leyes de la hospitalidad.» Pero el oficial insistió en ser obedecido, y los acompañantes, con repugnancia, cumplieron el execrable oficio de verdugo.

Pedro Spengler, un piadoso teólogo, de la ciudad de Schalet, fue echado al río y ahogado. Antes de ser llevado a la ribera del río que iba a ser su tumba, lo expusieron en la plaza del mercado, para proclamar sus crímenes, que eran no ir a Misa, no confesarse, y no creer en la transubstanciación. Terminada esta ceremonia, él hizo un discurso excelente al pueblo, y terminó con una especie de himno de naturaleza muy edificante.

Un caballero protestante fue sentenciado a decapitación por no renunciar a su religión, y fue animoso al lugar de la ejecución. Acudió un fraile a su lado, y le dijo estas palabras en voz muy baja: «Ya que tenéis gran repugnancia a abjurar en público de vuestra fe, musitad vuestra confesión en mi oído, y yo os absolveré de vuestros pecados.» A esto el caballero replicó en voz alta: «No me molestes, fraile, he confesado mis pecados a Dios, y he obtenido la absolución por los méritos de Jesucristo.» Luego, dirigiéndose al verdugo, le dijo: «Que no me molesten estos hombres: cumple tu oficio,» y su cabeza cayó de un solo golpe.

Wolfgang Scuch y Juan Ruglin, dos dignos ministros, fueron quemados, como también Leonard Keyser, un estudiante de la Universidad de Wertembergli; y Jorge Carpenter, bávaro, fue colgado por rehusar retractarse del protestantismo.

Habiéndose apaciguado las persecuciones en Alemania durante muchos años, volvieron a desencadenarse en 1630, debido a la guerra del emperador contra el rey de Suecia, porque éste era un príncipe protestante, y consiguientemente los protestantes alemanes defendieron su causa, lo que exasperó enormemente al emperador contra ellos.

Las tropas imperiales pusieron sitio a la ciudad de Passewalk (que estaba defendida por los suecos), y, tomándola al asalto, cometieron las más horribles crueldades. Destuyeron las iglesias, quemaron las casas, saquearon los bienes, mataron a los ministros, pasaron a la guarnición a cuchillo, colgaron a los ciudadanos, violaron a las mujeres, ahogaron a los niños, etc., etc.

En Magdeburgo tuvo lugar una tragedia de lo más sanguinaria, en el año 1631. Habiendo los generales Tilly y Pappenheim tomado aquella ciudad protestante al asalto, hubo una matanza demás de veinte mil personas, sin distinción de rango, sexo o edad, y seis mil más fueron ahogadas en su intento de escapar      por río Elba. Después de apaciguarse esta furia, los habitantes restantes fueron desnudados, azotados severamente, les fueron cortadas las orejas, y, enyugados como bueyes, fueron soltados.

La ciudad de Roxter fue tomada por el ejército papista, y todos sus habitantes, así como la guarnición, fueron pasados a cuchillo; hasta las casas fueron incendiadas, y los cuerpos fueron consumidos por las llamas.

En Griphenberg, cuando prevalecieron las tropas imperiales, encerraron a los senadores en la cámara del senado, y los asfixiaron rodeándola con paja encendida.

Franhendal se rindió bajo unos artículos de capitulación, pero sus habitantes fueron tratados tan cruelmente como en otros lugares; y en Heidelberg muchos fueron echados en la cárcel y dejados morir de hambre.

Así se enumeran las crueldades cometidas por las tropas imperiales, bajo el Conde Tilly, en Sajonia:

Estrangulación a medias, recuperación de las personas, y vuelta a lo mismo. Aplicación de afiladas ruedas sobre los dedos de las manos y de los pies. Aprisionamiento de los pulgares en tomillos de banco. El forzamiento de las cosas más inmundas garganta abajo, por las cuales muchos quedaron ahogados. El prensamiento con sogas alrededor de la cabeza de tal manera que la sangre brotaba de los ojos, de la nariz, de los oídos y de la boca. Cerillas ardiendo en los dedos de las manos y de los pies, en los brazos y piernas, y hasta en la lengua. Poner pólvora en la boca, y prenderla, con lo que la cabeza volaba en pedazos. Atar bolsas de pólvora por todo el cuerpo, con lo que la persona era destrozada por la explosión. Tirar en vaivén de sogas que atravesaban las carnes. Incisiones en la piel con instrumentos cortantes. Inserción de alambres a través de la nariz, de los oídos, labios, etc. Colgar a los protestantes por las piernas, con sus cabezas sobre un fuego, por lo que quedaban secados por el fuego. Colgarlos de un brazo hasta que quedaba dislocado. Colgar de garfios a través de las costillas. Obligar a beber hasta que la persona reventaba. Cocer a muchos en hornos ardientes. Fijación de pesos en los pies, subiendo a muchos Juntos con una polea. La horca, asfixia, asamiento, apuñalamiento, freimiento, el potro, la violación, el destripamiento, el quebrantamiento de los huesos, el despellejamiento, el descuartizamiento entre caballos indómitos, ahogamiento, estrangulación, cocción, crucifixión, empaderamiento, envenenamiento, cortamiento de lenguas, narices, oídos, etc., aserramiento de los miembros, troceamiento a hachazos y arrastre por los pies por las calles.

Estas enormes crueldades serán un baldón perpetuo sobre la memoria del Conde Tilly, que no sólo cometió sino que mandó a las tropas que las pusieran en práctica. Allí donde llegaba seguían las más horrendas barbaridades y crueles depredaciones; el hambre y el fuego señalaban sus avances, porque destruía todos los alimentos que no podía llevarse consigo, y quemaba todas las ciudades antes de dejarlas, de modo que el resultado pleno de sus conquistas eran el asesinato, la pobreza y la desolación.

A un anciano y piadoso teólogo lo desnudaron, lo ataron boca arriba sobre una mesa, y ataron un gato grande y fiero sobre su vientre. Luego pellizcaron y atormentaron al gato de tal manera que en su furia le abrió el vientre y le remordió las entrañas.

Otro ministro y su familia fueron apresados por estos monstruos inhumanos; violaron a su mujer e hija delante de él, enclavaron a su hijo recién nacido en la punta de una lanza, y luego, rodeándole de todos sus libros, les prendieron fuego, y fue consumido en medio de las llamas.

En Hesse-Cassel, algunas de las tropas entraron en un hospital, donde había principalmente mujeres locas, y desnudando a aquellas pobres desgraciadas, las hicieron correr por la calle a modo de diversión, dando luego muerte a todas.

En Pomerania, algunas de las tropas imperiales que entraron en una ciudad pequeña tomaron a todas las mujeres jóvenes, y a todas las muchachas de más de diez años, y poniendo a sus padres en un circulo, les mandaron cantar Salmos, mientras violaban a sus niñas, diciéndoles que si no lo hacían, las despedazarían después. Luego tomaron a todas las mujeres casadas que tenían niños pequeños, y las amenazaron que si no consentían a gratificar sus deseos, quemarían a sus niños delante de ellas en un gran fuego, que habían encendido para ello.

Una banda de soldados del Conde Tilly se encontraron con un grupo de mercaderes de Basilea, que volvían del gran mercado de Estrasburgo, e intentaron rodearlos. Sin embargo, todos escaparon menos diez, dejando sus bienes tras ellos. Los diez que fueron tomados rogaron mucho por sus vidas, pero los soldados los asesinaron diciendo: «Habéis de morir, porque sois herejes, y no tenéis dinero.»

Los mismos soldados encontraron a dos condesas que, junto con algunas jóvenes damas, las hijas de una de ellas, estaban dando un paseo en un landau. Los soldados les perdonaron la vida, pero las trataron con la mayor indecencia, y, dejándolas totalmente desnudas, mandaron al cochero que prosiguiera.

Por la mediación de Gran Bretaña, se restauró finalmente la paz en Alemania, y los protestantes quedaron sin ser molestados durante varios años, hasta que se dieron nuevas perturbaciones en el Palatinado, que tuvieron estas causas.

La gran Iglesia del Espíritu Santo, en Heidelberg, había sido compartida durante muchos años por los protestantes y católicos romanos de esta manera: los protestantes celebraban el servicio divino en la nave o cuerpo de la iglesia; los católicos romanos celebraban Misa en el coro. Aunque ésta había sido la costumbre desde tiempos inmemoriales, el elector del Palatinado, finalmente, decidió no permitirlo más, declarando que como Heidelberg era su capital, y la Iglesia del Espíritu Santo la catedral de su capital, el servicio divino debía ser llevado a cabo sólo según los ritos de la Iglesia de la que él era miembro. Entonces prohibió a los protestantes entrar en la iglesia, y dio a los papistas su entera posesión.

El pueblo, agraviado, apeló a los poderes protestantes para que se les hiciera justicia, lo que exasperó de tal modo al elector que suprimió el catecismo de Heidelberg. Sin embargo, los poderes protestantes acordaron unánimes exigir satisfacciones, por cuanto el elector, con su conducta, había quebrantado un articulo del tratado de Westfalia; también las cortes de Gran Bretaña, Prusia, Holanda, etc., enviaron embajadores al elector, para exponerle la injusticia de su proceder, y para amenazarle que, a no ser que cambiara su conducta para con los protestantes del Palatinado, ellos tratarían también a sus Súbditos católicos romanos con la mayor severidad. Tuvieron lugar muchas y violentas disputas entre los poderes protestantes y los del elector, y estas se vieron muy incrementadas por el siguiente incidente: estando el carruaje de un ministro holandés delante de la puerta del embajador residente enviado por el príncipe de Hesse, una compañía apareció llevando la hostia a casa de un enfermo; el cochero no le prestó la menor atención, lo que observaron los acompañantes de la hostia, y lo hicieron bajar de su asiento, obligándole a poner la rodilla en el suelo. Esta violencia contra la persona de un criado de un ministro público fue mal vista por todos los representantes protestantes; y para agudizar aún mas las diferencias, los protestantes presentaron a los representantes tres artículos de queja:

1. Que se ordenaban ejecuciones militares contra todos los zapateros protestantes que rehusaban contribuir a las Misas de San Crispín.

2. Que a los protestantes se les prohibía trabajar en días santos de los papistas, incluso en la época de la cosecha, bajo penas muy severas, lo que ocasionaba graves inconvenientes y causaba graves peijuicios a las actividades públicas.

3. Que varios ministros protestantes habían sido desposeídos de sus iglesias, bajo la pretensión de haber sido fundadas y edificadas originalmente por católicos romanos.

Finalmente, los representantes protestantes se pusieron tan apremiantes como para insinuarle al elector que la fuerza de las armas le iba a obligar a hacer la justicia que había negado a su embajada. Esta amenaza lo volvió a la razón, porque bien conocía la imposibilidad de llevar a cabo una guerra contra los poderosos estados que le amenazaban. Por ello, accedió a que la nave de la Iglesia del Espíritu Santo le fuera devuelta a los protestantes. Restauró el catecismo de Heidelberg, volvió a dar a los ministros protestantes la posesión de las iglesias de las que habían sido desposeídos, permitió a los protestantes trabajar en días santos de los papistas, y ordenó que nadie fuera molestado por no arrodillarse cuando pasara la hostia por su lado.

Estas cosas las hizo por temor, pero para mostrar su resentimiento contra sus súbditos protestantes, en otras circunstancias en las que los poderes pro testantes no tenían derecho a interferir, abandonó totalmente Heidelberg, traspasando todas las cortes de justicia a Mannheim, que estaba totalmente habitada por católicos romanos. Asimismo edificó allí un nuevo palacio, haciendo de él su lugar de residencia; y, siendo seguido por los católicos de Heidelberg, Mannheim se convirtió en un lugar floreciente.

Mientras tanto, los protestantes de Heidelberg quedaron sumidos en la pobreza, y muchos quedaron tan angustiados que abandonaron su país nativo, buscando asilo en estados protestantes. Un gran número de estos fueron a Inglaterra, en tiempos de la Reina Ana, donde fueron cordialmente recibidos, y hallaron la más humanitaria ayuda, tanto de donaciones públicas como privadas.

En 1732, más de treinta mil protestantes fueron echados del arzobispado de Salzburgo, en violación del tratado de Westfalia. Salieron en lo más crudo del invierno, con apenas las ropas suficientes para cubrirles, y sin provisiones, sin permiso para llevarse nada consigo. Al no ser acogida la causa de esta pobre gente por aquellos estados que hubieran podido obtener reparación, emigraron a varios países protestantes, y se asentaron en lugares donde pudieran gozar del libre ejercicio de su religión, sin daño a sus conciencias, y viviendo libres de las redes de la superstición papal, y de las cadenas de la tiranía papal.

Historia de las persecuciones en los Países Bajos

Habiéndose extendido con éxito la luz del Evangelio por los Países Bajos, el Papa instigó al emperador a iniciar una persecución contra los protestantes; muchos cayeron entonces mártires bajo la malicia supersticiosa y el bárbaro fanatismo, entre los que los más notables fueron los siguientes.

Wendelinuta, una piadosa viuda protestante, fue prendida por causa de su religión, y varios monjes intentaron, sin éxito, que se retractara. Como no podían prevalecer, una dama católica romana conocida suya deseó ser admitida en la mazmorra donde ella estaba encerrada, prometiendo esforzarse por inducir a la prisionera a abjurar de la religión reformada. Cuando fue admitida a la mazmorra, hizo todo lo posible por llevar a cabo la tarea que había emprendido; pero al ver inútiles sus esfuerzos, dijo: «Querida Wendelinuta, si no abrazas nuestra fe, mantén al menos secretas las cosas que tú profesas, y trata de alargar tu vida.» A lo que la viuda le contestó: «Señora, usted no sabe lo que dice; porque con el corazón creemos para justicia, pero con la boca se hace confesión para salvación.» Como rehusó rotundamente retractarse, sus bienes fueron confiscados, y ella fue condenada a la hoguera. En el lugar de la ejecución, un monje le presentó una cruz, y la invitó a besarla y a adorar a Dios. A esto ella respondió: «No adoro yo a ningún dios de madera, sino al Dios eterno que está en el cielo.» Entonces fue ejecutada, pero por mediación de la dama católica romana antes mencionada, le fue concedido el favor de ser estrangulada antes de ponerse fuego a la leña.

Dos clérigos protestantes fueron quemados en Colen; un comerciante de Amberes, llamado Nicolás, fue atado en un saco, y echado al río y ahogado. Y Pistorius, un erudito estudiante, fue llevado al mercado de un pueblo holandés en una camisa de fuerza, y allí lanzado a la hoguera.

Dieciséis protestantes fueron sentenciados a decapitación y se ordenó a un ministro protestante que asistiera a la ejecución. Este hombre llevó a cabo la función de su oficio con gran propiedad, exhortándolos al arrepentimiento, y les dio consolación en las misericordias de su Redentor. Tan pronto los dieciséis fueron decapitados, el magistrado le gritó al verdugo: «Te falta aún dar un golpe, verdugo; debes decapitar al ministro; nunca podrá morir en mejor momento que éste, con tan buenos preceptos en su boca y unos ejemplos tan loables delante de él.» Fue entonces decapitado, aunque hasta muchos de los mismos católicos romanos reprobaron este gesto de crueldad pérfida e innecesaria.

Jorge Scherter, ministro de Salzburgo, fue prendido y encerrado en prisión por instruir a su grey en el conocimiento del Evangelio. Mientras estaba en su encierro, escribió una confesión de su fe. Poco después de ello fue condenado, primero a ser decapitado, y luego a ser quemado. De camino al lugar de la ejecución les dijo a los espectadores: «Para que sepáis que muero como cristiano, os daré una señal.» Y esto se verificó de una manera de lo más singular, porque después que le fuera cortada la cabeza, el cuerpo yació durante un cierto tiempo con el vientre abajo, pero se giró repentinamente sobre la espalda, con el pie derecho cruzado sobre el izquierdo, y también el brazo derecho sobre el izquierdo; y así quedó hasta que fue lanzado al fuego.

En Louviana, un erudito hombre llamado Percinal fue asesinado en prisión; Justus Insparg fue decapitado por tener en su poder los sermones de Lutero.

Giles Tilleman, un cuchillero de Bruselas, era un hombre de gran humanidad y piedad. Fue apresado entre otras cosas por ser protestante, y los monjes se esforzaron mucho por persuadirle a retractarse. Tuvo una vez, accidentalmente una buena oportunidad para huir, y al preguntársele por qué no la había aprovechado, dijo: «No quería hacerle tanto daño a mis carceleros como les había sucedido, si hubieran tenido que responder de mi ausencia si hubiera escapado.» Cuando fue sentenciado a la hoguera, dio fervientemente gracias a Dios por darle la oportunidad, por medio del martirio, de glorificar Su nombre. Viendo en el lugar de la ejecución una gran cantidad de leña, pidió que la mayor parte de la misma fuera dada a los pobres, diciendo: «Para quemarme a mi será suficiente con poco. El verdugo se ofreció a estrangularle antes de encender el fuego, pero él no quiso consentir, diciéndole que desafiaba a las llamas, y desde luego expiró con tal compostura en medio de ellas que apenas si parecía sensible a sus efectos.»

En el año 1543 y 1544 la persecución se abatió por Flandes de la manera más violenta y cruel. Algunos fueron condenados a prisión perpetua, otros a destierro perpetuo; pero la mayoría eran muertos bien ahorcados, o bien ahogados, emparedados, quemados, mediante el potro, o enterrados vivos.

Juan de Boscane, un celoso protestante, fue prendido por su fe en la ciudad de Amberes. En su juicio profesó firmemente ser de la religión reformada, lo que llevó a su inmediata condena. Pero el magistrado temía ejecutarlo públicamente, porque era popular debido a su gran generosidad y casi universalmente querido por su vida pacífica y piedad ejemplar. Decidiéndose una ejecución privada, se dio orden de ejecutarlo en la prisión. Por ello, el verdugo lo puso en una gran bañera; pero debatiéndose Boscane, y sacando la cabeza fuera del agua, el verdugo lo apuñaló con una daga en varios lugares, hasta que expiro.

Juan de Buisons, otro protestante, fue prendido secretamente, por el mismo tiempo en Amberes, y ejecutado privadamente. Siendo grande el número de protestantes en aquella ciudad, y muy respetado el preso, los magistrados temían una insurrección, y por esta razón ordenaron su decapitación en la prisión.

En el año del Señor de 1568, tres personas fueron prendidas en Amberes, llamadas Scoblant, Hues y Coomans. Durante su encierro se comportaron con gran fortaleza y ánimo, confesando que la mano de Dios se manifestaba en lo que les había sucedido, e inclinándose ante el trono de Su providencia. En una epístola a algunos dignatarios protestantes, se expresaron con las siguientes palabras: «Por cuanto es la voluntad del Omnipotente que suframos por Su nombre y que seamos perseguidos por causa de Su Evangelio, nos sometemos pacientemente, y estamos gozosos por esta oportunidad; aunque la carne se rebele contra el espíritu, y oiga al consejo de la vieja serpiente, sin embargo las verdades del Evangelio impedirán que sea aceptado su consejo, y Cristo aplastará la cabeza de la serpiente. No estamos sin consuelo en el encierro, porque tenemos fe; no tememos a la aflicción, porque tenemos esperanza; y perdonamos a nuestros enemigos, porque tenemos caridad. No tengáis temor por nosotros; estamos felices en el encierro gracias a las promesas de Dios, nos gloriamos en nuestras cadenas, y exultamos por ser considerados dignos de sufrir por causa de Cristo. No deseamos ser libertados, sino bendecidos con fortaleza; no pedimos libertad, sino el poder de la perseverancia; y no deseamos cambio alguno en nuestra condición, sino aquel que ponga una corona de martirio sobre nuestras cabezas.»

Scoblant file juzgado primero. Al persistir en la profesión de su fe, recibió la sentencia de muerte. Al volver a la cárcel, le pidió seriamente a su carcelero que no permitiera que le visitara ningún fraile. Dijo así: «Ningún bien me pueden hacer, sino que pueden perturbarme mucho. Espero que mi salvación ya está sellada en el cielo, y que la sangre de Cristo, en la que pongo mi firme confianza, me ha lavado de mis iniquidades. Voy ahora a echar de mí este ropaje de barro para ser revestido de un ropaje de gloria eterna, por cuyo celeste resplandor seré liberado de todos los errores. Espero ser el último mártir de la tiranía papal, y que la sangre ya derramada sea considerada suficiente para apagar la sed de la crueldad papal; que la Iglesia de Cristo tenga reposo aquí, como sus siervos lo tendrán en el más allá.» El día de su ejecución se despidió patéticamente de sus compañeros de prisión. Atado en la estaca oró fervientemente la Oración del Señor, y cantó el Salmo Cuarenta; luego encomendó su alma a Dios, y fue quemado vivo.

Poco después Hues murió en prisión, y por esta circunstancia Coomans escribió a sus amigos: «Estoy ahora privado de mis amigos y compañeros; Scoblant ha sufrido martirio, y Hues ha muerto por la visitación del Señor; pero no estoy solo: tengo conmigo al Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob; El es mi consuelo, y será mi galardón. Orad a Dios que me fortalezca hasta el fin, por cuanto espero a cada momento ser liberado de esta tienda de barro.»

En su juicio confesó abiertamente ser de la religión reformada, respondió con fortaleza varonil a cada una de las acusaciones que se le hacían, y demostró con el Evangelio lo Escriturario de sus respuestas. El juez le dijo que las únicas alternativas eran la retractación o la muerte, y terminó diciendo: «¿Morirás por la fe que profesas?» A esto Coomans replicó: «No sólo estoy dispuesto a morir, sino también a sufrir las torturas más crueles por ello; después, mi alma recibirá su confirmación de parte del mismo Dios, en medio de la gloria eterna.» Condenado, se dirigió lleno de ánimo al lugar de la ejecución, y murió con la más varonil fortaleza y resignación cristiana.

Guillermo de Nassau cayó víctima de la perfidia, asesinado a los cincuenta y un años de edad por Baltasar Gerard, natural del Franco Condado, en la provincia de Borgoña. Este asesino, con la esperanza de una recompensa aquí y en el más allá por matar a un enemigo del rey de España y de la religión católica, emprendió la acción de matar al Príncipe de Orange. Procurándose armas de fuego, lo vigiló mientras pasaba a través del gran vestíbulo de su palacio hacia la comida, y le pidió un pasaporte. La princesa de Orange, viendo que el asesino hablaba con una voz hueca y confusa, preguntó quién era, diciendo que no le gustaba su cara. El príncipe respondió que se trataba de alguien que pedía un pasaporte, que le sería dado pronto.

Nada más pasó antes de la comida, pero al volver el príncipe y la princesa por el mismo vestíbulo, terminada la comida, el asesino, oculto todo lo que podía tras uno de los pilares, disparó contra el príncipe, entrando las balas por el lado izquierdo y penetrando en el derecho, hiriendo en su trayectoria el estómago y órganos vitales. Al recibir las heridas, el príncipe sólo dijo: «Señor, ten misericordia de mi alma, y de esta pobre gente,» y luego expiró inmediatamente.

Las lamentaciones por la muerte del Príncipe de Orange fueron generales por todas las Provincias Unidas, y el asesino, que fue tomado de inmediato, recibió la sentencia de ser muerto de la manera más ejemplar, pero tal era su entusiasmo, o necedad, que cuando le desgarraban las carnes con tenazas al rojo vivo, decía fríamente: «Si estuviera en libertad, volvería a hacerlo.»

El funeral del Príncipe de Orange fue el más grande jamás visto en los Países Bajos, y quizá el dolor por su muerte el más sincero, porque dejó tras de sí el carácter que honradamente merecía, el de padre de su pueblo.

Para concluir, multitudes fueron asesinadas en diferentes partes de Flandes; en la ciudad de Valence, en particular, cincuenta y siete de los principales habitantes fueron brutalmente muertos en un mismo día por rehusar abrazar la superstición romanista; y grandes números fueron dejados languidecer en prisión hasta morir por lo insano de sus mazmorras.

ACTIVIDAD Y TRABAJOS DE LUTERO EN LOS AÑOS SIGUIENTES HASTA LA DIETA DE AUGSBURGO

29 Nov

ACTIVIDAD Y TRABAJOS DE LUTERO EN LOS AÑOS SIGUIENTES HASTA LA DIETA DE AUGSBURGO

En los ocho años siguientes, es decir, hasta la Dieta de Augsburgo, en la cual los príncipes y municipios favorables a la Reforma se agruparon alrededor de aquella magnifica confesión de fe que hizo célebre el nombre de dicha ciudad, tenemos que considerar la vida y actividad de Lutero bajo tres aspectos: 1º. Su relación con los movimientos religioso-políticos, cuyo jefe fue Tomás Munzer. 2º. Sus disputas con otras personas especialmente con los reformadores sui­zos; y 3º. Su continuo trabajo en la obra de la Reforma y en su ministerio.

Episodio muy triste fue la llamada guerra de los campesinos, de la cual se ha querido culpar a la Reforma, aunque sin razón, pues ya en el año 1491 los campesinos se habían rebelado en los Países Bajos; en 1503, en las cercanías de Suiza; en 1513 y 15!4, en el Sur de Alemania, y en 1515, en Carintia y Hungría. Estas rebeliones fueron originadas en su mayor parte por las inauditas opresiones que sufrían los pobres labradores de parte de los príncipes, nobles y clérigos, a lo cual se unía la agitación que la Reforma había llevado a todas las clases de la sociedad. Las nuevas doctrinas de libertad que Lutero y sus amigos entendían espiritualmente, los campesinos las tomaron en sentido político o carnal según la expresión de Lutero y los esfuerzos por reformar y renovar las condiciones actuales, en vez de ser dirigidos por hombres prudentes y sabios hacia el bien, fueron dirigidos por gente apasionada y malvada de una manera violenta y perversa. La doctrina de Lutero sobre la libertad cristiana pareció a muchos probar el derecho de rebelión. Es verdad que Lutero ya desde Wartburg había enviado una Amonestación a todos los cristianos para evitar rebeliones y alborotos; pero la gente estaba ya demasiado agitada, y el escrito produjo poco efecto.

Los primeros alborotos tuvieron lugar entre los aldeanos suabos del lago de Constanza en el año 1524, porque el Abad de Reichenau les negó predicadores protestantes. El fuego se comunicó pronto a otras partes de Suabia. Se trató de cal mar los ánimos agitados, prometiendo varias Concesiones; pero algunas veces los pactos hechos no se cumplieron; los presos eran ejecutados, y con esto se atizaba más y más la llama de la rebelión.

En el año de 1525 los aldeanos se sublevaron en masa en Suabia, Alsacia, Lorena hasta Tu ringía, en todo el Sur y centro de Alemania, tratando de hacer valer sus derechos, legítimos o pretendidos, por la fuerza, el pillaje y la matanza. Sus pretensiones principales eran: Libre elección de los predicadores; abolición completa de la servidumbre hereditaria y del diezmo; libre caza y pesca; disminución de los trabajos personales y de las multas, y otras semejantes.

Lutero, a quien los aldeanos habían nombrado por árbitro, publicó una amonestación dirigida a los príncipes y señores, especialmente a los obcecados obispos, curas y frailes recordándoles que toda su rabia era impotente para acabar con el Evangelio, y que la tiranía de ellos era la que había provocado la revuelta. Debían mirar el suceso como castigo de Dios, y convertirse de buena voluntad. Si os dejáis aconsejar, se ñores les -dice-, ceded un poquito vuestra ira, por Dios. Debíais dejar el enojo, la terque dad y la tiranía, y tratar a los labradores con razones como a engañados.

Con no menor dureza habló después a los labradores. ¿Sabéis -les dice- cómo he logrado yo que mi predicación haya tenido tanto más éxito, cuanto más el Papa y el diablo se han enfurecido? Nunca saqué la espada, nunca quise venganza. No hice alborotos ni revueltas; al contrario, defendí cuanto podía el poder y respeto a la autoridad humana, aun a la que me perseguía a mí mismo y al Evangelio. Toda la causa la puse en las manos de Dios, y me confié siempre resueltamente en su brazo. Ahora vosotros me turbáis; queréis prestar socorro al Evangelio, y no sabéis que así le perjudicáis y oprimís terriblemente. Por esto, vuelvo a deciros, yo abandono vuestra causa, por buena y justa que sea. El cristiano no puede consentir tales empresas, sino disuadiros cuanto pueda, tanto de palabra como por escrito, mientras pal pite una sola vena en su cuerpo; porque los cristianos no pelean con la espada, sino con la cruz y la paciencia, como Jesucristo, que no llevó espada sino que murió crucificado.

De la misma manera, Melanchton se declaró desde el principio contra los campesinos, aunque también amonestó a los príncipes y nobles Ambos reformadores deseaban un arreglo pacifico, pero no lo consiguieron; de un lado, la autoridad no procedía con sinceridad, y de otro, los campesinos se enfurecían más y más en su fanatismo. El más ilustrado, pero a la vez más furioso de todos ellos, era Tomás Münzer. Antes había estado en Wittemberg, y reprendido severamente por Lutero, le aborrecía de corazón. Hecho más tarde predicador en el pueblo de Turingia, se gloriaba de tener el Espíritu Santo, y de haber recibido mandato divino de predicar por todo el mundo. Combatía a un tiempo al Papa y a Lutero. Expulsado de allí por su insensata agitación, se fue a Mühihausen, y encendió desde allí la revolución en toda la Turingia.

Conmovido por las crueldades cometidas por los revoltosos, lanzó Lutero otro folleto contra los campesinos salteadores y asesinos» aconsejan do a los príncipes que los matasen como a perros rabiosos. Estos no aguardaron más, y el 15 de Mayo de 1525 los príncipes de Sajonia, el Landgrave de Hesse y el duque Enrique de Brünswik, batieron a Münzer y su bando de unos 8.000 hombres, y le derrotaron enteramente. Münzer fue cogido y ejecutado junto con su ayudante. Y como ésta, así las demás revueltas fueron ahogadas en sangre. Lutero y sus amigos habían manifestado muy claramente que no tenían ninguna comunión interior ni exterior con los rebeldes.

Mientras Lutero luchaba así en la política, no tuvo tampoco punto de reposo en la controversia doctrinal. Nuevos adversarios le salieron al encuentro. El ataque del Papa y sus secuaces no le extrañó; pero no había esperado nunca tener que habérselas con un rey.

Enrique VIII de Inglaterra, habiendo compilado de libros viejos uno nuevo, ofreció al mundo la Defensa de los siete sacramentos contra Martín Lutero, por Enrique VIII, rey invencible de Inglaterra y Francia, Señor de Irlanda.

Plagados de errores e invectivas contra Lutero, hablaba de un modo tan insolente, que debía replicársele, y Lutero lo hizo con un escrito tan enérgico que asustó a los mismos amigos de Lutero.

Aniquila una afirmación tras otra, y combate las opiniones de los padres y doctores de la Iglesia con invencibles textos de la Biblia. Verdad es que la vehemencia e invectivas con que Lutero contesta a las del rey, no concuerdan con el espíritu manso de Jesucristo, pero Lutero era hombre y tenía sus defectos. Mas todo el mundo comprendió que el rey no tanto intentaba defender el catolicismo, como adquirir de parte del Papa el titulo de Defensor fidei como los reyes de Francia y España. Esto lo consiguió, pero no ganó la victoria contra Lutero, pues se vio precisado a retirarse de la arena.

Pocos años después, habiendo asegurado a Lutero el rey de Dinamarca que Enrique se había convertido, y que no faltaba sino dirigirse benignamente a él para hacerle amigo del Evangelio, Lutero le escribió una carta, declarando que, a la verdad, no podía ni quería conceder nada en cuanto a la doctrina, pero le pedía perdón con noble humildad y respeto por algunas expresiones demasiado fuertes y ofensivas que había usado. Mas sólo obtuvo de Enrique por contestación otro libelo más infamatorio y denigrante.

Lo notable es, que aquel defensor de la fe católica romana rompió más tarde enteramente con el Papa y le atacó como lo había hecho antes con Lutero. El fue el que libertó, aunque no por motivos nobles y puros, a Inglaterra del dominio del Papa.

Con motivo de esta controversia, dio Lutero contra otro hombre, el célebre Erasmo (nacido en Rotterdam en 1463 y fallecido en Basilea en 1536), el más famoso literato de aquellos tiempos. Hasta entonces no se había decidido ni en pro ni en contra de la Reforma. Estimaba mucho a Lutero por sus conocimientos y franqueza; se alegraba del progreso que hacían las letras como consecuencia de la Reforma. Tampoco quería defender al papismo con sus abusos, vicios y supersticiones. Mas siendo racionalista en el fondo, no comprendió la fuerza, decisión e intransigencia con que Lutero y sus amigos combatían todo el sistema romano; pues varias doctrinas, por ejemplo, la de las buenas obras y del mérito del hombre, le parecían muy convenientes y más razonable que la de la justificación por gracia. Lo que él prefería era el termino medio, ignorando que no lo hay entre la verdad y el error: anhelaba una reforma, sí, mas sólo de los abusos y doctrinas supersticiosas, dejando el fondo integro e intacto; olvidando aquella máxima: el árbol malo no puede llevar frutos buenos.

Era el tipo de los que abundaban entonces como abundan hoy día: enemigos del papismo, mas no amigos del Evangelio; quieren destruir el edificio de la superstición; mas no tienen con qué suplirlo, a no ser con una filosofía árida, deleznable y seca que no da consuelo al corazón ni seguridad a la conciencia, que jamás ha logrado victorias duraderas contra el Romanismo, ni contra ninguna superstición.

Así sucedió que la Reforma, cuanto más adelantaba y adquiría forma más concreta, tanto menos aceptable parecía a Erasmo; mas con todo, no tenía ganas de meterse en estas disputas teológicas, como solía llamarlas; y por otra parte, temía el genio de Lutero. Pero estrecha mente ligado Erasmo con Enrique VIII, se sintió igualmente atacado por Lutero en la persona de su amigo; y a pesar de que Lutero, no queriendo batirse con este literato, a quien estimaba mucho, le había rogado que no tomase parte activa en la controversia, se resolvió el célebre Erasmo, azuzado desde luego por los papistas de todas partes, a lanzarse contra el Reformador. El tema de su escrito caracteriza al hombre: El libre albedrío; trata de demostrar que el hombre por voluntad y determinación propia es capaz de hacer bien; y aun cuando no puede prescin dir en absoluto de la ayuda divina, tampoco está tan privado de todo mérito que la justificación se verifique por pura gracia. Concede en parte la cooperación de la gracia; mas tiende a cer cenar todo lo posible esa influencia, para enaltecer la energía y obra.

Lutero contestó con su discurso de El albedrío esclavo, en el que probaba que no existía ese pretendido libre albedrío. El hombre original había tenido la voluntad libre para el bien, y nacido otra vez y santificado por el Espíritu Santo, volvía a tenerla; mas desde la caída de Adán el hombre natural era esclavo del pecado; y cualquiera que creyese poder hacer lo más mínimo para su salvación por sí mismo, y confiase, no en la gracia de Dios, sino en sí mismo, no podía alcanzar la salvación; pues el hombre es justificado ante Dios sólo por la fe. Erasmo prolongó la controversia con dos tratados más, pero sin éxito.

Mucho más importante que las mencionadas controversias fue la sostenida sobre la Santa Cena.

Lutero ya antes había tenido grandes dudas acerca de la doctrina de la transubstanciación de la Santa Cena. Sabido es que la Iglesia romana pretende que el pan y el vino se convierten real y esencialmente en cuerpo y sangre de Jesucristo por las palabras de la institución pro nunciadas por el sacerdote sobre los elementos, quedando sólo la forma, los accidentes del pan y el vino, es decir, lo que entra por las sentidos pero de ninguna manera el pan y vino mismo. Consecuencia forzosa de esto era que siendo el Sacramento material y esencialmente cuerpo y sangre de Cristo, debía adorársele. También que bastaba dar a los legos comulgantes sólo una especie del Sacramento, el pan; puesto que en el cuerpo está ya contenida la sangre. Sólo los sacerdotes deben recibir tam bién la otra especie, el cáliz. Mas la supresión del cáliz pugna manifiestamente con la institución de Cristo cuando dijo expresamente: Bebed de él todos (Mateo 26, 27); y es injusto otorgar a los sacerdotes como privilegio el cáliz de que se priva a los legos. El apóstol San Pablo nada sabía de tal privilegio (véase 1ª Corintios 11, 25-29). Ade más, el dogma de la transubstanciación se promulgó en la Iglesia romana, muy tarde, en el año 1215.

Lutero, pues, desechó esta doctrina contraria a la Escritura, y afirmó únicamente la presencia real, pero espiritualmente, del cuerpo y sangre de Cristo bajo y con el pan y vino. Pero su colega Carlostadio fue más adelante; interpretó las palabras de la institución este es mi cuerpo, etcétera, diciendo que al pronunciarlas Jesucristo, las refería hacia su cuerpo, anunciando a los discípulos, que lo había de sacrificar por ellos, y enseñándoles que habían de recordar esto en lo venidero, cuando juntos partiesen el pan. Tal era la interpretación de Carlostadio, que éste divulgó y predicó, acompañando sus predicaciones con expresiones algo apasionadas en con tra de Lutero. Algunos discípulos de éste la aceptaron y la desenvolvieron, con especialidad los teólogos Bútzer y Capiton, quedando, sin embargo de esto, amigos y veneradores de Lutero.

También se puso por este tiempo en contradic ción con Lutero, en cuanto a esa doctrina, el teólogo Ulrico Zuinglio, de Zurich, que había comenzado la Reforma en la Suiza al mismo tiempo que Lutero en Alemania.

Desde el año 1527 venia declarando en sus obras que Jesucristo, según San Juan, cap. 6, exige tan solamente que su carne se tome espiritualmente como verdadero alimento del alma; es decir, con la fe viva de que había entregado su cuerpo y sangre a la muerte para la vida del mundo; declarando, por lo tanto, inútil el comer materialmente su carne como los judíos lo habían entendido. Si a esa comida espiritual, añadía, se juntan las señales de recuerdo, esto es, el pan que representa su cuerpo destrozado, y el vino que recuerda el derramamiento de su sangre, entonces se tomaba sacramentalmente el cuerpo y sangre de Jesucristo, en lo cual consistía lo característico de la Santa Cena. Las palabras de la institución Tomad, comed, esto es mi cuerpo, según Zuinglio, significan: Esto simboliza o significa mi cuerpo.

Contra esa doctrina se levantó entonces Juan Bugenhagen, amigo y colega de Lutero, defendiendo la verdadera presencia del cuerpo espiritual de Cristo en la Santa Cena; al mismo tiempo que Zuinglio halló un compañero de su parecer en Oecolampadio de Basilea. Con este motivo Lutero mismo intervino en la disputa.

Para comprender estas disensiones, que trajeron tan tristes consecuencias para la Reforma, preciso es tener bien en cuenta lo dificilísimo de la materia. La Biblia nos dice bien poco para aclarar el misterio que está contenido en la Santa Cena. Desde luego se entiende que el sentido de la Biblia es que el cristiano celebra una verdadera y real comunión con Cristo glorificado, por medio de los elementos materiales. Mas sobre el modo en que se verifica esta unión, nos da escasas referencias. Lo cierto es que hay que evitar dos extremos: primero, el traer todo el misterio al terreno material y físico, tal como lo comprende la Iglesia Romana, la que con su dogma de la transubstanciación lleva a la idolatría y a un Dios material y carnal; el otro extremo sería quitar todo el valor a los elementos, o sea a la forma e institución exterior, interpretando la comunión con Cristo que en ella disfruta el cristiano de un modo tan vago, que allí no se vea más que lo que el cristiano puede y debe tener en todas partes y épocas a saber: la comunión con Cristo por la fe. Es evidente que con esta interpretación el sacramento pierde todo su valor y dignidad: y así lo comprendieron aquellos fanáticos y falsos profetas antes mencionados, que Lutero combatió al volver de Wartburg.

Los reformadores todos, fuerza es decirlo, reconociendo que ambos extremos eran erróneos, los combatieron y trataron de excluirlos en sus definiciones respectivas. Mas Lutero, impre sionado fuertemente por los recientes combates con aquellos fanáticos, y presintiendo los graves peligros que aquel espiritualismo traería a la Iglesia, se esforzó en combatirlo, definiendo la presencia espiritual de Cristo en la Santa Cena de la manera más positiva que era posible. Al contrario, Carlostadio, Zuinglio y sus amigos temiendo que se retrocediera a la idolatría ro mana, procuraron apartar de sus definiciones respectivas todo cuanto pudiera dar pie a una inteligencia material. Partiendo así unos y otros de un mismo fundamento, pero con puntos de vista divergentes, llegaron también a definiciones distintas. Esto no tiene nada de extraño si se considera lo misterioso, difícil e intrincado de la materia y la limitación del entendimiento humano. Ni tampoco tal diferencia de pareceres hubiera sido en si misma perjudicial, puesto que el recibir la bendición y gracia del sacramento no depende de la mucha o poca inteligencia del misterio, sino únicamente de la fe con que se toma. Mas por desgracia sucedió aquí lo que tantas veces hay que deplorar entre cristianos: la pasión se mezcló en la controversia, y agravó la disensión; se lanzaron folletos de ambas partes con encarnizamiento poco cristiano. Por fin se propuso celebrar una controversia, que pusiese fin a la diversidad de pareceres, esclareciendo perfectamente el asunto. El conde Felipe de Hesse, reconociendo la gran importancia de la acción unida y fraternal de todos los reformadores de la Sajonia y de la Suiza, convocó en 1529 a ambas partes en Marburg para que viniesen a un acuerdo, después de discutirlo concienzudamente.

Felipe había dispuesto que primero disputasen Lutero y Oecolampadio, y después Zuinglio con Melanchton separadamente, porque temía que si los dos espíritus vehementes, Lutero y Zuinglio, luchaban frente a frente, frustrarían toda inteligencia. Después se tuvo la disputa pública por tres días enteros, asistiendo a ella el conde Felipe, el duque Ulrico de Wittemberg y sus con sejeros, con muchos otros doctores y catedráticos. Todos los argumentos en pro y en contra, empleados ya en los folletos, se reprodujeron de nuevo. Resultado de esto: los reformadores redactaron catorce artículos, firmándose trece de éstos con completa conformidad de ambas partes sobre las demás doctrinas de la fe. Al artículo catorce, sobre la Santa Cena, añadieron: No habiendo llegado a un acuerdo sobre si el verdadero cuerpo y sangre de Jesucristo está contenido en el pan y vino; sin embargo, los unos deben mirar y tratar a los otros con amor cristiano, en cuanto la conciencia de cada uno lo permita; y ambas partes suplicar a Dios asiduamente que El mismo por su Espíritu Santo nos confirme en la recta inteligencia de tales palabras. Amén.

¡Ojalá que se hubiese puesto en práctica este convenio! Reinando el amor fraternal y sosteniendo con fuerzas comunes y unidas los trece artículos convenidos, o sea el resumen de la doctrina evangélica, ciertamente el decimocuarto no debía haber producido escisión. Pero, por desgracia, este convenio no fue sino una paz aparente. En la confesión de Augsburgo y otras, la doctrina de Lutero acerca de la Santa Cena se pronunció clara y explícitamente, mientras que los reformados en la confesión Helvética y otras, proclamaron la presencia solamente espiritual de Cristo, estando y permaneciendo su cuerpo en los cielos, de modo que la Santa Cena era sólo una conmemoración de su muerte. Más tarde la lucha se hizo más y más encarnizada, hasta declararse una ruptura entre luteranos y reformados, que ha sido una gran rémora para los progresos de la Reforma en muchos países.

Por lo demás, no es difícil hallar excusas en pro de Lutero y demás reformadores. Altamente agitados todos en su interior por la lucha terrible que, siendo tan pocos, pero obedeciendo a la voz de su conciencia, sostenían ya por tantos años contra el mundo entero, no es de maravillar que en el ardor y encarnizamiento de la pelea se equivocaran en algún caso, tomando opiniones secundarias por dogmas principales. Mas una vez imbuidos en este concepto erróneo, les honra altamente la inquebrantable rectitud y rectitud y religiosidad con que defienden su convicción sin mirar en nada a las conveniencias políticas. Era evidente, desde luego, que nada podía perjudicar tanto a la obra de la Reforma como esta discordia entre sus iniciadores, enfrente del formidable y uniforme poder del papado. La conveniencia política aconsejaba disimular la divergencia a toda costa; mas la conciencia no les permitió ocultarla.

Meditando luego sobre las razones por las que permitió Dios que estallase esta lucha entre hermanos en la fe igualmente defensores de la verdad evangélica, una al menos hallamos muy evidente y palpable. Dios quería demostrar a todo el mundo que la causa era suya y no de los hombres, para que él solo fuese glorificado. A ser obra de hombres, tamaño error, como era esa lucha incomprensible entre luteranos y reformados, debía darle el golpe de gracia y arrui narla completamente. Mas la causa de Dios está por encima aun de las faltas de sus mismos de­fensores. Así es que aquellos errores hacen resaltar la omnipotencia de Dios. Y otra segunda enseñanza no menos importante se desprende, a saber: que estos sucesos de tan triste recuerdo nos hacen entender y atender al único medio que liga la libertad con la unidad evangélica, cual es, como lo explica San Pablo: Sed asiduos en conservar la unidad de espíritu por el vinculo de amor.

Felizmente, el mismo país donde estalló la guerra, a saber, la Alemania, ha sido el primero en restablecer la paz: en el año 1817, con motivo de la celebración del tercer centenario de la Reforma, el piadoso rey de Prusia, Federico Guillermo III, emprendió la tarea de reanudar de nuevo el lazo del amor y comunión cristiana entre ambas iglesias, uniéndolas en una Iglesia evangélica y su empresa ya ha traído consigo por la gracia de Dios gran bendición.

Por lo demás, Lutero mismo, a pesar de insis tir sin vacilar en sus opiniones, siempre permaneció muy modesto en cuanto a sí mismo; lejos de querer establecer él una nueva Iglesia y darle su nombre, escribió un día: No debes llamarte luterano: ¿qué es Lutero?, ni es la doctrina mía; ruego que se calle mi nombre, y no se llamen luteranos, sino cristianos. Extirpemos los apelativos de partido; llamémonos cristianos, pues que profesamos la doctrina de Cristo. Ni soy ni quiero ser maestro de nadie. Hasta aquí hemos visto a Lutero ocupado mayormente en las luchas de afuera. No por esto dejó de dirigir siempre su atención hacia adentro. No quería sólo derribar, sino más bien edi ficar; y así nunca dejó de trabajar para la conso lidación interior de la Reforma. Sin desfallecer se ocupó en este tiempo, como ya hemos dicho, en la traducción de la Biblia. Escribió además varios tratados, a fin de instruir al pueblo sobre los errores del papado y sobre la pura doctrina evangélica. En el 1527 dio al pueblo alemán el primer himnario, titulándolo Primera colección de canciones espirituales y salmos. La mayor parte de estos himnos son aún hoy día muy conocidos y amados en Alemania; muchos de ellos han sido traducidos a otras lenguas.

También tenía un vivo interés por establecer escuelas cristianas de todas clases, convencido de que el Evangelio no podía hacer mucho progreso en la nación, a no ser instruida sencilla y rectamente en él la juventud; pero en esto tuvo muchas y muy grandes dificultades con que luchar: Se quejaba amargamente de que, habiendo emprendido los príncipes y ayuntamientos de tan buena voluntad la secularización o desamortización de los bienes eclesiásticos, nada se aplicase para las escuelas. En su discurso A los alcaldes y consejeros de todas las ciudades de Alemania para que estableciesen y sostuviesen escuelas cristianas,, dice, entre otras cosas: Gastándose cada año tanto dinero en puentes, carreteras, ca minos, diques, etc., ¿por qué no se gasta en favor de la juventud pobre y necesitada lo que sea necesario para darle buenos profesores? Es cuestión de mucha importancia para Cristo y todo el mundo, el prestar consejo e instrucción a los jóvenes, puesto que con ello todos reciben socorro..

Sobre todo esto Lutero pensó en establecer un nuevo orden de cosas eclesiásticas. El 5 de mayo de 1525 el príncipe elector Federico el Sabio falleció, sucediéndole su hermano Juan, llamado el Constante, el cual tomó parte activa en la Reforma, mientras que Federico sólo había dejado obrar a Lutero y a sus amigos. Ya en ese mismo año de 1525 mandó este príncipe que todos los predicadores introdujesen en el culto la llamada misa alemana, redactada por Lutero. Es verdad que Lutero conservaba en ella mucho de la anterior; pero abrogaba enteramente el sacrificio de la misma, y el uso de la lengua latina; y acentuaba como lo más importante la predicación del Evangelio. Además, ordenó que se predicase exclusivamente la pura Palabra de Dios, para lo cual se dio a luz un sermonario redactado por Lutero, que sirviese de guía a los menos instruidos. Después de esto pidió el elector a Lutero y Melanchton su parecer acerca de la constitución de la Iglesia e institución del cul to y colocación de los predicadores. Hizo publi car estos principios fundamentales por delegados, legos y eclesiásticos: en 1527 removió los malos predicadores y los sustituyó por otros mejores. Esto se verificó con motivo de una visita eclesiástica hecha del 1527 al 1529, que por primera vez estableció orden y uniformidad en las congregaciones de Sajonia. Después se proclamó la nueva constitución eclesiástica se gún la cual la Iglesia no se considera como un cuerpo enteramente separado del Estado, gobernado por una jerarquía que tiene por jefe supremo al Papa, sino más bien como un conjunto de congregaciones creyentes que tienen la misma confesión, y son protegidas y no inspeccionadas, en cuanto a lo exterior, por el Gobierno del Estado, de tal manera, que éste ejerce sus derechos sobre la Iglesia por medio de las personas nombradas por ella misma, que son los superintendentes, y después los consistorios. Pero la época en que se estableció esta nueva constitución de la Iglesia era tan agitada, que no se explicaron ni determinaron claramente algunos de sus principios, especialmente sus relaciones con el Supremo Gobierno del Estado; así resultó cierta confusión del régimen eclesiástico con el político del país, que muchas veces ha perjudicado a la libertad e independencia de la Iglesia.

Con estas nuevas instituciones se llevó a cabo el establecimiento de la Reforma en la Sajonia, Hesse, Anhalt, Luneburgo y muchas ciudades libres; la Prusia, Dinamarca, Suecia, Noruega, casi todo el norte de Alemania y de Europa.

Esta nueva constitución y el establecimiento de las escuelas, movió a Lutero, en el año 1528, a escribir su catecismo grande, y en 1525, su catecismo pequeño. No se puede calcular las bendiciones que han traído Consigo estas obras inmortales: estos catecismos existen hoy día, traducidos en treinta y tantos idiomas. El elector Federico II quiso que se le enterrase con el catecismo en la mano.

En el preámbulo, Lutero nos da un magnífico modelo del método sencillo de instrucción que quiere sea empleado. Dice: Todas las preguntas deben referirse en último término a dos puntos:

fe y caridad. La parte de fe se subdivide en otras dos: en la primera se desarrolla aquel artículo, que todos estamos corrompidos y condenados por el pecado de Adán; en la segunda, que somos librados por Cristo Jesús de todo pecado y de la condenación eterna. Igualmente, la parte de la caridad se subdivide en dos, a saber: la primera expone el mandato «de que debemos servir y hacer bien a cualquiera corno Jesús nos lo hizo a nosotros; la segunda, Ûque tenemos que sufrir y padecer cualesquiera males de buena voluntad.

Empezando ahora -dice a comprender esto el niño, se le acostumbra a aprender en las predicaciones textos de la Escritura, y juntarlos con estos artículos como se juntan cuartos, reales y escudos en los bolsillos y portamonedas. La bolsa de la fe es un portamonedas de oro, y en él entran: primero, el texto de Romanos 5, 12, y Salmo 51, que son dos onzas preciosas; y segundo el texto Romanos 4, 25, y Evangelio de San Juan 1, 36, que son dos doblones. Nadie por sabio que sea, debe despreciar este método infantil. Cristo, queriendo salvar a los hombres, hubo de hacerse hombre; para educar a niños, debemos hacernos nosotros niños como ellos. ¿No es esto un espejo excelente para tantos orgullosos profesores y pedantes de hoy en día, que piensan que cuanto más abstracta y pesada presentan su doctrina, tanto más mérito tiene?

Aparte de todas estas luchas y trabajos de Reforma, no descuidó Lutero en lo más mínimo su cargo de predicador y párroco, manifestándose buen pastor del rebaño confiado a su dirección, no solamente predicando el más puro Evangelio, sino también practicándolo. A menudo predicaba más de una vez al día, visitaba los enfermos, instruía a los catecúmenos y cuidaba de los pobres y afligidos de la congregación. Especialmente, en 1527, dio una prueba insigne de su fidelidad de pastor.

En dicho año sobre las muchas tribulaciones y enfermedades que personalmente tenía que sufrir, se declaró la peste en Wittemberg, y la Universidad, por mandato del elector, se trasladó a Jena. También a Lutero amonestó aquel príncipe que se retirase a Jena juntamente con su familia; pero él y Bugenhagen con los diáconos quedaron solos en Wittemberg; mas no solos escribía a un amigo; -Cristo y vuestras oraciones nos acompañan, y están también con nosotros los santos ángeles invisibles. Si Dios quiere que nos quedemos aquí en esta plaga y nos muramos, nuestro cuidado de nada servirá; por tanto, que cada cual disponga así su corazón: Señor, en tus manos estoy, tú me has atado aquí, hágase siempre tu voluntad.

Lutero entraba en las habitaciones de la peste y de la muerte; consolaba a los enfermos y moribundos con el Evangelio, y los fortalecía con el santo sacramento del cuerpo y sangre de Cristo. En Noviembre tuvo su propia casa llena de enfermos; escribía a un colega suyo: Soy como el apóstol, como muriendo, mas he aquí, vivo.

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LUTERO EN EL CASTILLO DE WARTSURG

29 Nov

LUTERO EN EL CASTILLO DE WARTSURG

En 26 de Mayo apareció el edicto del emperador, llamado Edicto de Worms, el cual ponía a Lutero fuera de la ley, de modo que cualquiera podía matarle impunemente, y ninguno debía protegerle. Todos sus partidarios y adictos eran amenazados con igual suerte. Además, se ordenaba que cualquiera que le cogiese le entregase, y que todos sus libros fuesen destruidos. Este edicto fue inspirado por el más cruel adversario de Lutero: el legado papal Aleandro, que había dicho, lleno de furia y enojo: Aunque vosotros, alemanes, queráis libertaros del yugo de Roma, nosotros procuraremos que os destrocéis entre vosotros mismos hasta perecer ahogados en vuestra propia sangre. El edicto llevaba la fecha de 8 de Mayo, fecha retrasada y puesta con toda malicia para que apareciese obligatoria en todos los Estados del imperio, mientras que la mayor parte de los príncipes, que ya habían salido antes del 26, ignoraban todo esto. Por lo tanto, era un edicto ilegal. Y cuando fue conocido, no obtuvo mucha aceptación en Alemania por estar redactado enteramente en el espíritu romano, tan en contradicción con el espíritu de la nación alemana. Sin embargo, Lutero hubiese sido tal vez víctima de esta tormenta, si el Señor no le hubiese guardado velando sobre él.

El elector Federico el Sabio le quería proteger de la persecución de sus enemigos, y eligió el medio que creyó más a propósito, mandando que algunos caballeros enmascarados sorpren diesen a Lutero y le hicieran prisionero en las cercanías de Eisenach, cuando volvía de Worms, de regreso a Wittemberg. Así se hizo, y el elector lo hizo guardar en la inmediata fortaleza de Wartburg.

En este castillo, que Lutero llamaba su Patmos, residió en tranquila oscuridad cerca de un año, fuera del alcance de sus enemigos, y bajo el nombre supuesto del caballero Jorge. Se vistió como un hidalgo, dejó crecer su cabello y barba, corría por los bosques, buscaba fresas y gustaba también del placer agridulce de los grandes señores: la caza. Pero a pesar de estas distracciones, absorbían su mente los pensamientos teológicos. Por un lado la soledad, y por otro los alimentos fuertes y suculentos que le daban, le ocasionaron muchas molestias de cuerpo y aflicciones de alma, que achacó a Satanás, pero contra las cuales luchaba con fortaleza.

Por algún tiempo nadie supo qué había sido de Lutero, de manera que sus amigos llegaron a quejarse de su ausencia, y sus enemigos clamaban llenos de júbilo. Pero no tardó en desaparecer la tristeza de los suyos, y nuevo terror cayó sobre sus enemigos, porque pronto dio señales de vida.

En el castillo de Wartburg no se dio un momento de reposo; lleno de entusiasmo, como siempre, esparció nuevos escritos por el mundo. Sacó a luz un librito de la «confesión», un tratado de los votos espirituales y de los votos mo­násticos, una explicación de algunos salmos, y el principio de un libro de sermones para todo el año. Es digno de mención especialmente un libro muy enérgico, que escribió contra el elec tor Alberto de Maguncia, en el cual se ve que Lutero sabía lo que debía hacer, y la influencia que ejercía. Porque este príncipe había vendido otra vez indulgencias en Halle, haciendo caso omiso de lo sucedido anteriormente. Lutero, sin cuidarse del misterio en que hasta entonces había permanecido, y de su lugar de refugio, pidió al arzobispo que hiciese desaparecer ese tráfico indigno. Y cuando vio que ésta no tenía éxito, escribió un tratado muy fuerte contra el nuevo ídolo de Halle, aunque la impresión de este escrito encontró dificultades en Wittemberg. Después dirigió otra carta a Alberto, en la cual le amo nestaba, no ya como un fraile prisionero, sino como un siervo de Dios, llamado por el Rey de su Iglesia, Jesucristo, como ministro valiente del Evangelio, a que retirase las indulgencias; y le decía: Su Alteza ha vuelto a colocar el ídolo que roba a los pobres cristianos dinero y alma. Acaso S. A. piensa ahora que está seguro de mí, por creerme desterrado y anulado por S. M. I.; mas yo cumpliré con el deber del amor cristiano, sin hacer caso del Papa, ni obispos, ni del mismo infierno. No se eche en olvido aquello del terrible fuego que procedió de una chispa despreciada, que nadie temía; mas Dios ha fallado su sentencia y El vive aún; que nadie lo dude. El tiene un placer especial en quebrantar los altos cedros y humillar los Faraones endurecidos. Al concluir, le fija el término de quince días para la suspensión de las indulgencias. El elector se humilló ante esta poderosa filípica del proscrito fraile, y le contestó dándole muchísimas disculpas y excusas. Sea que lo hiciese movido por su conciencia O por temor, de todos modos, este resultado pone de manifiesto cuán superiores son los verdaderos siervos de Dios a toda grandeza humana. Lutero, solitario, proscrito, prisionero, posee en su fe fuerza y ánimo invencibles. El arzobispo, elector y cardenal tiembla ante él, a pesar de todo su poder y fama. Aquí tenemos la clave de los singulares enigmas que ofrece la historia de la Reforma.

Pero el trabajo más importante, la obra inmor tal, que Lutero concluyó en el castillo de Wartburg, fue la traducción del Nuevo Testamento en lengua alemana. No hay necesidad de encarecer el beneficio que Lutero dispensó a toda una nación, haciendo que todos, viejos o jóvenes, pobres o ricos, pudiesen escuchar la santa Palabra de Dios en la iglesia y en las escuelas, y leerla en casa. Mas no es una sola nación la que debe a Lutero la Palabra de Dios; sino que con este hecho quebrantó para siempre las cadenas y barreras en que Roma había aprisionado y encerrado la Palabra divina, devolviendo a todo el mundo el tesoro más precioso: el pan de vida eterna. En todos los países y lenguas brotaron las ediciones de la Biblia como las hierbas y flores al principiar la primavera. Desde entonces ha sido imposible, y lo será para siempre, el robar a la humanidad esta palabra eterna: el Evangelio de salvación. ¡Debemos dar las gracias al Señor por estos beneficios todos los que tenemos y conocemos su Palabra!

Para que la Reforma extirpase enteramente el poder del papado romano y sus errores, era necesario que el pueblo fuese otra vez conducido a la fuente primitiva y pura de la verdad y de la salvación. El pueblo debía conocer por sí mismo y ver con sus propios ojos que los sacerdotes no le habían dado a beber el agua pura de la Palabra de Dios, sino el agua estancada de las tradiciones humanas. Era preciso que todo el pueblo pudiera tener la Biblia en su mano. Porque la Sagrada Escritura es la única regla y norma de nuestra fe, así como la sangre y la justicia de Jesucristo son el único ornamento y vestido del cristiano. El que añade tradiciones humanas a la Palabra de Dios, y el que mezcla la justicia completa de Dios con la justicia humana, destruye los dos pilares fundamentales de la doctrina cristiana. Y eso precisamente es lo que hace Roma, y lo que la Reforma se encargó de remediar.

Es verdad que ya antes del tiempo de Lutero había algunas traducciones de la Biblia en lengua vulgar; pero estaban tan llenas de errores, y su estilo se adaptaba tan poco al lenguaje del pueblo, que no habían encontrado aceptación. Lutero había ya traducido algunos pasajes de la Sagrada Escritura, empezando por los siete salmos que tratan del arrepentimiento. Sus traduc ciones habían sido leídas con interés, pero se deseaba que publicase más. Lutero conoció en esto la voz de Dios que le encargaba tal trabajo, y puso manos a la obra.

Este libro solo -dice- debe llenar las manos, lenguas, ojos, oídos y corazones de todos los hombres. La Biblia sin comentarios es el sol que por sí solo da luz a todos los profesores y pastores.

En el castillo de Wartburg Lutero tradujo solamente el Nuevo Testamento, que después de su vuelta a Wittemberg corrigió con ayuda de Melanchton, e hizo imprimir en el año 1522. En 21 de Septiembre apareció la primera edición completa, tres mil ejemplares, con el sencillo titulo de (El Nuevo Testamento) en alemán. Wittemberg. Ningún nombre de hombre se añadió. Desde aquel momento cualquier alemán podía comprar la Palabra de Dios por tres pesetas. El éxito de este trabajo sobrepujó todas las esperanzas. En poco tiempo se agotó completamente la primera edición, y fue preciso que la segunda apareciese ya en Diciembre. En el año 1533 existían ya cincuenta y ocho diferentes edicio nes del Nuevo Testamento traducido por Lutero. Todos los que conocían el alemán, nobles y plebeyos, los artesanos, las mujeres, todos leían el Nuevo Testamento con el más ferviente deseo -dice un católico contemporáneo de la Reforma, Cochleus. Lo llevaban consigo a todas partes; lo aprendían de memoria; y hasta gente sin gran instrucción se atrevía, fundando en las Sagradas Escrituras su conocimiento, a disputar acerca de la fe y del Evangelio con sacerdotes y frailes, y hasta con profesores públicos y doctores en teología.

Nada más natural que los adversarios persiguiesen encarnizadamente esta nueva obra de Lutero, porque era la más importante de cuantas había escrito. Con ella emancipó la Reforma de la autoridad del hombre y de sí mismo, fundándola en los cimientos eternos de la palabra divina escrita dando a cada cristiano el poder de reconocer por sí mismo los errores de Roma, y examinar las nuevas doctrinas de la salvación por la fe. Esta pluma que tradujo los sagrados textos era seguramente aquella que vio el elector Federico en sueños, que se extendía hasta las siete colinas y bacía estremecerse la corona del Papa. El monje en su celda y el príncipe en su trono dieron gritos de ira y de cólera; los sacerdotes ignorantes temblaban al pensar que ahora cualquier hombre podía disputar con ellos sobre la doctrina de Jesús.

Hasta el rey Enrique VIII de Inglaterra presentó una acusación contra aquel libro al Elector Federico y al duque Jorge de Sajonia. Resultado de esto, Jorge mandó que todos los ejemplares del Nuevo Testamento fueran entregados a las autoridades. La Suabia, la Baviera, el Austria, todos los Estados inclinados a Roma, hacían lo mismo. En muchas partes fue quemada la Biblia en público. Roma restableció de esta manera en el siglo XVI los crímenes paganos, porque no otra cosa había hecho los antiguos emperadores romanos con la religión cristiana. Y ¿quién no sabe que hoy día continúa aún el mismo pro cedimiento? Mas con todo esto no impidió los progresos y la propagación del Evangelio; éste reformó toda la sociedad; la cristiandad empezó a ser otra; allí donde se leía la Biblia, entre las familias, producía otras costumbres, nuevos modales, otra conversación renovaba toda la vida. Al publicar el Nuevo Testamento, la Reforma salió de los colegios y entró en los hogares del pueblo.

Una vez impreso el Nuevo Testamento, poco a poco siguieron también los libros del Antiguo, traduciéndolos Lutero, con ayuda de sus amigos Melanchton, Bugenhagen y otros. En el año 1534 fue impresa por segunda vez la Sagrada Escritura. ¡Mas cuánto trabajo y sudor les costó la obra! Lutero mismo dice: Algunas veces nos ha sucedido que durante quince días, y aun tres o cuatro semanas, hemos buscado una sola palabra, e inquirido su verdadero sentido, y tal vez no lo hemos encontrado. Como ahora está en alemán y en lengua fácil, cualquiera puede leer y entender la Biblia, y recorrer pronto con sus ojos tres o cuatro hojas, sin apercibirse de las piedras y tropiezos que antes había en el camino. Pero también respecto a la ciencia lingüística esta traducción ha dado a la nación alemana un tesoro riquísimo, que el juicio de tres siglos ha consagrado.

A su vez, Melanchton publicó los Loci communes theologici, o sea principios fundamentales de teología, y dio con esto a la Europa cristiana un sistema de doctrina, cuyo fundamento era sólido y cuya construcción asombraba. La traducción del Nuevo Testamento justificó la Reforma ante el pueblo; la obra de Melanchton, ante los sabios. El lenguaje de ésta, lejos del pedantismo escolástico, era vivo, interesante y evidente, fundándose enteramente en la Biblia. La Iglesia no había visto obra igual hacía diez siglos. Por cierto -dijo Calvino, cuando más tarde lo tradujo al francés-, la mayor sencillez es la primera ventaja para la demostración de la doctrina cristiana. Lutero admiró esta obra toda su vida; las notas sueltas que él hasta entonces había hecho sonar, aquí se concertaban, formando una armonía deliciosa, Aconsejó a todos los teólogos que leyesen el Melanchton. Muchos adversarios de la Reforma, heridos por el lenguaje violento de Lutero, fueron atraídos por lo suave y sencillo del estilo, y convencidos por lo lógico y claro de las demostraciones. Después de la Biblia no hay otro libro que tanto haya contribuido a restablecer la doctrina del Evangelio.

LA SALIDA DE LUTERO DEL CASTILLO DE WARTBURG

Pero ya es tiempo que volvamos a Lutero, prisionero en el castillo de Wartburg, el cual era para él cada día más un»castillo de espera», que es lo que significa la palabra alemana. El esperaba y velaba allí como guardia fiel de la Iglesia, según nos lo testifican sus trabajos de que he mos hablado; pero también esperaba con todo su corazón la hora de abandonar aquella prisión voluntaria; y pronto debía llegar esta hora, aun que la causa de ello no fue la más agradable.

Hasta ahora el movimiento de la Reforma se había concretado principalmente a la modificación de la doctrina; pero no había empezado la extirpación de los abusos y grandes errores. Mas mientras Lutero estuvo oculto, otros empezaron estos ensayos de una reforma exterior. Sus hermanos en la orden, los frailes agustinos, entre los cuales los más jóvenes eran especialmente adictos a la doctrina de Lutero, resolvieron, en una asamblea de Wittemberg, suprimir la misa privada y abrir los conventos. Lutero a quien habían preguntado antes, les dio su parecer sin reserva. Esta cuestión le había causado a él mismo poco antes muchas inquietudes y dudas. Estaba convencido de que los curas debían tener libertad para casarse, porque sólo así podían recobrar la consideración y respeto en el pueblo, evitar mil tentaciones y llegar a ser verdaderos pastores de su grey. El casamiento de los curas no suprimía los curatos, sino que los restablecía. Pero era diferente el caso de los frailes; cuando ellos se casaran, los conventos por fuerza debían desaparecer. Los curas -dijo Lutero- son instituidos por Dios y, por lo tanto, libres de preceptos humanos; mas los frailes han escogido voluntariamente su estado y, por consiguiente, no pueden librarse del yugo que se han impuesto a sí mismos. Así lucha en su conciencia la verdad con el error. Por fin rendido, se puso de rodillas, y exclamó: Señor Jesús: instrúyenos tú y libranos por tu misericordia para nuestra libertad, porque somos tu pueblo.

No le faltó la contestación a su plegaria. La misma doctrina de la justificación por la fe le abrió otra vez el paso. Mientras que este artículo -escribe él- quede en pie, nadie se hará fácilmente fraile; todo lo que no proceda de fe es pecado. (Romanos 14, 23.) Por tanto, el voto de castidad, pobreza, obediencia y cosas por el estilo, hecho sin fe, es impío y perjudicial; tales eclesiásticos no valen más que las sacerdotisas de Vesta y otras del paganismo, que hacían su voto a fin de lograr por él justicia y bienaventuranza; lo que sólo y únicamente debían atribuir a la misericordia de Dios, lo atribuyen a sus obras. No hay más que un solo estado eclesiástico que es sagrado y santifica, a saber: el cristianismo y la fe. Es notable el camino por el que Lutero llegó a este resultado; procediendo y partiendo siempre de la base y centro del cristianismo, o sea la salvación gratuita por Jesucristo sin mérito nuestro, sabe resolver todas las dificultades y problemas.

Esta lucha interior demuestra cuán lejos estaba Lutero de ser innovador, y echa por tierra los vituperios y calumnias que se le levantan en todas partes al afirmar que emprendió la Reforma con el fin de satisfacer sus apetitos o deseos de poder casarse y abandonar su convento. Al contrario, era aficionado al celibato por lo que respecta a su persona, y aun después de haber reconocido que el celibato obligatorio se opone a la Palabra de Dios, él por su parte permaneció soltero algunos años, continuó viviendo en el convento y conservó hasta el hábito de fraile. En este mismo espíritu, de una templanza desinteresada redactó la contestación a las preguntas de sus hermanos en la misma orden. Se alegraba de su reciente conocimiento cristiano, pero al mismo tiempo se apresuró a amonestarles con energía, poniendo como fundamento el principio de que la Reforma no debía empezar por abrogar las cosas exteriores, por ejemplo, la misa y las imágenes en las iglesias y otras cosas, sino que debía empezar con lo interior; con la conversión de los corazones por la predicación pura del Evangelio. Tan pronto -dijo- como la doctri na de la justificación del pobre pecador ante Dios por gracia, y sin mérito de las obras, sea bien conocida y verdaderamente creída, las antiguas ceremonias y obras que son contra la Escritura, y con las que se piensa merecer ante Dios la Justicia, caerán por si mismas.

Asimismo Melanchton, cuando le consultaron acerca de la misa, examinó la cuestión muy detenidamente, y la respuesta que dio prueba la firme convicción que había adquirido. Como el mirar a una cruz no es en sí obra buena, sino por el recuerdo de la muerte de Cristo, así la participación en la Cena del Señor no es obra meritoria, sino que es como una señal que nos recuerda la gracia dada por Cristo. Es verdad que los símbolos inventados por hombres sólo pueden recordar lo que significan; mientras que las señales instituidas por Dios, no sólo recuerdan una cosa, sino que prueban la voluntad de Dios en el corazón. Sin embargo, así como la mirada a la cruz no justifica ni es sacrificio por pecados, tampoco la misa ni justifica ni es sacrificio; sólo hay un sacrificio, una sola satisfacción: Jesucristo mismo; fuera de él no hay justificación. En cuanto a la práctica, también aconsejaba un progreso lento y gradual para no turbar los ánimos.

Pero no pensaba así Carlostadio, del que ya hemos hablado en la controversia de Leipzig. Este no estaba exento de cierto fanatismo; y tal vez efecto de la ambición, pensaba ponerse él mismo a la cabeza de la Reforma. Entre el pueblo especialmente había ganado bastante partido, y cuando se sintió con bastante influencia, no solamente dio la Santa Cena en la Capilla del castillo de Wittemberg, en la fiesta de Navi dad de 1521, con pan y vino, sin previa confesión y en lengua alemana, sino que promovió en la calle algunos tumultos. Con el pueblo fanatizado y con los estudiantes entró en la mencionada iglesia, destruyó las imágenes, quitó los altares e impidió a los otros sacerdotes decir misa. El carácter de Carlostadio, que no era de los más prudentes fue más excitado todavía por algunos fanáticos que vinieron a fines de 1521 de Zwickau a Wittemberg, bajo el nombre de los nuevos profetas.

El más conocido entre ellos era el que después fue el capitán de los campesinos rebeldes, Tomás Munzer. Estos hombres profetizaban, según decían, impulsados por el Espíritu Santo, acontecimientos maravillosos; desechaban el bautismo de los niños, y querían una revolución total y violenta de todas las cosas y estados. Declararon iguales a todos los hombres; anunciaron un nuevo reino de Dios y querían suprimir dc una vez escuelas, libros, ciencias, magistrados y, en fin, todo cuanto hasta entonces había existido. El tímido y manso Melanchton y su colega Amsdorf no se atrevieron a oponerse formalmente a estos hombres, pensando que tal vez Dios quería obrar alguna cosa extraordinaria por ellos. Lutero, a quien se escribió acerca de estas cosas, contestó a Melanchton inmediatamente con decisión y claridad; le reprendió por no haber escudriñado los espíritus, y no haber exigido de esta gente que probasen las supuestas relaciones superiores por señales y pruebas que pudieran considerarse como divinas. Sin embargo, quería asegurar para ellos la misma libertad que exigía para su opinión: que el elector no los ponga en prisión ni manche sus manos con su sangre. Sólo con la palabra y el poder del Espíritu quiso vencerlos. Lutero superó, como se ve, en cuanto a la tolerancia religiosa, a todos sus contemporáneos y hasta a algunos de sus colegas en la Reforma. Pero la inquietud y el tumulto crecían en Wittemberg de día en día, y era inminente el peligro de que aquellos fanáticos ganasen allí los ánimos.

El elector Federico era tan bueno, que no pudo determinarse a adoptar medidas severas. Creció el mal sin que ninguno lo impidiera. La Reforma estaba al borde del precipicio. Este enemigo era más peligroso que el mismo Papa y el emperador. Todos en Wittemberg clamaban por Lutero; los vecinos lo deseaban, los profesores querían recibir su consejo, los mismos profetas falsos apelaban a él. Apenas podemos figurarnos lo que pasó en la mente dc Lutero; jamás había sufrido tales penas. Toda la Alemania echaba la culpa a la Reforma. ¿Dónde iría a parar esto? Sólo con la oración venció estas angustias. Dios ha principiado la obra, Dios la consumará. Me prosterno -dice- ante su gracia, suplicándole que su nombre quede sobre su obra. Si algo inmundo se ha mezclado, no olvidará que yo soy pecador. Mas le fue imposible guar dar la reserva por más tiempo.

Conoció que estos tumultos pedían su presencia personal en Witteniberg, antes que sobreviniese a la obra de la Reforma un daño irreparable, y por lo tanto, dejó el 8 de Marzo de 1522 el castillo de Wartburg, sin el conocimiento y permiso del tímido elector, porque temía que éste, que quería tener escondido algún tiempo mas a Lutero, a causa del destierro a que estaba condenado, no le consentiría la marcha. Pero Lutero sabia bien quién le protegería de todos los enemigos, y que teniendo refugio en Dios Todopoderoso, podía ir sin temor al peligro y a la tempestad. En el camino escribió al príncipe elector una carta llena de plena confianza en Dios: Por amor a Vuestra Alteza he sufrido estar encerrado por todo este año; pero ahora debo dejar aquel lugar, obligado por mi propia conciencia; porque si yo permaneciese algún tiempo más, el Evangelio sufriría y padecería, y el diablo se pondría en su lugar, aun cuando yo no cediese más que un palmo. Por lo tanto, debo marchar, aunque por nueve días no lloviese del cielo más que duques Jorges (el duque Jorge era ahora uno de sus enemigos más poderosos y terribles), y cada uno de ellos nueve veces más furioso que éste. Yo no quiero pedir la protección de Vuestra Alteza. Yo voy a Wittemberg con una protección mucho más alta que la del elector. Sí, yo creo que más bien podría yo proteger a Vuestra Alteza que Vuestra Alteza a mí. Porque el que tiene mayor confianza en Dios, será más protegido. En este asunto no debe ni puede la espada hacer cosa alguna para ayudar. Dios solo debe obrar aquí sin cuidado ni asistencia de hombres. Y porque Vues tra Alteza una vez me ha preguntado sobre lo que debía hacer en estas cosas, pensando que Vuestra Alteza ha hecho demasiado poco, yo contesto con toda humildad: Vuestra Alteza ha hecho demasiado y no debió hacer nada. Dios quiere que se le deje hacer en estas cosas, y Vuestra Alteza debe tener esto en cuenta. Y como yo no quiero seguir los consejos de Vuestra Alteza y quedarme aquí, Vuestra Alteza queda sin responsabilidad ante Dios, y sin culpa en el caso de que me cogiesen o matasen. Y en cuanto a los hombres, Vuestra Alteza ha de ser obediente a los que Dios ha puesto sobre vos; según las leyes del reino, la majestad imperial ha de ordenar, y Vuestra Alteza no debe resistir ni oponerse, sí quieren atraparme o matarme. Porque esto sería rebelión contra Dios. Cristo no me ha enseñado a ser cristiano perjudicando a otros. Yo tengo que tratar con otra persona que con el duque Jorge; él me conoce a mí y yo le conozco también bastante. Si Vuestra Alteza tuviese suficiente fe, por cierto que vería la glo ria de Dios. Pero como no cree nada, tampoco ha visto nada. A Dios sea gloria y alabanza y amor por toda la eternidad. Amén.

Apenas llegó Lutero a Wittemberg, predicó durante ocho días consecutivos contra los fanáticos que habían destruido las imágenes y querían en sus cerebros exaltados renovar el mundo. La gente se apiñaba para escuchar su palabra. Su lenguaje era sencillo, suave y poderoso; se conducía como un padre que a su vuelta pregun ta a los niños por su conducta; reconoció con gusto sus progresos en la fe, y continuó: Mas no sólo la fe hace falta, sino también el amor. Si uno lleva una espada, debe manejarla de tal modo que no haga daño a sus compañeros. Ved cómo trata la madre a su niño; primero le da leche, luego papilla. Si enseguida le diera car ne, vino y comida fuerte, no le haría provecho; portémonos así nosotros con el hermano flaco. Decís que la Biblia os enseña a suprimir la misa yo digo lo mismo; mas, ¿dónde está el orden? Lo habéis hecho alborotada y desordenadamen te para escándalo del prójimo, mientras que antes debíais haber orado y consultado con los superiores; entonces se podía ver que era obra de Dios. Primero debemos ganar el corazón de los hombres, esto se logra predicando el Evangelio; la semilla cae en el corazón y obra allí. Así se convence el hombre, y deja la misa. Mañana viene otro, y pasa lo mismo; así Dios con su Palabra obra más que yo y vosotros y todos juntos con la fuerza. Pablo, cuando entró en Atenas, vio muchos altares e ídolos; mas no tocó ni destrozó ninguno, sino que se puso en la plaza, predicó el Evangelio y probó que aquellas cosas eran supersticiones. Cuando la Pala bra ganó sus corazones, los ídolos cayeron por sí mismos.

Así habló Lutero el domingo; también predicó el martes; el miércoles volvió a resonar su poderosa voz, el jueves, viernes, sábado y domingo, habló de los ayunos, de la Santa Cena, la restitución del cáliz, la derogación de la confesión, ora con tierno cariño, ora con santa gravedad. Atacó vivamente a los que con ligereza participaban de la Santa Cena. La participación exterior no vale nada; sólo la interior espiritual que se verifica mediante la fe, es a saber, cuando creamos firmemente que Cristo, Hijo de Dios, está en nuestro lugar y toma todas nuestras maldades sobre sí. Es la satisfacción eterna por nuestro pecado y la reconciliación con Dios el Padre; este pan es consuelo de los afligidos, medicina de los enfermos, vida de moribundos, comida de hambrientos, rico tesoro de pobres.

Los sermones de Lutero son modelos de elocuencia religiosa y popular. Más fácil es fanatizar y turbar la gente que apaciguar la fanatizada. Pero Lutero logró esto último. En sus sermones no pronunció palabra injuriosa contra los autores de los tumultos; cuanto más se atemperó a este modo de proceder, tanta más eficacia tenia la verdad. Ni aún en Worms se había mostrado más grande. El que no temía el cadalso, podía amonestar que se sujetasen a la autoridad; el que despreciaba toda persecución humana podía exigir la obediencia hacia Dios. Así era que sus discursos, llenos de claridad, de poder y de mansedumbre, ayudados por la impresión poderosísima de su personalidad, tuvieron el éxito más completo. Los ánimos se calmaron, las ideas confusas se aclararon, y pronto echó fuera de las puertas de Wittemberg a todos aquellos fanáticos con la influencia de su predicación.

Así se salvó la Reforma. Una vez para siempre había demostrado la inmensa diferencia que existe entre reforma y revolución; entre la liber tad cristiana sujeta a la Palabra de Dios, y el fanatismo que traspasa los límites para sujetarlo todo a su albedrío. Para todos los tiempos dio el ejemplo de cómo la verdad tiene que luchar contra el error, y vencerle por su propio poder, por la libre convicción.

Terminada esta crisis, la Reforma pudo des envolverse con más tranquilidad exterior de lo que pudo esperarse en un principio. Los edictos de Worms llegaron a ser ejecutados sólo en una pequeña parte de Alemania. El Papa León X, que había excomulgado a Lutero, murió. El emperador Carlos V tuvo que volver a España por rebeliones que en ésta habían estallado. Además, penetraron los turcos en Hungría y el representante de Carlos, su hermano Fernando, trató de ganarse la buena voluntad de los Estados alemanes para que le ayudasen contra ellos, dejándoles más libertad en la cuestión religiosa, y muchísimos aprovecharon esta ocasión para introducir la Reforma en sus dominios. De este modo, la Reforma, que hasta la Dieta de Worms fue obra personal, por decirlo así, de Lutero, tomó desde entonces carácter público y fue representada por los Estados mismos. Esto era lo que Lutero deseaba, aunque no pareciese favorable para su propia autoridad y gloria, porque tenía por lema aquella palabra célebre de Juan Bautista: El debe crecer y yo menguar.

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LA BULA DEL PAPA Y LA SEÑAL DEL FUEGO

29 Nov

LA BULA DEL PAPA Y LA SEÑAL DEL FUEGO

El Dr. Eck, marchó a Roma lleno de enojo contra Lutero, y no descansó hasta que el 15 de Junio de 1520 logró que fuese expedida la bula de excomunión papal. Esta bula condenaba 41 setencias o conclusiones de Lutero, así como sus libros, y le lanzaba de la comunión de la Iglesia, si no se retractaba en el término de sesenta días. Todo el que aceptase la doctrina de Lutero, quedaba conminado por la pérdida de todos sus oficios y dignidades, y privado de derramamiento en lugar sagrado, etc. Lleno de gozo por tal triunfo, volvió el Dr. Eck con esta bula a Alemania, pero no logró muy buena suerte con ella. El hecho de llevarla él mismo, daba al hecho tales apariencias de venganza personal, que la impresión causada por la bula fue poco eficaz y casi contraproducente. Hasta en Leipzing, le enviaron cartas llenas de amenazas, y se burlaron de él de todas maneras. En Erfurt la bula fue hecha pedazos por multitud de estudiantes y echada después al agua; y en otras muchas partes ni siquiera fue publicada. Más ¿qué sign

Al Reformador no se le oculta el enorme peli gro en que se halla, pero eleva sus ojos al cielo y su alma se acoge al trono de Dios. ¿Qué va a suceder? Lo ignoro -dice-; sin embargo, no tengo empeño en saberlo. Sólo sé, y me basta, que ni una hoja del árbol cae sin el beneplácito de nuestro Padre celestial. Es poca cosa morir por el Verbo, pues que este Verbo se hizo carne y murió por nosotros; con El resucitaremos si con El morimos.

Todo el mundo se preguntaba qué iba a hacer Lutero entonces. En primer lugar, reiteró en 17 de Noviembre la apelación al juicio de un con cilio general de toda la Iglesia, que había hecho ya dos años antes.

El acto revistió la siguiente solemnidad; a las diez de la mañana se reunieron Lutero, un notario público y cinco testigos en una sala del convento de Agustinos, y Lutero declaró en voz alta: En atención a que el poder general de la iglesia cristiana es superior al del Papa, sobre todo en lo concerniente a la fe; En atención a que el poder del Papa no es superior, sino inferior a la Escritura, y que él no tiene derecho para degollar los corderos de Cristo y abandonarlos al lobo; Yo, Martín Lutero, agustino, doctor en Sagrada Escritura en Wittemberg, apelo por este escrito por mí y por los que están o estarán conmigo, del santísimo Papa León, a un concilio universal y cristiano.

Y apelo del dicho Papa León, primeramente, como de un juez inicuo, temerario, tirano, que me condena sin oírme y sin exhibir los motivos. Segundo, como de un hereje, condenado por la Sagrada Escritura, que me ordena negar que la fe cristiana sea necesaria para la recepción de los sacramentos. Tercero, como de un adversario y un tirano de la Sagrada Escritura, que osa opo ner sus propias palabras a las palabras de Dios. Cuarto, como de un menospreciador de la santa Iglesia cristiana y de un concilio libre, y que pretende que un concilio no es nada en sí mismo.

Esta protesta fue enviada a muchas cortes de la cristiandad.

Después atacó la misma bula, en un escrito intitulado Contra la bula del Anticristo en el cual hacia la defensa de todas las doctrinas que la bula había condenado. Sólo citaremos un párrafo. La décima proposición de Lutero estaba así concebida: Los pecados no le son perdonados a ningún hombre, si no cree que le están perdonados cuando le absuelve el confesor. Al condenar el Papa esta proposición, negaba fuese necesaria la fe en el sacramento de la penitencia. Pretenden exclama Lutero- que no debemos creer que nos sean perdonados los pecados sino cuando somos absueltos por el sacerdote. ¿Qué debemos hacer, pues? Escuchad, ¡oh cristianos!, la noticia que acaba de llegar de Roma. Se pro nuncia condenación contra este artículo de fe que confesamos, diciendo: Creo en el Espíritu Santo, en la Iglesia Universal y en el perdón de los pecados.

Entretanto que Lutero hablaba con tanta energía, el peligro arreciaba. Ya principiaba a ponerse en ejecución la bula; no era vana la palabra del sumo pontífice; las hogueras se levantaban a su voz y quemaban los libros del hereje, en Amberes, Lovaina, Maguncia, Colonia, Ingolstadt y otras poblaciones; pero en todas partes el pueblo se alborotó y demostró su enojo por este proceder. Tampoco los príncipes de Alemania, reunidos entonces para asistir a la coronación del nuevo emperador Carlos V, estaban contentos. Mas lo que los nuncios del Papa anhelaban, no era quemar libros y papeles, sino al mismo Lutero. Emplearon todos los medios posibles para lograr un edicto contra la cabeza de Lutero. Pero Carlos no fue tan condescendiente. No puedo -les contestó-, sin el parecer de mis consejeros y el consentimiento de los príncipes, descargar semejante golpe sobre una fracción numerosa y protegida por tan poderosos defensores. Veamos primeramente qué piensa de esto nuestro padre el elector de Sajonia; veremos después lo que tendremos que contestar al Papa. En vista de esto, los nuncios se dirigen al elector para ensayar con él sus artificios y el poder de su elocuencia.

Era crítica la posición en que se hallaba Federico. Por un lado, estaban el emperador, los príncipes del imperio y el sumo pontífice de la cristiandad, a cuya autoridad aún no pensaba sustraerse; por otro, un fraile, un pobre fraile; pues a él solo era a quien reclamaban. Mas el elector estaba convencido de la injusticia que hacían a Lutero. Se horrorizaba ante la idea de entregar a un inocente en las manos de sus enemigos. La justicia antes que el papa, fue la norma que adoptó, resuelto a no ceder a Roma.

En medio de esta agitación general, Lutero no pensaba en ceder. A sus valientes palabras puso el sello con una acción más valiente aún. No debía quedarse atrás en esta lucha: lo que había hecho el Papa, iba a hacerlo el fraile: palabra contra palabra, hoguera contra hoguera. El 10 de Diciembre se fijó en la Universidad de Wittemberg un aviso para que todos los profesores y estudiantes se encontrasen a las nueve de la mañana ante la puerta de la Elster. Doctores, estudiantes y pueblo se reunieron, y se dirigieron al lugar designado. Lutero iba entre los primeros. Roma había encendido muchas hogueras para quemar las vidas de los herejes; Lutero quería emplear el mismo procedimiento, no para destruir personas, sino para destruir inútiles y nocivos documentos para esto sirvió el fuego. La hoguera estaba preparada; un licenciado la encendió. Y apenas se levantaron las llamas, el Doctor en Teología Martín Lutero se acercó con su hábito de monje, llevando en sus manos las decretales pontificias, algunos escritos de sus adversarios y la bula papal. Primero, fueron quemadas las decretales; después elevó Lutero la bula sobre su cabeza, y dijo:  Por cuanto has turbado al Santo del Señor (es decir, a Jesucristo, cuya obra de salvación completa negaba la bula), el fuego eterno te turbe y consuma. Josué, 7, 25), y la echó en las llamas. Esta era, por decirlo así, la señal del incendio y la prueba de que desde aquel momento la separación de Roma era completa.

Al día siguiente, todos los oyentes esperaban una arenga de Lutero. Concluida su explicación, que versó sobre los Salmos, permaneció silencioso algunos instantes, inmediatamente dijo con viveza:  Guardaos de las ordenanzas e ins tituciones del Papa. Yo quemé las decretales, pero esto no fue sino un juego de niños. Ya sería tiempo y más tiempo de que se quemase la silla de Roma con todas sus abominaciones.  Tomando acto continuo un tono más grave, dijo:

Si vosotros no combatís esforzadamente el impío gobierno del Papa, no podéis ser salvos. Cualquiera que se complazca en la religión y culto papista, será eternamente perdido en la otra vida. Si se ha desechado la comunión romana, es menester resignarse a soportar con paciencia toda clase de sufrimientos, como también a perder la vida. Pero más vale exponerse a todo esto en este mundo, que callarse. Mientras yo viva, manifestaré a mis hermanos la llaga y la peste de Babilonia, temiendo que muchos de los que están con nosotros sucumban con los demás en el abismo del infierno.

No se puede imaginar el efecto que produjo sobre la asamblea este discurso, cuya energía nos admira. Ninguno de nosotros -añade el sincero estudiante que nos lo ha conservado- no siendo un leño sin inteligencia, duda que esto sea la verdad pura. Es opinión de todos los fieles que el doctor Lutero es un ángel del Dios vivo, llamado para administrar el pasto de la Palabra de Dios a las ovejas de Cristo, que por tanto tiempo han permanecido descarriadas.

Aquel discurso, con el acto que lo coronó, marcan una época importante de la Reforma. La conferencia de Leipzig, había separado interiormente a Lutero del papa; mas el acto de quemar la bula fue una declaración formal de su separación del obispo de Roma y de su Iglesia, y de su adhesión a la Iglesia universal, tal cual fue fundada por los apóstoles de Jesucristo.

Con esta valiente decisión empieza la Reforma, a lo menos en cuanto a sus consecuencias inmediatas, a saber: la formación de una Iglesia propia, independiente del Papa. Desde aquel momento era preciso declararse, o en pro de Lutero o contra él; y el que estuviese con él, se entendía que había roto todo lazo con la Iglesia romana.

LA DIETA DE W0RMS

En el año 1519, a la muerte del emperador Maximiliano, la corona del impero alemán recayó en su nieto el joven rey Carlos I de España, porque el príncipe elector Federico el Sabio, al cual había sido ofrecida antes, la había rehusado. En Febrero de 1521 se reunió una asamblea general de todos los príncipes y representantes de las ciudades en Worms, y esta era la primera Dieta que celebraba el nuevo emperador Carlos.

Apenas rayaba Carlos entonces en los veinte años: aunque pálido y enfermizo, sabía, no obs tante, montar a caballo con gallardía, y romper lanzas como cualquier otro; de carácter taciturno, de porte grave, melancólico, aunque expresivo y benévolo, no revelaba aún un espíritu eminente, ni parecía haber adoptado todavía una línea marcada de conducta.

El Papa, habiendo experimentado cuán poco podía influir en aquellas circunstancias en la opinión del pueblo alemán por medio de bulas condenatorias o edictos despóticos, trató de hacer callar a Lutero con grandes ofertas; pero esto fue también en vano. Ahora pidió a la Dieta general del imperio reunida en Worms que le ayudase eficazmente en su lucha contra Lutero. Mas con toda su elocuencia, el legado Papal, Aleandro no pudo conseguir que Lutero fuese condenado sin ser oído, sino que debía con este objeto comparecer ante aquellos príncipes. Verdad es que bajo la influencia del Papa, Carlos V hizo quemar en los Países Bajos los escritos de Lutero; mas no por esto quería precipitarse; más bien se inclinaba a un sistema de transacción, que consistía en agasajar al Papa y al elector, y manifestarse inclinado alternativamente, ya al uno, ya al otro, según conviniera a sus planes. Uno de sus ministros, enviado a Roma por asuntos políticos, llegó justamente allí mientras que el doctor Eck intentaba con gran ruido la condenación de Lutero. El astuto embajador reconoció al punto las ventajas que su amo podía sacar del fraile sajón, y escribió el 12 de Mayo de 1520 al emperador: Vuestra Majestad debe ir a Alemania y hacer algún servicio a un tal Martín Lutero que reside en la corte de Sajonia. Sus predicaciones causan mucho ruido en la corte de Roma.

En verdad la causa evangélica estaba en un trance peligrosísimo. No le parecía reservada otra suerte que la del mismo Jesús; a saber, el ser vendida por un precio vil e indigno. Mas Dios ya tenía preparado al que la había de proteger; el príncipe elector Federico el Sabio había reconocido la verdad por los libros de Lutero, y le era cada día más propicio; por lo tanto, pidió al emperador que no se procediese contra Lutero sin darle ocasión para defenderse.

A su vez, el nuncio romano, Aleandro, hombre muy instruido, elocuente e intrigante, hizo todo lo posible para que no se presentase Lutero a la Dieta.

No se discutirá con Lutero, decís -exclamó–; pero el poder de ese hombre audaz, sus centelleantes ojos, la elocuencia de sus palabras, el espíritu misterioso de que está animado, ¿no serán bastantes para excitar alguna sedición? Pronunció ante la Dieta en sesión solemne un discurso elocuentísimo de tres horas seguidas, combatiendo las doctrinas y la persona de Lutero. Luego trató de excusar y hasta de defender los abusos y vicios de Roma, exaltando la autoridad Papal, las santas doctrinas y prácticas de la Iglesia. Pero dio un mal paso con esto. En la primera parte asistieron muchos, y otros fueron impresionados. Mas tan pronto como hubo acabado de defender los abusos y estado actual de la corte pontificia y la Iglesia, se levantó el duque Jorge de Sajonia, el adversario más encarnizado de Lutero, atacando al Papa más fuerte aún que el mismo Lutero. Los golpes que descargó fueron tales, que la Dieta, sin tardar, nombró una comisión encargada de recoger y redactar todas las demandas, quejas y proposiciones de Reforma presentadas a la Dieta. Se hallaron ciento y una, que fueron presentadas al emperador. ¡Cuántas almas cristianas se pierden! -dijeron a Carlos V-; ¡Cuántas rapiñas se cometen, de cuántos escándalos está rodeado el Jefe de la cristiandad! Es menester precaver la ruina y el vilipendio de nuestro pueblo. Por esto, unánimemente os suplicamos que ordenéis una reforma general, que la emprendáis y la acabéis.

Así, pues, todos, sin distinción, reconocieron el mal. El único que expuso a la vez su origen y su remedio fue Lutero. Carlos no podía permane cer insensible a tales demandas. Su mismo confesor le había amenazado con las venganzas del cielo si no reformaba la Iglesia. La opinión de la asamblea y la voz general exigían que compareciese Lutero ante la Dieta. Como consecuencia de todas estas gestiones e impresiones se expidió un edicto del emperador, no al condenado Lutero, como la bula Romana le llamaba, sino al querido, honrado y piadoso doctor Martín Lu tero para que en el término de veintiún días se presentase en Worms ante el emperador y la Dieta. Carlos V envió además otra carta, en la cual le prometía toda seguridad en el viaje. Lutero tenía necesidad de esto porque la bula condenatoria del Papa, que hasta entonces sólo se había anunciado condicionalmente, había sido publicada en definitiva contra Lutero el 3 de Enero de 1521.

Entre las lágrimas de todos los habitantes de Wittemberg, que ya creían a Lutero perdido y trataban vanamente de disuadirle del viaje, emprendió éste con toda confianza su camino hacia Worms el 2 de Abril de 1521, en compañía de algunos amigos, y del heraldo del imperio, Gaspar Sturm. Del estado de ánimo en que empezó su viaje, da testimonio este cántico tan sublime que elevó en el camino: Castillo fuerte es nuestro Dios, componiendo él mismo también la música para entonarlo. Este canto es tan bello y ha tenido tanta importancia en la historia de la Reforma, que bien merece la pena de reproducirlo aquí, aunque muchos de nuestros lectores lo sepan ya de memoria, y lo canten con la misma música de Lutero. La traducción del alemán se ha hecho todo lo exactamente posible; es el cántico de batalla en el nombre de Dios:

Castillo fuerte es nuestro Dios, defensa y buen escudo.

Con su poder nos librará en este trance agudo.

Con furia y con afán, acósanos Satán:

por armas deja ver astucia y gran poder,

cual él no hay en la tierra.

Nuestro valor es nada aquí con él todo es perdido;

mas por nosotros pugnará de Dios el Escogido.

¿Sabéis quién es? Jesús, el que venció en la cruz,

Señor de Sabaoth; y pues El solo es Dios,

El triunfa en la batalla.

Aun si están demonios mil prontos a devorarnos,

no temeremos, porque Dios sabrá aún prosperarnos;

que muestre su vigor Satán, y su furor

dañarnos no podrá, pues condenado es ya

por la Palabra Santa.

Sin destruirla dejarán, aun mal de su grado,

esta Palabra del Señor; El lucha a nuestro lado.

Que lleven con furor los bienes, vida, honor,

los hijos, la mujer; todo ha de perecer;

de Dios el reino queda.

El viaje de Lutero desde Wittemberg a Worms fue un continuado triunfo. En todas partes el pueblo se acercaba a él y rodeaba su carruaje. Hombres ancianos bendecían el día en que el cielo les había concedido la ventura de ver a este monje, que se atrevía a resistir a la tiranía de Roma, que los quería libertar de la esclavitud Papal, y que les anunciaba el sincero Evangelio. Muchos querían disuadirle de ir a Worms y le pronosticaron que tendría la misma suerte fatal que Juan Huss, a quien habían quemado en Constanza. Pero Lutero les contestó: Aunque hicieran una hoguera que abrasase todo el trayecto de Wittemberg a Worms, y se levantase hasta el cielo, sin embargo, en el nombre del Señor me presentaría y confesaría a Cristo, y me confiaría a El en todas cosas. Cuando ya estuvo cerca de la ciudad, recibió una carta de su amigo Spalatin, fechada en Worms, en la cual le aconsejaba no corriese tan ciego a tal peligro, y le mandaba que no se presentase. El inmutable Lutero clavó la mirada sobre el mensajero, y contestó: Id y decid a vuestro amo: Voy a donde me han llamado, y aunque hubiese en Worms tantos diablos como tejas en los tejados, aun así entraría. No habla de este modo ningún hombre que no tiene firme confianza en la justicia de su causa y que no considera al Señor como su castillo y seguro refugio.

El 16 de Abril, a las diez de la mañana, entró Lutero en Worms, precedido por el heraldo del emperador. Una inmensa muchedumbre de todas las clases del pueblo se apiñaba en torno de su coche. Hombres, mujeres, ancianos y niños le saludaron con alegría e indescriptible júbilo. Durante el día y hasta las altas horas de la noche, fue visitado en su alojamiento por muchos condes y señores, clérigos y legos. También el conde duque de Hesse fue a verle, y cuando se despedía de él, le dio la mano, y dijo: Señor doctor, sí tenéis razón, Dios sin duda os ayudará.

Al día siguiente le condujeron ante la gran asamblea de los diputados del imperio. Era tanta la muchedumbre que quería verle, que muchos se subieron a los tejados con este objeto; para que pudiese penetrar en el local de la asamblea, fue necesario hacerle rodear por jardines y calles poco frecuentadas. Había pasado toda la noche anterior contemplando el bello firmamento con sus estrellas; y orando había luchado con su Dios e implorado su auxilio, como hizo Jacob en Peniel.

En esa noche se le oyó, entre otras cosas, pronunciar estas palabras: Dios Todopoderoso y eterno: ¡qué cosa tan vil es el mundo! ¡Cómo se abren en él las bocas de los hombres; cuán pequeña es la confianza de los hombres en su Dios! ¡Qué débil y temerosa es la carne, y que poderoso y activo el diablo con sus apóstoles y sus sabios del mundo! ¡Cuán pronto abandonan las cosas celestiales y corren a su perdición, yendo a los infiernos por el mismo ancho camino que los impíos y la muchedumbre del mundo. Ellos miran solamente lo que es grande y poderoso, magnífico y fuerte ante sus ojos, y lo que tiene apariencias exteriores. Si yo hubiera de imitarlos, pronto me vería abandonado y juzgado por el mundo’ Dios mío, oh Dios mío; tú sólo eres Dios, el Dios mío! ¡Ayúdame tú contra toda la razón y sabiduría del mundo entero! Tú debes hacerlo, y sólo Tú, porque la causa no es mía, sino tuya: por mi persona no tengo nada que ver con ella, ni tampoco con estos hombres poderosos en el mundo. Porque yo por mi parte podría tener tranquilos y quietos días en el mundo y vivir sin perturbación. ¡Pero tuya es la causa, Señor, la causa justa y eterna! Ayúdame tú, ¡oh Dios mío!, fiel y eterno. Yo no tengo confianza en ningún hombre. Todo seria en vano, y nada me aprovecharía. ¡Todo lo que es carne y confía en carne, es falible y perecedero! ¡Oh Dios, oh Dios! ¿No me escuchas, mi Dios? ¿Estás muerto? No, no puedes morir; solamente te escondes de tus criaturas. ¿No me has elegido para esta causa, según creo saber de cierto? Te lo pregunto: ¡y si así es, Tú debes dirigir mis pasos! Porque nunca en mi vida me habría propuesto oponerme a señores tan grandes y poderosos, y nunca lo hubiera pensado. ¡Pues bien, Dios mío; ayúdame en el nombre de tu Hijo querido Jesucristo, que ha de ser mi protección y mi amparo, mi castillo fuerte, mi poder en la fuerza del Espíritu Santo! Señor, ¿dónde te escondes? ¿Por qué tardas? Tú, Dios mío, ¿dónde estás? ¡Ven, ven!; ¡yo estoy pronto hasta perder mi propia vida, paciente como un cordero! Por que justa es la causa y tuya es; y por lo tanto, no me separaré de ella y de Ti en toda la eternidad. Así lo resuelvo ahora en tu nombre. Porque el mundo nunca podrá constreñir mi con ciencia, aunque estuviera lleno de diablos. Y no temo, aunque mi cuerpo, que es obra y criatura de tus manos, fuese en esta empresa destruido o despedazado; porque tu palabra y tu espíritu me quedarán: los enemigos pueden atacar sólo al cuerpo; el alma es tuya, a Ti pertenece y permanece también contigo por toda la eternidad. Amén. Dios mío, ayúdame. Amén.

Cuando llegó ante la puerta del salón, donde estaba reunida la Dieta, Dios le envió un gran consuelo por boca del famoso capitán Jorge Frunsberg. Este le puso la mano en el hombro y le dijo: Frailecito, frailecito, ahora empiezas un camino muy difícil, más difícil que el que yo y muchos capitanes han tenido que recorrer en la batalla más sangrienta. Pero si estás convencido de que tu causa es justa, avanza en el nombre de Dios y nada temas. No te abandonará.

Momentos después, se encontraba nuestro doctor Martín Lutero ante el emperador Carlos y su hermano Fernando; ante seis electores, veintiocho duques, once marqueses, treinta obispos, otros doscientos príncipes y señores y más de cinco mil concurrentes, sin contar los que estaban en la antesala y los que miraban por las ventanas. Nunca se había encontrado en presencia de tanta magnificencia y poder, pero no temblaba.

Su sola presencia allí era ya un triunfo manifiesto, conseguido sobre el Papa que le había excomulgado.

Sobre una mesa se hallaban los libros que Lutero había hecho imprimir. Preguntáronle si los había escrito y si quería retractarse de su contenido. Según el consejo de su abogado, Jerónimo Schurff, pidió que antes se leyesen los títulos de sus libros, después contestó a la primera pregunta con un sí. Respecto a la segunda, Lutero dudó un momento sobre lo que debía contestar. Entonces hubo un movimiento general de ansiedad y emoción; y Lutero, que no quería aparecer como hombre imprudente, pidió que le concediesen un corto tiempo para pensar bien la contestación: Porque –dijo- en esta pregunta se trata de la Palabra de Dios, de la fe cristiana y de la salvación del alma.

Esta respuesta, lejos de dar a sospechar alguna vacilación en Lutero, era digna del Reformador, de la alta asamblea y de la gravedad del asunto. Lutero reprime su carácter impetuoso; esta reserva y calma le disponen para responder más tarde con una sabiduría, poder y dignidad que frustrarán las esperanzas de sus adversarios.

Mientras tanto Carlos, impaciente de conocer al hombre cuya palabra revolvía el imperio, no había apartado sus miradas de él. Se volvió hacia uno de sus cortesanos, y dijo con desdén: Por cierto, no será este hombre el que me haga hereje. El joven príncipe sólo miró lo que esta ba delante de los ojos, el aspecto humilde de Lutero, y no alcanzó a comprender la grandeza del espíritu que le movía. ¡Ojalá que sus ojos hubieran penetrado más adentro, y la suerte de España y la del mundo habría sido otra!

Después de breves consideraciones, la peti ción de Lutero fue aceptada por unanimidad, y le fue concedido un día de término. El heraldo le acompañó otra vez a su posada. En el tránsito, el pueblo, al verlo, se entusiasmó en su favor hasta tal punto, que una voz gritó: ¡Feliz la madre que te parió! Muchos señores de la no bleza fueron a verle a la posada, y dijeron: Señor doctor, ¿cómo estáis? Se dice que querían quemaros, pero esto no se hará, pues perecerían todos ellos juntos con vos. Lutero pasó toda la noche en ferviente oración.

Al día siguiente, 18 de Abril, a las cuatro de la tarde, fue el heraldo otra vez a la posada donde paraba Lutero, con el fin de acompañarle a la Dieta; pero no pudieron llegar hasta dos horas después, cuando las luces estaban ya encendidas. Habiéndosele preguntado otra vez si quería retractarse, hizo sobre sus libros tres distinciones. En unos, dijo, había tratado de la fe cristiana y de las buenas obras, tan sencilla y claramente, que hasta sus propios adversarios las declararían dignas y útiles. Si se retractase de lo expuesto en estos libros, condenaría a la misma verdad cristiana. En otros había atacado al Papado y a los papistas porque habían destrozado con sus perversas doctrinas y ejemplos la cristiandad entera en cuerpo y alma, y se habían apoderado de los bienes de la nación alemana con una tiranía increíble. Si se retractaba de aquello, ensalzaría implícitamente la tiranía y las obras impías. Y finalmente, los libros restantes eran aquellos que había escrito contra los amigos del despotismo Papal. Confesaba que en estos libros había algunos párrafos demasiado fuertes y de gran energía; pero tampoco podía retractarse de ellos, porque las personas aludidas, seguirían entonces en su mal camino y no se enmendarían: el desaprobarlos seria, pues, una defensa tácita de su mal proceder. «Tengo que decir con el Señor Jesús: Si he hablado mal, que se me pruebe dónde está el mal.» Después se declaró dispuesto a de jarse refutar por cualquiera, aun por el más humilde, con tal que le probasen sus errores por la Sagrada Escritura. Lutero hablaba en latín lo mismo que el oficial del arzobispo de Tréveris, y luego repitió lo dicho en alemán. El canciller del elector de Tréveris le contestó que no esta­ban allí para disputar, sino para obtener una contestación clara y terminante: si quería retractarse, o no.

Entonces Lutero contestó solemnemente:

Puesto que su Majestad imperial y sus altezas piden de mi una respuesta sencilla, clara y precisa, voy a darla tal que no tenga ni dientes ni cuernos, de este modo: El Papa y los Concilios han caído muchas veces en el error y en muchas contradicciones consigo mismos. Por lo tanto, si no me convencen con testimonios sacados de la Sagrada Escritura, o con razones evidentes y claras, de manera que quedase convencido y mi conciencia sujeta a esta palabra de Dios, YO NOQUIERO NI PUEDO RETRACTAR NADA, POR NO SER BUENO NI DIGNO DE UN CRISTIANO OBRAR CONTRA LO QUE DICTA SU CONCIENCIA; HEME AQUÍ; NO PUEDO HACER OTRA COSA; QUE DIOS ME AYUDE. AMÉN. Dos heraldos acompañaron a Lutero a su posada donde dijo a Spalatin: Si mil cabezas tuviese, todas me las dejaría cortar antes que retractar nada.

La asamblea permanecía atónita; era extraor dinaria la impresión que Lutero produjo en este día por su santo valor para confesar su fe ante toda la Dieta del imperio. Muchos príncipes no podían ocultar su admiración; volviendo el emperador de su primera impresión, exclamó en alta voz: El fraile habla con un corazón intrépido, y con indomable valor. Los partidarios de Roma se callaron, sintiéndose derrotados. Algunos de los españoles, empleados del emperador, sisearon. El fraile había vencido a los potentados de la tierra. Se había cumplido en él la promesa del Señor. Si os guían ante príncipes y reyes por mi causa, no penséis cómo o qué habéis de hablar, porque en aquella hora os será dado lo que hayáis de hablar; porque no sois vosotros los que habláis, sino que el Espíritu de vuestro Padre es el que habla en vosotros. (Mateo 10, 18-20.)

Se había ganado muchas voluntades hasta entre los príncipes, aunque no se atrevían a con fesarlo públicamente. El elector Federico estaba lleno de gozo con la conducta de su fraile Martín, que había hecho una confesión tan valiente y noble ante el emperador y los príncipes: y por la noche dijo a Spalatin: ¡Oh, qué bien y valientemente ha hablado hoy el padre Martín ante el emperador y los Estados del imperio! ¡Sólo que es demasiado atrevido! El duque Eric de Brunswick, aunque entonces partidario de Roma, le envió un jarro de plata lleno de cerveza de Eimbeck, para que se refrigerase; y Lutero le mandó a decir, dándole las gracias: Así como el duque Eric se ha acordado hoy de mí, nuestro Señor Jesucristo se acuerde de él en su última hora. Estas palabras consolaron al piadoso duque en su lecho de muerte, recordando las de Cristo: Cualquiera que os diere a beber un vaso de agua en mi nombre, porque sois de Cristo, en verdad os digo que no perderá su galardón. (Marcos 9, 41.)

Pero el joven emperador a quien los papistas habían ya de antemano predispuesto en contra de Lutero, no conservó mucho tiempo la impresión que este le había hecho. Sus miras y móviles eran, en verdad, muy extraños a la religión.

Era inminente la guerra con Francia, y el Papa León, ambicioso de engrandecer sus Estados, negociaba a la vez con ambos partidos. A Carlos importaba poco el comprar la amistad del poderoso pontífice a precio de Lutero. Hizo informar al día siguiente a los Estados del imperio que estaba resuelto a proteger la fe católica y a Castigar a Lutero como a un hereje declarado; sin embargo, el salvoconducto de Carlos V le preservaba por de pronto. Es verdad que el nuncio del Papa y algunos otros señores, con su ancha conciencia papista, creyeron que no había obligación de cumplir a Lutero la promesa de seguridad, porque era un hereje; y recordaron lo que se hizo con Juan Huss, al que habían quemado en Constanza, por cima de lo prometido. Pero contra tanta perfidia se opuso hasta el corazón del emperador, quien pronunció estas palabras, dignas de un verdadero príncipe: Aunque todo el mundo faltase a la fidelidad y a las promesas, un emperador alemán no debe hacerlas en vano; no quiero tener que sonrojarme como el emperador Segismundo.

Algunos de los príncipes que eran favorables a la causa de Lutero, el arzobispo Ricardo de Tréveris, el margrave Joaquín de Brandemburgo y otros, lograron que se iniciasen algunas conferencias privadas con Lutero, en presencia de personas doctas y nobles, del duque Jorge de Sajonia, de los obispos de Augsburgo y de Brandemburgo, y otros. Por quince días seguidos, desde el 18 hasta el 26 de Abril, le molestaban amigos y adversarios, desde la mañana hasta altas horas de la noche, con exhortaciones, negociaciones, consejos y ensayos de reconciliación. Estas dos semanas fueron acaso más graves y difíciles de pasar que los días ante la Dieta. No había medio alguno que no emplearan; mas no lograron éxito alguno, porque todo su deseo era que Lutero se retractase, hasta contra su propia convicción, por amor a la paz de la Iglesia.

Por fin, el arzobispo de Tréveris citó en su casa a Lutero y a Spalatin, y ofreció como última proposición un concilio general, al cual Lutero debía sujetarse. Sin duda esta proposición, que disgustaría mucho a Roma, sería más aceptable para Lutero; porque podían transcurrir años y años antes de reunirse el concilio, y ganar tiempo era para la Reforma ganarlo todo. Mas la rectitud de Lutero no podía disimular lo más mínimo: Consiento en ello -dijo-, mas con la condición de que el concilio juzgará según las Sagradas Escrituras. Poner esta condición era rehusar el concilio porque jamás Roma podía consentirlo. Cuando el arzobispo, con mucha benevolencia se lo advirtió, pidiéndole que por la paz de la Iglesia se mostrase más tratable: Ilustrísimo señor -le contestó-, puedo soportar lo todo, mas no abandonar la Sagrada Escritura. He aquí la roca inquebrantable, la eterna Palabra de Dios, que sostuvo firme a Lutero en medio de todo un mar bramando contra él.

Cuando vio el arzobispo que era imposible lograr de Lutero que se retractase, le preguntó:  Pues, mi señor doctor, ¿qué es entonces lo que debemos hacer?  A lo cual contestó Lutero: Eminente señor: no conozco ahora mejor respuesta que la que dio Gamaliel en los Hechos de los Apóstoles: Si el consejo o la causa es de los hombres, perecerá; pero si es de Dios, no podréis ahogarla. De la misma manera, si mi causa no es de Dios, no durará más que dos o tres años; pero sí es, en verdad, obra de Dios, no podréis ahogaría.  Esa profecía, por cierto, no ha dejado de cumplirse.

Por fin, según su deseo se le permitió salir de Worms, y partió de allí el 26 de Abril.

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LAS NOVENTA Y CINCO TESIS

29 Nov

LAS NOVENTA Y CINCO TESIS

El Papa León X, amante del esplendor y las artes, y necesitando mucho dinero para la magnificencia de su corte, había hecho predicar indulgencias en los años 1514 y 1516, es decir, indulgencia plenaria o indulto de las penas que la Iglesia impone a los hombres por sus pecados, a cambio de una cantidad de dinero previamente determinada. La primera vez tomó por pretexto la guerra con los turcos; la segunda, la terminación de la basílica de San Pedro en Roma. El comisario general de las indulgencias en Alemania era el príncipe elector de Maguncia, Alberto, muy semejante al Papa en muchas cosas, y principalmente en eso de necesitar siempre dinero, al paso que se cuidaba muy poco de la salvación de las almas. Este príncipe se encargó, mediante el estipendio de la mitad del dinero recogido en aquel negocio, de enviar lo restante a Roma. Calcúlese, pues, cuántos esfuerzos no haría para que esta venta fuese grandemente provechosa. Envió frailes por todas partes de Alemania para ofrecer las indulgencias, obligándolos bajo juramento, a no cometer con él fraude alguno; y dejándolos, en cambio en entera libertad para engañar a las pobres almas, con tal que le trajesen dinero. Como instrumento principal de este tráfico de indulgencias, eligió a un hombre que en verdad realizó toda clase de esfuerzos para hacer el negocio tan productivo como pudiera desearse.

Este hombre fue el nunca bastante censurado Juan Tetzel, nacido en Leipzig, y fraile de la Orden de los Dominicos en el convento de Pirna; hombre atrevido y dado a torpes concupiscencias; el cual ya anteriormente, por adulterio y por su conducta licenciosa, había sido condenado a morir ahogado en un saco; y sólo por la intercepción de una ilustre dama había salvado la vida. Este hombre degradó hasta lo sumo la práctica de las indulgencias (que ya de suyo constituía una irrisión de la religión cristiana), y no hizo de ellas sino un robo sacrílego y una impostura insigne. En sus discursos de alabanza y recomendación de las indulgencias, omitía deliberadamente la cláusula que siempre se añade a las bulas que las conceden, es decir, que la eficacia de las referidas indulgencias dependen principalmente del arrepentimiento y de la enmienda. Su cinismo e insolencia sobrepujó a todo lo que hasta entonces se había visto. El adulterio, según su tarifa, costaba seis ducados; el robo de las iglesias, el sacrilegio y el perjurio, unos nueve ducados; un asesinato, ocho ducados. Hasta dio cartas de indulgencias para pecados que se pudiesen cometer en el porvenir.

Cuando Tetzel subía al púlpito, mostrando la cruz de la que colgaban las armas del Papa, ponderaba con tono firme el valor de las indulgencias a la multitud fanática, atraída por la ceremonia al santo lugar; el pueblo le escuchaba con asombro al oír las admirables virtudes que anunciaba.

Oigamos una de las arengas que pronunció después de la elevación de la cruz.

Las indulgencias – dijo – son la dádiva más preciosa y más sublime de Dios. Esta cruz (mostrando la cruz roja) tiene tanta eficacia como la misma cruz de Jesucristo. Venid, oyentes, y yo os daré bulas, por las cuales se os perdonarán hasta los mismos pecados que tuvieseis intención de cometer en lo futuro. Yo no cambiaria, por cierto, mis privilegios por los que tiene San Pedro en el cielo; porque yo he salvado más almas con mis indulgencias que el apóstol con sus discursos. No hay pecado, por grande que sea, que la indulgencia no pueda perdonar; y aun si alguno (lo que es imposible, sin duda) hubiese violado a la Santísima Virgen María, madre de Dios, que pague, que pague bien nada más, y se le perdonará la violación. Ni aún el arrepentimiento es necesario. Pero hay más; las indulgencias no solo salvan a los vivos, sino también a los muertos. Sacerdote, noble, mercader, mujer, muchacha, mozo, escuchad a vuestros parientes y amigos difuntos, que os gritan del fondo del abismo: ¡Estamos sufriendo un horrible martirio! Una limosnita nos libraría de él; vosotros podéis y no queréis darla.

¡Calcúlese la impresión que tales palabras, pronunciadas con la voz estentórea de aquel fraile, producirían en la multitud! En el mismo instante continuaba Tetzel en que la pieza de moneda resuena en el fondo de la caja, el alma sale del purgatorio. ¡Oh gentes torpes y parecidas casi a las bestias; que no comprendéis la gracia que se os concede tan abundantemente!… Ahora que el cielo está abier to de par en par, ¿no queréis entrar en él? ¿Pues cuándo entraréis? ¡Ahora podéis rescatar tantas almas! ¡Hombre duro e indiferente, con un real puedes sacar a tu padre del purgatorio, y eres tan ingrato que no quieres salvarle! Yo seré justificado en el día del juicio, pero vosotros seréis castigados con tanta más severidad cuanto que habéis descuidado tan importante salvación. Yo os digo que aun cuando no tengáis más que un solo vestido, estáis obligados a venderlo, a fin de obtener esta gracia! Dios nuestro Señor no es ya Dios, pues ha abdicado su poder en el Papa.

Después, procurando también hacer uso de otras armas, añadía: ¿Sabéis por qué nuestro señor, el Papa, distribuye una gracia tan preciosa? Es porque se trata de reedificar la iglesia destrui da de San Pedro y San Pablo, de tal modo que no tenga igual en el mundo. Esta iglesia encierra los cuerpos de los santos apóstoles Pedro y Pablo y los de una multitud de mártires. Estos santos cuerpos, en el estado actual del edificio, son, ¡ay!, Continuamente mojados, ensuciados, profanados y corrompidos por la lluvia, por el granizo. ¡Ah!, estos restos sagrados, ¿quedarán por más tiempo en el lodo y en el oprobio?

Esta pintura no dejaba de hacer impresión en muchos. Ardían en deseos de socorrer al pobre León X, que no tenía con qué poner al abrigo de la lluvia los cuerpos de San Pedro y de San Pablo!

Enseguida, dirigiéndose a las almas dóciles, y haciendo un uso impío de las Escrituras decía:

Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis; porque os aseguro que muchos profetas y reyes han deseado ver las cosas que veis y no las han visto, y también oír las cosas que vosotros oís y no las han oído! Y, por último, mostrando la caja en que recibía el dinero, concluía regularmente su patético discurso, dirigiendo tres veces al pueblo estas palabras: ‘¡Traed, traed, traed!’ Luego que terminaba su discurso, bajaba del púlpito, corría hacia la caja, y, en presencia de todo el pueblo, echaba en ella una moneda, de modo que sonara mucho.

Rara vez encontraba Tetzel hombres bastante ilustrados, y aun menos, hombres bastante animosos para resistirle; por lo común, hacía lo que quería de la multitud supersticiosa. Había plantado en Zwickau la cruz roja de las indulgencias, y los buenos devotos se apresuraban a ir y a llenar la caja con el dinero que debía libertarios. Cuando Tetzel tenía que partir, los capellanes y sus acólitos le pedían la víspera una comida de despedida; la petición era justa; pero ¿cómo acceder a ella, si el dinero estaba contado y sellado? A la mañana siguiente hacía tocar la campana mayor, la muchedumbre se precipitaba al templo, creyendo que había sucedido algo de extraordinario, porque la fiesta era ya concluida; y luego que estaban todos reunidos, les decía:

Yo había resuelto partir esta mañana, pero en la noche me he despertado oyendo gemidos; he aplicado el oído y… era del cementerio de don de salían… ¡Oh Dios! ¡Era una pobre alma, que me llamaba y me suplicaba encarecidamente que la librase del tormento que la consume! Por esto me he quedado un día más, a fin de mover a lástima los corazones cristianos en favor de dicha alma desgraciada; yo mismo quiero ser el primero en dar una limosna, y el que no siga mi ejemplo, merecerá ser condenado.

¿Qué corazón no hubiera respondido a tal lla mamiento? ¿Quién sabe, por otra parte, qué alma es aquella que grita en el cementerio? Dan, pues, con abundancia, y Tetzel ofrece a los capellanes y a sus acólitos una buena comida.

Los mercaderes de indulgencias se habían es tablecido en Haguenau en 1517. La mujer de un zapatero, usando de la facultad que concedía la instrucción del comisario general, había adquirido, contra la voluntad de su marido, una bula de indulgencia, a precio de un florín de oro, y murió, poco después; no habiendo el marido hecho decir misas por el descanso del alma de su mujer, el cura le acusó de impío, y el juez de Haguenau le intimó a que compareciese a su presencia; el zapatero se fue a la Audiencia con la bula de su mujer en el bolsillo, y el juez le preguntó:

-¿Ha muerto tu mujer?

-Si respondió el zapatero.

-¿Y qué has hecho por ella?

-He enterrado su cuerpo y he encomendado su alma a Dios.

-Pero has hecho decir una misa por el descanso de su alma?

-No, por cierto, porque sería inútil, pues ella entró en el cielo en el instante que murió.

-¿Cómo sabes eso?

-He aquí la prueba; y al decir esto sacó la bula del bolsillo; y el juez, en presencia del cura, leyó en ella: “La mujer que la ha comprado, no irá al purgatorio cuando muera, sino que entrará derechamente en el cielo.”

-Si el señor cura pretende todavía que es necesaria una misa -añadió-, mi mujer ha sido engañada por nuestro santísimo padre, el Papa; y si no, el señor cura me engaña a mí.

Nada podía responderse a esto, y el acusado fue absuelto.

Así el buen sentido del pueblo hacia justicia a estos sacrílegos fraudes. Un gentilhombre sajón que había oído predicar a Tetzel en Leipzig, quedó indignado de sus mentiras; acercóse al fraile y le preguntó si tenía facultad de perdonar los pecados que se pensaba cometer.

Seguramente -respondió Tetzel-, he recibido para ello pleno poder del Papa.

-Pues bien -replicó el caballero-, yo quisiera vengarme de uno de mis enemigos, pero sin atentar a su vida, y os doy diez escudos si me entregáis una bula de indulgencia que me justifique plenamente.

Tetzel puso algunas dificultades; sin embargo, quedaron conformes en treinta escudos. Poco después salió el fraile de Leipzig; el gentilhom bre acompañado de sus criados, le esperó en un bosque entre Iueterbock y Treblin; cayó sobre él, hizo darle algunos palos, y le arrancó la rica caja de las indulgencias que el estafador llevaba consigo; éste se quejó ante los tribunales, pero el gentilhombre presentó la bula firmada por el mismo Tetzel, la que le eximía con anticipación de toda pena. El duque Jorge, a quien esta acción irritó mucho al principio, mandó a la vista de la bula, que fuese absuelto el acusado.

Pero para que se vea que esto no era obra de un solo hombre malvado, citaremos algunos datos de la instrucción del obispo de Maguncia.

Los plenipotenciarios, después de haber ponderado a cada uno en particular la grandeza de la indulgencia, hacían a los penitentes esta pregunta: “¿De cuánto dinero podéis privaros, en conciencia, para obtener tan perfecta remisión?” “Esta pregunta -dice la instrucción del arzobispo de Maguncia a los comisarios- debe ser hecha en este momento piara que los penitentes estén mejor dispuestos a contribuir.”

Estas eran todas las disposiciones que se requerían. La instrucción arzobispal prohibía aun el hablar de conversión o contrición. “Solamente -decían los comisarios-, os anunciamos el completo perdón de todos los pecados; y no se pue­de concebir nada más grande que una gracia tal, puesto que el hombre que vive en el pecado está privado del favor divino, y que por este perdón total obtiene de nuevo la gracia de Dios. Por tanto, os declaramos que para conseguir estas gracias excelentes no es menester más que com prar una indulgencia. Y en cuanto a los que de sean librar las almas del purgatorio y lograr para ellas el perdón de todas sus ofensas, que echen dinero en la caja, y no es necesario que tengan contrición de corazón ni hagan confesión de boca. Procuren solamente traer pronto su dinero; porque así harán una obra muy útil a las almas de los difuntos y a la construcción de la iglesia de San Pedro.” No se podían prometer mayores bienes a menos precio.

Como Tetzel tenía también su obra y sus abo minables predicaciones en Iueterbock, Lutero, en su confesionario, sentía las consecuencias de estas diabólicas artes de seducción. Los confesonarios quedaban casi vacíos, porque el pueblo gustaba más de aquella manera fácil y cómoda de remisión de los pecados; y los que todavía se confesaban, siguiendo las antiguas costumbres eclesiásticas, apelaban siempre al perdón de los pecados que ya habían comprado de Tetzel, y no querían seguir ninguno de los preceptos paternales que el fiel sacerdote les quería imponer. Entonces Lutero se sintió obligado, en conciencia, a amonestar al pueblo y apartarle de abuso tan pernicioso; empezó, como él dice, predicando con dulzura. En estos primeros “discursos sobre las indulgencias” no trató más que de corregir los errores más graves y manifiestos sobre la materia, demostrando que las indulgencias no tienen ninguna fuerza en cuanto a los castigos divinos contra los pecados, sino que sólo se refieren a las penitencias y buenas obras.

-Y éstas- decía es mejor tomarlas sobre si y hacerlas para enmendarse que no evadir su cumplimiento con el dinero; una buena obra hecha en favor de un pobre, vale más que todas las indulgencias. Que las almas salgan del purgatorio mediante las indulgencias, no lo sé y no lo creo; tampoco la Iglesia lo ha resuelto; y es mucho mejor que ores por ellas y hagas buenas obras, porque esto es más seguro y más probado.

Natural era que esta opinión modesta y fundada no hiciese impresión alguna en el ánimo de Tetzel, cuya endurecida alma había llegado al más alto grado de cinismo. Empezó, pues, a dirigir sus apóstrofes y amenazas contra Lutero, mandó ha cer una hoguera, y amenazó con quemar en ella a todos los que hablasen con desprecio de sus indulgencias. Entonces Lutero se resolvió por fin “a hacer un agujero en aquel tambor”.

El elector Federico de Sajonia estaba en su palacio de Schweinitz, a seis leguas de Wittemberg, dicen las crónicas del tiempo. El 31 de Octubre, a la madrugada, hallándose Federico con su hermano el duque Juan, que entonces era corregen te y reinó solo después de su muerte, y con su canciller, el elector dijo al duque: -Es menester, hermano mío, que te cuente un sueño que he tenido esta noche, y cuyo significado desearía mucho saber; ha quedado tan bien grabado en mi espíritu, que no lo olvidaría aunque viviese mil años; porque he soñado tres veces y siempre con circunstancias diferentes.

-¿Es bueno o malo el sueño?-preguntó el duque Juan.

-Yo lo ignoro; Dios lo sabe le contestó su hermano.

-Pues bien, no te inquietes por eso; ten la bondad de referírmelo. Y refirió el príncipe elector su sueño de esta manera:

-Habiéndome acostado anoche triste y fati gado, quedé dormido inmediatamente que hice mi oración; reposé dulcemente cerca de dos ho ras y media; habiéndome despertado entonces, estuve hasta media noche entregado a todo género de pensamientos; discurría de qué modo celebraría la fiesta de Todos los Santos; rogaba por las pobres almas del purgatorio, y pedía a Dios que me condujese a mí, a mis consejeros y a mi pueblo según la verdad. Volví a quedarme dormido, y entonces soñé que el Omnipotente Dios me enviaba un fraile que era el hijo verdadero del apóstol San Pablo; todos los santos le acompañaban según la orden de Dios a fin de acreditarlo cerca de mí, y de declarar que no venía a maquinar ningún fraude, sino que todo lo que hacia era conforme a la voluntad de Dios; me pidieron que me dignase permitir que el fraile escribiese algo a la puerta de la capilla del palacio de Wittemberg, lo que concedí por conducto del canciller; en seguida el fraile fue allí y se puso a escribir con letras tan grandes, que yo podía leer lo que escribía desde Schweinitz; la pluma de que se servia era tan larga que su ex tremidad llegaba hasta Roma, y allí taladraba las orejas de un león que estaba echado (León X), y hacía bambolear la triple corona en la ca­beza del Papa; todos los cardenales y príncipes, llegando a toda prisa, procuraban sostenerla; yo mismo y tú, hermano mío, quisimos ayudar también; alargué el brazo… pero en aquel momento me desperté con el brazo en alto, lleno de espanto y de cólera contra aquel fraile, que no sabía manejar mejor su pluma; me sosegué un poco… no era más que un sueño. Yo estaba aún medio dormido; cerré de nuevo los ojos y volví a soñar. El león, siempre incomodado por la pluma, empezó a rugir con todas sus fuerzas, tanto que toda la ciudad de Roma y todos los Estados del Sacro Imperio acudieron a informarse de la causa; el Papa pidió que se opusiesen a aquel fraile, y se dirigió sobre todo a mí, porque se hallaba en mis dominios; de nuevo me des perté y recé el Padrenuestro; pedí a Dios que preservara a Su Santidad y me dormí de nuevo… Entonces soñé que todos los príncipes del Imperio, y nosotros con ellos acudíamos a Roma y tratábamos entre todos de romper aquella pluma, pero cuantos más esfuerzos hacíamos, más firme estaba; rechinaba como si fuese de hierro, y nos cansamos al fin; hice preguntar entonces al fraile (porque yo estaba tan pronto en Roma como en Wittemberg) dónde había adquirido aquella pluma y por qué era tan fuerte: “La pluma -respondió- es de un ganso viejo de Bohemia, de edad de cien años (téngase en cuenta que el nombre del gran reformador de Bohemia, Juan Huss, a quien quemaron los fanáticos en el concilio de Constanza, significa ganso. Y muriendo Huss en la hoguera, había exclamado: “Ahora me asan a mí, pobre ganso; pero dentro de cien años vendrá un cisne, contra el cual no prevalecerán”). Yo la he adquirido de uno de mis antiguos maestros de escuela; en cuanto a su fuerza, es tan grande, porque no se le puede sacar la medula y aun yo mismo estoy admirado… De repente oí un gran grito… De la larga pluma del fraile habían salido otras muchas plumas… Me desperté por tercera vez; era ya de día.”

El duque Juan se volvió entonces al canciller, y le dijo:-Señor canciller, ¿qué os parece? ¡Qué bien nos vendría aquí un José o un Daniel inspirado de Dios!

El canciller contestó: Vuestras altezas saben el proverbio vulgar que dice que los sueños de los jóvenes, de los sabios y de los grandes seño res tienen ordinariamente alguna significación oculta; pero la de este sueño no se sabrá sino de aquí a algún tiempo, cuando lleguen las cosas que tienen relación con él; dejad su cumplimiento a Dios, y encomendadlo todo en su mano.

-Pienso como vos, señor canciller -dijo el Duque-; no es cosa de que nos rompamos la cabeza por descubrir lo que esto pueda significar; Dios sabrá dirigirlo todo para su gloria.

– ¡Hágalo así nuestro fiel Dios! -interpuso Fe derico el Sabio-. Sin embargo, yo no olvidaré nunca este sueño; ya me ha ocurrido una interpretación… pero la guardo para mí; el tiempo dirá tal vez si acerté.

Así pasó, según el manuscrito de Weimar, la mañana del 31 de Octubre en Schweinitz; veamos ahora cuál fue la tarde en Wíttemberg.

La fiesta de Todos los Santos era un día muy importante para Wittemberg, y aun más para la capilla que el príncipe elector había hecho cons truir allí, llenándola de reliquias. Solían en ese día sacar aquellas reliquias adornadas de piedras preciosas y ponerlas de manifiesto a la vista del pueblo, atónito y deslumbrado con tanta magnificencia. Todos los que visitaban aquel día la capilla y se confesaban en ella, ganaban muchas indulgencias; así es que muchedumbre de gente concurría a aquella gran solemnidad de Wittem berg.

Era la tarde del 31 de Octubre de 1517; Lutero, decidido ya, se encamina valerosamente hacia la capilla, a la que se dirigía la multitud supersticiosa de los peregrinos, y en la puerta de aquel templo fija noventa y cinco tesis o proposiciones contra la doctrina de las indulgencias; ni el elec tor, ni Staupitz, ni Spalatin, ni ninguno de sus amigos, aun los más íntimos, habían sido prevenidos de ello.

La fama de estas noventa y cinco tesis, fijadas en la puerta de la iglesia del castillo de Wittemberg, corrió muy pronto, no ya sólo por Alemania, sino por el mundo entero; en ellas declaraba Lutero, en forma de preámbulo, que las había escrito en espíritu de verdadera caridad y con el deseo terminante de exponer la verdad al pueblo cristiano; invitaba a la vez a todos los residentes en las cercanías o en países lejanos, a que presentasen contra ellas sus objeciones de palabra o por escrito. Entre estas tesis, las principales eran las siguientes:

27.       Predican vana tradición de los hombres, cuantos dicen que tan pronto como el dinero se echa en la caja, el alma sale del purgatorio.

29.       Irán al infierno, junto con sus maestros, todos cuantos afirman que por las bulas de las indulgencias tienen asegurada su salvación.

36.       Cualquier cristiano que sienta verdadero arrepentimiento de sus pecados, tiene ya la ab solución plenaria de culpas y penas, la cual le per tenece y se le aplica sin cartas de indulgencias.

37.       Todo verdadero cristiano, sea vivo o di funto, tiene parte en todos los bienes de Cristo y de la Iglesia, por el don de Dios, sin necesidad de cartas de indulgencias.

38.       Sin embargo, no se ha de despreciar la absolución del Papa y su dispensación, porque es la declaración de la remisión divina.

50.       Es preciso enseñar a los cristianos, que si el Papa supiese el robo y engaño de los predi cadores de las indulgencias, antes preferiría que la Basílica de San Pedro fuese quemada o reducida a escombros, que verla construida con la piel, carne y hueso de sus ovejas.

53.       Son enemigos del Papa y de Jesucristo los que prohíben la predicación de la palabra de Dios porque se opone a las indulgencias.

62. EL ÚNICO TESORO VERDADERO DE LA IGLE SIA ES EL EVANGELIO SANTÍSIMO DE LA GLORIA Y GRACIA DE DIOS.

Se ve que en estas tesis no se repudia la in dulgencia misma, sino se condenan solamente los perniciosos abusos de ellas. Se trata de restituir las indulgencias a su objeto primitivo, según el cual, se aplicaban únicamente a las peni­tencias eclesiásticas. No se dirigían en modo alguno contra el Papado. Lutero mismo dice:

“Cuando empecé esta obra contra las indulgencias, estaba tan lleno y satisfecho de la doctrina del Papa, que me hallaba dispuesto, o a lo menos habría sentido placer, y hasta habría ayudado a matar a todos los que no quisieran ser obedien tes al Papa en la más mínima cosa.” Sin embargo, aunque todavía se movía dentro de ciertos limites, se descubre ya en estas sentencias todo el ánimo de Lutero. La sencillez y rectitud de su alma, el celo sincero por la verdadera doctrina de Cristo, su grande amor a la Biblia, su vista clara y perspicaz para conocer los abusos de la Iglesia de aquella época, la firme convicción de que la remisión de los pecados es efecto solamente de la libre gracia de Dios mediante el arrepentimiento y la fe; todo esto que hizo de Lutero el Reformador, se encuentra ya en estas noventa y cinco sentencias. Aquí, es verdad, empieza todavía como fraile tímido que da un paso atrevido, pero con plena confianza en la bondad de la obra, aunque desconfiando de sí mismo, y no sin algún temor en cuanto a las consecuencias.

Lutero neutralizó en parte la rudeza y atrevi miento de este paso, escribiendo el mismo día 31 de Octubre al elector Alberto de Maguncia, en viándole copia de sus tesis, y rogándole hiciese cesar los abusos de los traficantes en indulgencias. En idéntico sentido escribió a algunos obispos. El digno obispo de Brandeburgo, Sculteto, aprobó el contenido de las tesis; pero rogó al mismo tiempo a Lutero que permaneciese quieto y tranquilo, a fin de no turbar la paz de las conciencias. Igual respuesta dieron otros hombres estimados por Lutero; y su príncipe, el elector Federico el Sabio, opinó casi del mismo modo. No quería éste imponer la verdad violentamente, pues amaba demasiado la tranquilidad pública, y no podía alegrarse en su corazón de la lucha comenzada. Y aunque en este primer paso del Reformador se ven mezclados miedo y atrevimiento, es imposible dejar de conocer la pureza de sus sentimientos y sus propósitos. Estos se revelan tan claramente en cada una de sus pa labras, y en toda su conducta, que el atribuir el comienzo de aquella lucha a la ambición y arrogancia de Lutero, sólo prueba una completa ignorancia de los hechos o un deliberado pro pósito de falsearlos.

“Yo empecé esta obra -dice el mismo Refor mador- con gran temor y temblor; ¿quién era yo entonces, pobre, miserable y despreciable fraile, más parecido a un cadáver que a un hombre? ¿Quién era yo para oponerme a la majestad del Papa, a cuya presencia temblaban, no sólo los reyes de la tierra, sino también, si me es lícito expresarme así, el cielo y el infierno? Nadie puede saber lo que sufrió mi corazón en los dos primeros años en qué abatimiento y casi desesperación caí muchas veces. No pueden formarse una idea de ello los espíritus orgullosos” que han atacado después al Papa con grande audacia, bien que no hubieran podido con toda su habilidad hacerle el más pequeño mal, si Jesucristo no le hubiera hecho ya por mí, su débil e indigno instrumento, una herida de la que no sanará jamás… Pero mientras ellos se contentaban con mirar y dejarme solo en el peligro, no me hallaba tan gozoso, tranquilo y seguro del buen éxito como lo estoy ahora, porque no sabía entonces muchas cosas que ahora sé, gracias a Dios… Yo entonces honraba de todo corazón la iglesia del Papa, como la verdadera iglesia; y lo bacía con más sinceridad y veneración que los infames y vergonzosos corruptores, que por contradecirla, la ensalzan tanto ahora. Si yo hubiera despreciado al Papa, como le desprecian los que le alaban tanto con los labios, hubiera temido que se hubiese abierto la tierra, y me hubiese tragado vivo como a Coré y a todos los que con él estaban.”

¿Qué dicen a esto los que a móviles tan indignos atribuyen el movimiento iniciado por Lutero? ¡Qué sinceridad, qué rectitud de alma revelan sus palabras! El que quiera emprender alguna cosa buena:

-dice en otra parte, aludiendo a sus noventa y cinco proposiciones-, que la emprenda confiado en la bondad de ella, y de ninguna manera en el auxilio y consuelo de los hombres. Además, que no tema a los hombres ni al mundo entero, porque no mentirá esta palabra: Es bueno confiar en el Señor” y seguramente ninguno de los que confían en él será confundido, pero el que no quiere ni puede arriesgar ninguna cosa confiándose en Dios, que se guarde muy mucho de empren derla.”

¿Es este el lenguaje de uno que emprendiera su obra, como dicen los enemigos de la Reforma, sólo por ambición, por rencor, por envidia y por afán de libertinaje?

Aun creemos que nos han de agradecer nuestros lectores, para formar mejor su juicio, que les traslademos algunos párrafos de una carta que Lutero escribió al arzobispo de Magdeburgo el mismo día que fijó las tesis en las puertas de la capilla de Wittemberg. Dice así:

“Perdonadme, Rmo. P. en Cristo, y muy ilustre príncipe, si yo, que no soy más que la escoria de los hombres, tengo la temeridad de escribir a vuestra sublime grandeza. El Señor me es testigo que, conociendo cuán pequeño y miserable soy, he dudado mucho tiempo de hacerlo. Que vuestra alteza, sin embargo, deje caer una mirada sobre un poco de polvo, y según su benignidad episcopal, reciba bondadosamente esta mi petición…”

¡Gran Dios! las almas confiadas a vuestra dirección, excelentísimo Padre, las instruyen, no para la vida, sino para la muerte. (Ha hablado antes de los predicadores y traficantes con las indulgencias.) La justa y severa cuenta que se os pedirá, se aumenta de día en día. No he podido callar más tiempo. ¡No! El hombre no se salva por la obra o por el ministerio de su obispo. El justo mismo se salva difícilmente, y el camino que conduce a la vida es estrecho. ¿Por qué, pues, los predicadores de indulgencias, con cuentos ridículos, inspiran al pueblo una seguridad carnal? Si se les cree, la indulgencia es la sola que debe ser proclamada y exaltada… ¡Y qué! ¿No es el principal y el único deber de los obispos enseñar al pueblo el Evangelio y el amor de Jesucristo? Jesucristo no ha ordenado en ninguna parte la promulgación de las indulgencias, pero sí ha mandado con todo encarecimiento predicar el Evangelio. ¡Qué horror y qué riesgo para un obispo, si consiente que no se hable del Evangelio, y que sólo el ruido de las indulgencias suene sin cesar a los oídos del pobre pueblo!”

Contestando en otra ocasión a los que le tildaban de orgulloso y soberbio, dice, dirigiéndo se a Lange: “Deseo saber cuáles son los errores que vos y vuestros teólogos habéis hallado en mis tesis. ¿Quién no sabe que rara vez se proclama una idea nueva sin que su autor sea acusado de orgulloso y de buscar disputas? Si la misma humildad emprendiese algo de nuevo, los que son de opinión contraria dirían que aquello era orgullo. ¿Por qué fueron inmolados Jesucristo y todos los mártires? Porque parecieron orgullosos, me nospreciadores de la sabiduría mundana, y porque anunciaron otra nueva, sin haber consultado previa y humildemente a los órganos de la opinión contraria.

“Que no esperen, pues, los sabios del día que yo tenga bastante humildad, o más bien hipocre sía, para pedirles un consejo antes de publicar lo que es mi deber hacerlo: en este caso no debo consultar a la prudencia humana, sino al consejo de Dios. Si la obra es de Dios, ¿quién la contendrá? Si no lo es, ¿quién la adelantará?… No mi voluntad, ni la suya, ni la de nadie, sino la tuya, Padre Santo que estás en los cielos.”

Conviene ahora seguir a aquellas proposicio nes, por todas las partes adonde penetraron, en el gabinete de los sabios, en la celda de los frailes y en el palacio de los príncipes, para formarse una idea de los distintos y prodigiosos efectos que produjeron en Alemania.

Reuchlin las recibió; estaba cansado del rudo combate que tenía que sostener contra los frailes; la fuerza que el nuevo atleta desplegaba en sus tesis reanimó el espíritu abatido del antiguo campeón de las letras e infundió la alegría en su Corazón angustiado. ¡Gracias sean dadas a Dios! -exclamó después de haber leído las tesis-; ya por fin han encontrado un hombre que les dará tanto que hacer, que se verán obligados a dejarme acabar en paz mi vejez.

El astuto Erasmo se hallaba en los Países Ba jos cuando recibió las tesis; se alegró interiormente de ver manifestados con tanto valor sus deseos secretos de que se corrigiesen los abusos; aprobó dichas tesis aconsejando únicamente a su autor más moderación y prudencia; sin embargo, habiéndose quejado algunos en su presencia de la violencia de Lutero, dijo: “Dios ha dado a los hombres un médico que corta así las carnes, porque sin él, la enfermedad hubiera sido incurable.” Y más tarde, habiéndole pedido el elec tor de Sajonia su opinión sobre el asunto de Lutero, respondió sonriéndose: “Nada me extraña que haya causado tanto ruido, porque ha cometido dos faltas imperdonables, que son: haber atacado la tiara del Papa y el vientre de los frailes.”

El doctor Fleck, prior del convento de Stein lausitz, no celebraba misa hacía tiempo, y nadie sabía el por qué; un día halló fijadas en el refec torio de su convento las tesis de Lutero; acercóse a ellas para leerlas y apenas hubo recorrido algunas, cuando sin poder contenerse de alegría, exclamó: “¡Oh!, ¡oh! Al fin ha venido el que esperábamos hace mucho tiempo, y que os hará ver a vosotros, frailes…” Después, como si leyese el porvenir, dice Mathesius, y comentando el sentido de la palabra “Wittemberg”, dijo:

“Todos vendrán a esta montaña a buscar la sabiduría, y la hallarán…” Escribió al doctor que continuara con valor aquel glorioso combate. Lutero le llama un hombre lleno de alegría y de consuelo.

Ocupaba entonces la antigua y célebre silla episcopal de Wurzburgo un hombre piadoso, honrado y sabio, según sus contemporáneos; Lorenzo de Bibra. Cuando iba un gentilhombre a decirle que destinaba su bija al claustro, le aconsejaba: “Dadle más bien un marido”; y luego añadía: “¿Necesitáis dinero para ello? Yo os lo prestaré.” El emperador y todos los príncipes le estimaban mucho: dolíase de los desórdenes de la Iglesia, y más aún de los de los conventos. Las tesis llegaron también a su palacio; las leyó con gran júbilo, y declaró públicamente que aprobaba a Lutero. Más tarde escribió al elector Federico: “No dejéis partir al piadoso doctor Martín Lutero, porque le culpan sin razón.” El elector, satisfecho de este testimonio, escribió de su puño y letra al Reformador comu nicándoselo.

El mismo emperador Maximiliano, predecesor de Carlos V, leyó con admiración las tesis del fraile de Wittemberg; previó que aquel oscuro agustino podría llegar a ser un poderoso aliado para la Alemania en su lucha contra Roma; así es que hizo decir al elector de Sajonia, por un enviado: “Conservad con cuidado al fraile Lutero, porque podrá llegar un tiempo en que haya necesidad de él”. Y poco tiempo después, ha llándose en la Dieta con Pfeffiger, íntimo consejero del elector, le dijo: Y bien, ¿qué hace vuestro agustino? Verdaderamente no son de despreciar sus proposiciones; ya tendrán que habérselas con él.

Aun en Roma y en el Vaticano, no fueron recibidas las tesis tan mal como podía creerse. León X las juzgó como literato más bien que como Papa; la diversión que le causaron las tesis le hizo olvidar las severas verdades que contenían; y cuando Silvestre Prierías, maestro del Sacro-Palacio, encargado de examinar los libros, le aconsejó que declarase a Lutero hereje, le respondió: “Este hermano, Martín Lutero, tiene un grande ingenio, y todo lo que se dice contra él no es más que envidia de frailes.”

Es casi increíble la rapidez con que, antes de que hubiesen transcurrido quince días, se propagaron estas tesis por casi toda Alemania; y en menos de un mes fueron conocidas en la mayor parte de la cristiandad europea. En todas partes se leyeron con ansiedad e interés sumo, y se hi cieron de ellas muchas reimpresiones. Un historiador de aquel tiempo dice que la rapidez fue tan grande, que no parecía sino que los ángeles mismos habían ido como mensajeros para ponerlas ante los ojos de todos los hombres. Muchos que ya en su interior eran poco favorables a la Iglesia de Roma, se llenaron de júbilo al oír ahora en alta voz lo que antes habían pensado en silencio, y saludaron este acto de Lutero como a una señal de fuego en la montaña que llamaba a toda la nación para librarse de las ca denas del papado.

Pero los que admitían tales abusos y sacaban provecho de ellos, se enfurecieron. Mas ninguno de ellos acudió a disputar y discutir con Lutero, respondiendo a su invitación. Tetzel, que desde aquel momento perdió toda la influencia y el buen negocio que hasta entonces había hecho, porque las dichas tesis echaron por tierra su tráfico de indulgencias, quemó las sentencias de Lutero, dio a luz un furibundo escrito, lleno de calumnias contra éste, y trató de revolver el cielo y la tierra con el fin de perderlo. Otros, escribieron también calumniosas acusaciones, y aconsejaron lo que siempre ha sido el remedio más fácil y eficaz de la Iglesia romana, es decir, que fuese quemado por hereje. Los amigos de Lutero empezaron a temer por su vida. Mas él contestaba con firmeza: “Si no se ha comenzado la obra en el nombre de Dios, pronto caerá; pero si ha empezado en su nombre, entonces dejadle a El que obre.”

Verdad es que el mismo Lutero tenía motivos para temer las consecuencias de la obra principiada; pero en medio de estas luchas internas y externas, se afirmó su convicción de que no emprendía la causa como suya, sino como de Cristo; y que conservando la dulce paz y alianza con su Salvador, no tenía nada que esperar ni temer del mundo.

Mientras así empezaba la lucha con pequeñas escaramuzas, Lutero, cuya fama corría ya por el mundo, pero que, sin embargo, cumplía todos los deberes de su regla con la conciencia más estricta, hizo un viaje, en Abril de 1518, a Hei­delberg, para asistir allí a una reunión de delegados de la orden de Agustinos. Aprovechó, pues, esta ocasión para defender en una Contro versia sus convicciones, basándolas en las San tas Escrituras. Está controversia tuvo una importancia tan grande para la obra de la Reforma en Alemania, que no puede dejar de verse en dicho Viaje el dedo de Dios y su Providencia. Porque tanto Lutero como sus tesis, eran poco conocidos en el Sur de Alemania, y al mismo tiempo, con intenciones nada cristianas se habían hecho correr sobre él muchos rumores, por cierto muy falsos y calumniosos. Ahora se presentó él mismo, y con su sinceridad y con el poder de su espíritu ganó pronto los corazones de casi todos. Allí conquistó y convirtió a los que después fue ron sus colegas y colaboradores en la obra de la Reforma, Martín Butzer, Erhard Schnepf, Juan Brenz y otros, que en aquella ocasión admiraron no solamente su talento y personalidad, sino muy especialmente el modo que tenia de explicar y aplicar las Escrituras.

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LUTERO FRAILE Y CATEDRÁTICO

29 Nov

LUTERO FRAILE Y CATEDRÁTICO

No había entonces en Lutero lo que le debía hacer más tarde el Reformador de la Iglesia; su entrada en el convento lo demuestra claramente. Al obrar así seguía la tendencia del siglo, pero Lutero había de contribuir pronto a purificar la Iglesia de aquella superstición como de las demás tradiciones humanas. Lutero buscaba aún salvación en sí mismo y en las prácticas y observancias religiosas, porque ignoraba que la salvación viene solamente de Dios. Quería su propia justicia y gloria, desconociendo la justicia y la gloria del Señor. Pero lo que ignoraba todavía lo aprendió poco después. Este inmenso cambio se efectuó en el convento de Erfurt; allí fué donde la luz de Dios iluminó su alma, preparándole para la poderosa revolución, de la cual iba a ser el más eficaz instrumento.

Martín Lutero, al entrar en el convento, cambió de nombre, y se hizo llamar Agustín. ¡Qué insensatez e impiedad! – decía más tarde hablando de esta circunstancia – desechar el nombre de su bautismo por el del convento! Así los papas se avergüenzan del nombre que han recibido en el bautismo manifestándose desertores de Jesucristo.

Los frailes le acogieron con gozo; no era pequeña satisfacción para su amor propio el ver a uno de los doctores más estimados abandonar la Universidad por el convento. Sin embargo, le trataron con dureza y le destinaron a los trabajos más viles. Querían humillarle, y demostrarle que toda su ciencia y su saber no le daban preponderancia ni preeminencia alguna sobre sus hermanos. El que antes era doctor en filosofía, debía ahora ser portero, arreglar el reloj, limpiar la iglesia y barrer las celdas. Y cuando este pobre fraile, portero, sacristán y criado del convento, había acabado sus tareas, le decían: Ahora marcha con la alforja por la ciudad. Debía entonces ir por las calles de Erfurt con el saco, y mendigar pan de casa en casa. Lutero todo lo sobrellevó con humildad y paciencia. Quería acabar la buena obra de su propia santificación por sus propias fuerzas, porque no conocía otro camino. Y si algunas veces tenía media hora libre para poder ocuparse de sus queridos libros, entonces venían los monjes, le injuriaban, le quitaban los libros y le decían con enojo: Mendigando, y no estudiando, se hace bien a nuestro convento. En esta escuela tan dura adquirió aquella firmeza y constancia que más adelante demostró en todas sus resoluciones. Su impasibilidad ante las aflicciones y ásperos tratamientos fortaleció su voluntad. Dios le ejercitaba en la constancia en cosas pequeñas, a fin de que después fuese apto para perseverar en cosas grandes.

Pero esta severa disciplina no debía durar por mucho tiempo. Como Martín era miembro de la Universidad de Erfurt, ésta se interesó por él, y logró del prior del convento que se le dispensara de las ocupaciones propias de sirvientes. Así el fraile Martín pudo atender otra vez con nuevo celo a sus libros. Estudiaba las obras de los Padres de la Iglesia; pero especialmente se dedicó más que nunca a su querida Biblia. Porque había encontrado en el convento una copia de ella, la cual, por su gran valor en aquellos tiempos, se hallaba sujeta con una cadena. Allí se le veía muchísimas veces sacando agua de la limpia fuente de la Palabra de Dios, y fortaleciendo con ella su espíritu. Cosa era ésta que no agradaba mucho a los frailes. Una vez le dijo su maestro en el convento, el Dr. Usinger: ¡Ay hermano Martín! ¿Qué es la Biblia? Es preciso no leer más que los antiguos doctores; ellos han sacado ya de la Sagrada Escritura el jugo de la verdad; pero la Biblia es la causa de todas las revoluciones.

Por este tiempo empezó, a lo que parece, a estudiar las escrituras en las lenguas originales, y a echar los cimientos de la más perfecta y útil de sus obras: la traducción de la Biblia, para la cual se servía de un diccionario hebreo de Reuchlin, que acababa de aparecer, Un hermano del convento, versado en las lenguas griega y hebrea, y con quien tuvo siempre íntima amistad, Juan Lange, le dió probablemente las primeras direcciones, Se valió mucho también de los sabios comentarios de Nicolás Lyra, muerto en 1340. Esto hacia decir a Pflug, que fue después obispo de Naunburgo: Si l.yra, no hubiese tocado ala lira Lutero no hubiera saltado, Si Lyra non lyrassett, Lutherus non saltaste.

El joven fraile estudiaba con tanta aplicación y celo, que muchas veces pasaba sin rezar las horas en dos o tres semanas; pero después se asustaba, pensando que había quebrantado las leyes de su Orden. Entonces se encerraba para reparar s descuido, y repetía escrupulosamente todas las horas que había dejado de rezar, sin pensar ni en comer ni en beber.

En el año 1507 fue ordenado sacerdote, y el 2 de Mayo celebró su primera misa. El Obispo que me consagró —dice Lutero— cuando me hizo sacerdote me puso el cáliz en la mano, dijo: Accipe potestatem sacrificandi pro vivis et mortuis (recibe la potestad de sacrificar por los vivos y los muertos). Cuando entonces la tierra no nos tragó, bien puede decirse que fue por la gran paciencia y longanimidad de Dios. A esta ceremonia asistieron también su padre y veinte parientes y amigos, y le fueron regalados por el primero veinte florines. Durante la comida, Lutero habló con su padre amigablemente acerca de su entrada en el convento; pero el padre, que no podía conformarse con este paso, le dijo: Quiera Dios que esto no sea un engaño y fraude del diablo. Y cuando los frailes le ponderaban la importancia del ministerio sacerdotal contestó: ¿No habéis, leído nunca, vosotros los sabios, aquello de honrarás a tu padre y a tu madre?.

Ordenado ya sacerdote, los frailes volvieron a quitarle la Biblia, dándole en su lugar las obras de los escolásticos y de los doctores letrados de la Edad Media, que habían obscurecido con sus sutilezas de escuela el camino de la salvación. Hubo tiempo en que estuvo cinco semanas sin poder conciliar el sueño. En el convento buscaba la santidad tan deseada, y para lograrla se había dedicado con toda sinceridad y con los propósitos más firmes a las observancias monásticas, en la plena persuasión de que para su propia santificación y para la gloria de Dios era preciso, además de sus estudios, mortificar su carne con vigilias, ayunos y castigos corporales. Jamás la Iglesia romana tuvo fraile más piadoso; jamás convento alguno había presenciado obras más severas y continuadas para ganar la salvación eterna. Todo lo que Lutero emprendía, lo hacía con toda la energía de su alma; y se había hecho fraile con tanta, sinceridad, que más tarde pudo decir de sí; Verdad es que he sido un fraile piadoso, y he observado tan rigurosamente las reglas de mi Orden, que puedo afirmar: si hubiera podido entrar un fraile en el cielo como recompensa de sus rígidas observancias, seguramente ese fraile sería yo. Testimonio de esto darán todos mis compañeros de convento que me han conocido; si aquello hubiera durado más tiempo, ciertamente habría sucumbido con tantos tormentos de vigilias, ayunos, oraciones, pasmos, meditaciones y otras obras.

Así vemos que Lutero se hacía cada día más rico en lo que se llamaba santidad de convento; pero al mismo tiempo era cada día más pobre en lo concerniente a la paz de su alma. Buscaba la seguridad de la salvación, pero no la encontró. Las paredes de la habitación en que se atormentaba y maltrataba permanecían mudas; no daban contestación a la pregunta ansiosa de su corazón. Las angustias sobre la salvación de su alma, que le llevaron al convento, se aumentaban de día en día. En aquellos obscuros claustros, cada suspiro de su corazón tornaba a él como un eco terrible. Dios le guiaba de esta manera para que se conociese a sí mismo y empezase a desesperar de sus propias fuerzas. Su conciencia iluminada por la Palabra de Dios, le decía claramente lo que era la santidad; pero al mirarse a sí mismo, ni en su vida, ni en su corazón encontraba ese dechado de la santidad que la Palabra de Dios le presentaba. Una cosa sin embargo, llegó a comprender: que por las obras que la Iglesia romana mandaba ejecutar, ninguno podía ganar el cielo, ni siquiera ascender hacia él un solo escalón. ¿Qué debía hacer entonces? ¿Todas aquellas reglas y ceremonias, eran nada más vanas tradiciones de hombres? Tal suposición le parecía algunas veces sugestión diabólica; otras, una verdad incontestable. Así luchaba sin descanso ni tregua, vacilando entre la santa voz que le hablaba en el corazón, y las antiguas reglas y tradiciones establecidas en la Iglesia por siglos y siglos. El joven fraile andaba apesadumbrado y con aspecto de esqueleto por los largos corredores del convento, mientras sus compañeros le miraban con asombro, y algunos se burlaban de él. Sus fuerzas físicas decayeron, su naturaleza se abatió hasta llegar a padecer desmayos.

En esta cruel y desesperada incertidumbre se franqueó, por fin, con un viejo fraile del mismo convento, el maestro de novicios; éste oyó tranquilamente sus pesares, y le dió después un consuelo maravilloso; con sencillez, pero con la convicción de la propia experiencia, le repitió las palabras del credo apostólico “Creo en la remisión de los pecados”, y le probó que esta remisión de los pecados era artículo de nuestra fe, que debía ser creído. Estas palabras, que Lutero recordó toda su vida con gratitud, alumbraron su alma con una luz benéfica y salvadora; fueron como el germen fructífero de toda su convicción cristiana y el fundamento de su obra posterior.

Mucho le ayudó también para la tranquilidad de su alma, el vicario general de los agustinos en Alemania, Dr. Staupitz. En una visita que éste hizo al convento de Erfurt, llamó su atención el joven fraile, cuya clara y penetrante inteligencia notó bien pronto aunque entonces estaba abatido y apesadumbrado. Le trató con mucha afabilidad; y cuando más tarde le descubrió Lutero en la confesión el estado de su alma y todas sus angustias, le aconsejó que leyese atentamente la Biblia y buscase su salvación solamente en Cristo, donde él había encontrado la suya. Su mirada perspicaz vio claramente los tesoros de imaginación y talento que poseía el joven fraile, y consolándole le dijo: Todavía no sabes, querido Martín, cuán útil y necesaria es para ti esta tribulación, porque Dios nunca la envía en vano. Ya verás cómo El te ha menester para cosas grandes.

Los corazones de Staupitz y de Lutero se entendieron. El vicario general comprendió a Lutero, y éste sintió hacia él una confianza que nadie le había inspirado hasta entonces. Le reveló la causa de su tristeza, le comunicó sus horribles pensamientos, y entonces se entablaron en el claustro de Erfurt conversaciones llenas de sabiduría.

—En vano es – decía con tristeza Lutero a Staupitz – que yo haga promesas a Dios; el pecado es siempre el más fuerte.

— ¡Oh amigo mío! – le respondía el vicario general – ; yo he jurado más de mil veces a nuestro santo Dios vivir devotamente, y no lo he cumplido jamás; pero ya no quiero jurar, porque seria falso. Si Dios no quiere concederme su gracia por el amor de Cristo, y permitirme salir con felicidad de este mundo, cuando llegó la hora, no podré, con todas mis promesas y buenas obras, subsistir en su presencia; necesariamente habré de perecer.

— ¿Por qué te atormentas – – le decía – con todas estas especulaciones y con todos estos altos pensamientos? Mira las llagas de Jesucristo y la sangre que ha derramado por ti; ahí es donde la gracia de Dios te aparecerá. En lugar de martirizarte por tus faltas, échate en los brazos del Redentor. Confía en él, en la justicia de su vida, en la expiación de su muerte. No retrocedas; Dios no está irritado contra ti, tú eres quien estás irritado contra Dios; escucha a su Hijo; él se ha hecho hombre por darte la seguridad de su divino favor, te dice: «Tú eres mi oveja, tú oyes mí voz, y nadie te arrancará de mi mano.»

Sin embargo, Lutero no halla en si el arrepentimiento, que cree ser necesario para su salvación, y da al vicario general la respuesta ordinaria de las almas angustiadas y tímidas: –¿Cómo atreverme a creer en el favor de Dios, mientras no estoy verdaderamente convertido? Es menester que yo cambie para que me acepte.

Su venerable guía le hace ver que no puede haber verdadera conversión, mientras tema el hombre a Dios como a un juez severo. — ¿Qué diréis entonces — exclama Lutero — de tantas conciencias a quienes se prescriben mil mandamientos impracticables para ganar el cielo?

Entonces oye esta respuesta del vicario general, que le parece no venir de un hombre, sino que es una voz que baja del cielo: – No hay – dice Staupiz – más arrepentimiento verdadero que el que empieza por el amor de Dios y la justicia. Lo que muchos creen ser el fin y el complemento del arrepentimiento no es, al contrario, sino su principio. Para que abundes en amor al bien, es preciso que antes abundes en amor a Dios. Si quieres convertirte, en lugar de entregarte a todas esas maceraciones y a todos esos martirios, ¡ama a quien primero te amó!.

Lutero escucha y no se cansa de escuchar. Aquellas consolaciones le llenan de un gozo desconocido y le dan una nueva luz. – Jesucristo es – pensaba en sí mismo –; sí, el mismo Jesucristo es el que me consuela tan admirablemente con estas dulces y saludables palabras.

En efecto, ellas penetraron hasta el fondo del corazón del joven fraile, como la Hecha aguda arrojada por un fuerte brazo. ¡Para arrepentirse es menester amar a Dios! Iluminado con esta nueva luz, se pone a cotejar las Escrituras, buscando todos los pasajes en que se habla de arrepentimiento y de conversión. Estas palabras tan temidas hasta entonces, para emplear sus propias expresiones, son ya para él un juego agradable, y la más dulce recreación. Todos los pasajes de la Escritura que le asustaban, le parece que acuden ya de todas partes, que sonríen, saltan a su alrededor y juegan con él. – Antes – exclama –, aunque yo disimulase con cuidado delante de Dios el estado de mi corazón, y me esforzase a mostrarle un amor forzado y fingido, no había para mí en la Escritura ninguna palabra más amarga que la de arrepentimiento; pero ahora no hay ninguna que me sea más dulce y agradable. ¡Oh, cuán dulces son los preceptos de Dios, cuando se leen en los libros y en las preciosas llagas del Salvador!

Lutero siguió el consejo del Dr. Staupitz; leyó diariamente la Biblia (que los frailes le habían devuelto), especialmente las epístolas del apóstol Pablo y poco a poco vino a conocer que el Evangelio de Cristo (el cual fué entregado y muerto por nuestros pecados, y resucitó para nuestra justificación) es potencia de Dios para salud a todo el que cree (Rom. I. t6), y que somos justificados por la fe en él, y no por las obras de la ley. (Gál. 2.16.) Además, los escritos de San Agustín, padre de la Iglesia, que leía con mucho celo, le confirmaron en esta doctrina de la fe y en el consuelo que ella le proporcionaba.

Poco tiempo después de su consagración, hizo Lutero, por consejo de Staupitz, pequeñas excursiones a pie por los curatos y conventos circunvecinos, ya por distraerse y procurar a su cuerpo el ejercicio necesario, ya para acostumbrarse a la predicación.

La fiesta del Corpus debía celebrarse con gran pompa en Eisleben; el vicario general debía concurrir; Lutero asistió también. Tenía necesidad de Staupitz, y buscaba todas las ocasiones de encontrarse con aquel director instruido, que guiaba su alma por el camino de la vida.

La procesión fue muy concurrida y brillante; el mismo Staupitz llevaba el santo sacramento, y Lutero seguía revestido de capa. La idea de que era el mismo Jesucristo el que llevaba en sus manos el vicario general, y que el Señor estaba allí en persona delante de él hirió de repente la imaginación de Lutero y le llenó de tal asombro, que apenas podía andar; corríale el sudor gota a gota, y creyó que iba a morir de angustia y espanto. En fin, se acabó la procesión: aquel sacramento que había despertado todos los temores del fraile, fue colocado solemnemente en el sagrario; y Lutero, hallándose solo con Staupitz, se echó en sus brazos y le manifestó el espanto que se había apoderado de su alma. Entonces el vicario general, que hacía mucho tiempo conocía al buen Salvador, que no quiebra la caña cascada, le dijo con dulzura: – No era Jesucristo, hermano mío; Jesús no espanta, sino que consuela.

El insigne Staupitz había observado, sin duda, que el espíritu de Lutero no se avenía con la tranquilidad de un convento, y que las paredes del claustro eran muy estrechas para sus poderosos vuelos. Por lo tanto, trató de trasladarlo a otra esfera de acción más en armonía con su naturaleza. El año de 1502, el príncipe elector de Sajonia, Federico III, llamado con razón el Sabio, fundó la Universidad de Wittemberg, siguiendo los consejos del doctor Staupitz y de Martín Mellerstadt. Lejos estaba entonces de adivinar que esta Universidad había de ser la cuna de una reforma religiosa de tanta trascendencia. Staupitz, uno de los catedráticos de teología de dicha Universidad, hizo todo lo posible para elevar en ella los estudios teológicos al más alto grado de perfección. En el fraile Martín había notado gran talento y una piedad severa; y así influyó para que Lutero, el año 1509 y vigésimosexto de su edad, fuese nombrado catedrático de Wittemberg.

Allí empezó Lutero a enseñar las ciencias filosóficas; pero su ánimo y sus inclinaciones eran más propensos al estudio de la teología. El mismo año 1509 se graduó de bachiller en teología, y fué destinado a enseñar la teología bíblica. Entonces se encontró en su verdadero elemento, y conoció que el Señor le había llamado para este trabajo. Empezó a enseñar con tanta profundidad y desembarazo, que todos se maravillaban. En el otoño de 1509 fué destinado a la Universidad de Erfurt, de donde volvió a Wittemberg, año y medio después. Desde entonces acudían los estudiantes en número creciente a recibir sus lecciones, y hasta los mismos catedráticos concurrían a oírle. Cuando el doctor Mellerstadt le hubo oído una vez, dijo: Este fraile confundirá a todos los doctores: nos enseñará una doctrina nueva y reformará la Iglesia romana, porque se apoya en los escritos de los profetas y apóstoles, y se funda en la palabra de Jesucristo; y con este sistema ninguno podrá luchar en contra y vencer.

Staupitz, que era la mano de la providencia para desarrollar los dones y tesoros escondidos en Lutero, le invitó a predicar en la Iglesia de los Agustinos. El joven profesor no quería aceptar esta proposición, porque deseaba ceñirse a las funciones académicas, y temblaba al solo pensamiento de añadir a ellas el cargo de predicador. En vano le solicitaba Staupitz. – No, no – respondía,– no es cosa de poco más o menos hablar a los hombres en lugar de Dios. ¡Tierna humildad de este gran reformador de la Iglesia! Staupitz insistía; pero el ingenioso Lutero hallaba, dice uno de sus historiadores, quince argumentos, pretextos y efugios para defenderse de aquella vocación; y por último, continuando firme en su empeño el jefe de los Agustinos, le dijo Lutero: – ¡Ah, señor doctor, si hago eso me quitáis la vida; no podría sostenerme tres meses!

¡Sea enhorabuena! – Respondió el vicario general –; ¡que sea así en el nombre de Dios!, porque Dios nuestro Señor tiene también necesidad allá arriba de hombres hábiles y entregados a él de todo corazón. Lutero hubo de consentir, y predicó primeramente en el convento, y después públicamente en la iglesia. La consecuencia fue que el Ayuntamiento de la ciudad le nombró predicador de la iglesia principal de Wittemberg. Más tarde veremos la importancia de esta elección, porque por ella quedó obligado Lutero a ser confesor de su congregación y a consolar sus conciencias.

Pero Dios había elegido a Lutero, no solamente para maestro de una ciudad o de un país, sino para Reformador de su Iglesia; y, por lo tanto, le proporcionó también por camino extraordinario la ocasión de conocer a fondo la gangrena que la corroía. El año 1511, la orden a que pertenecía Lutero le envió a Roma para solicitar la decisión del Papa en una cuestión importante de dicha orden. Emprendió este viaje con tanto más gozo, cuanto que esperaba hallar consuelo y paz para su conciencia en la visita a una ciudad que se consideraba como sagrada. Mas no fue así; algunos años después dijo, sin embargo, que si le ofreciesen cien mil florines a cambio de su visita a Roma, no los aceptaría. Y no porque allí hubiese encontrado muchas cosas buenas y dignas de alabanza, sino por haber conocido allí mejor la perdición de la Iglesia. Este hombre sencillo, educado en todo temor, respeto y reverencia al Papa, vio entonces cosas que jamás hubiera podido sospechar. En lugar de la santidad que esperaba, ¿qué fue lo que encontró? El Papa de aquella época, Julio II, era un hombre de mundo, y un gran soldado, que tenía mucho más placer en derramar sangre conquistar tierras, que en las tareas propias de su ministerio espiritual, Entre los cardenales, obispos y sacerdotes, no solamente reinaba la más crasa ignorancia, sino que se burlaban de la manera más cínica de las cosas más sagradas, y estaban encenagados en la más degradante disolución. Lutero mismo dice: Yo he visto en Roma celebrar muchas misas, y me horrorizo cuando lo recuerdo. Yo sentía grande disgusto al ver despachar la misa en un trist-tras, como si fuesen prestidigitadores. Cuando yo celebraba al mismo tiempo que ellos, antes que llegase a la lectura del Evangelio, ya habían concluido sus misas, y me decían: Despacha, despacha, (¡Passa, passa!), hazlo brevemente. Envía pronto el hijo de nuestra Señora a casa. Y cuando tenían (según la doctrina de la Iglesia romana) el cuerpo del Señor en su mano, murmuraban: « Tú eres pan, y permanecerás pan.» En la mesa se burlaban de la Santa Cena. Cuanto más cerca de Roma, peores cristianos, y la moralidad de los sacerdotes se hallaba de tal manera pervertida, que un escritor católico (Nicolás Clémanges, muerto en 1440), dice que en muchos pueblos no admitían en sus iglesias a ningún sacerdote, si no traía consigo una concubina; pues solamente de este modo consideraban a sus propias mujeres protegidas contra las asechanzas de los clérigos. Así pudo Lutero conocer en este viaje la depravación reinante en la corte papal y el clero de aquella ciudad, y pudo también más adelante, como testigo ocular, dar testimonio contra ellos.

Pero este viaje le proporcionó una ventaja mayor y más preciosa. Sucede, algunas veces, que Dios bendice de una manera especial una palabra o una frase en el corazón de un hombre, haciendo que esta palabra o esta frase no le abandone hasta haber logrado su objeto en él. Lutero había sido grandemente conmovido antes de su viaje para Roma por la expresión: «El justo por su fe vivirá». (Habacuc, 2,4, y Rom. 1,7.) Esta expresión le acompañó en todo su viaje, aunque todavía no había conocido su verdadero sentido; porque siempre esperaba encontrar en Roma la luz que su corazón deseaba tanto. Allí hizo cuanto pudo para reconciliarse con Dios y hacer penitencia por sus pecados; subió de rodillas los peldaños de la escalera de Pilato, que dicen fué llevada de Jerusalén a Roma, esperando con esto ganar la indulgencia plenaria que el Papa había prometido a todos los que hacían tal obra. Pero mientras así se atormentaba, una voz como de trueno le gritaba sin cesar en su interior: «El justo por su fe vivirá.» Probó, pues, por su propia experiencia que tampoco en Roma podía ganar su propia justificación con obras exteriores.

Al regresar de su viaje, cayó enfermo en la ciudad de Bolonia; y tristes pensamientos le dominaban en el lecho del dolor. Entonces volvieron a iluminar su alma las palabras: «El justo por su fe vivirá», pero en aquel momento con toda la claridad de la verdad. Cayó ya la venda de sus ojos», conoció por vez primera en toda su plenitud que la justificación que él buscaba no es dada por Dios a causa de las obras, sino que nos es atribuida solamente por la fe, de gracia y por causa de Cristo. Aquí sentí yo —escribe él— que había nacido de nuevo, habiendo encontrado una puerta ancha y abierta para entrar en el Paraíso; y desde entonces comencé a mirar la Sagrada Escritura con otros ojos y de un modo enteramente diverso a las épocas anteriores. Así, en mi imaginación recorrí en un momento toda la Biblia, según me podía acordar de ella, recordando especialmente e interpretando los textos que se referían a la salvación por la fe. Y así como antes había llegado a aborrecer estas palabras, la justicia de Dios, con toda mi alma, ahora me parecían las más hermosas y consoladoras de toda la Biblia; y ese texto de la epístola de San Pablo fue, en verdad, la verdadera puerta del Paraíso para mí.

Habiendo regresado a Wittenberg, Lutero, en concurso público, se graduó de doctor en la Sagrada Escritura, según los consejos de su paternal amigo Staupitz, y también según el deseo del príncipe elector, el cual costeó los gastos de aquella solemnidad. Porque el príncipe, no sólo estaba pronto a hacer todo aquello que podía contribuir al esplendor de su requerida Universidad, sino que también sentía una verdadera inclinación personal hacia aquel predicador celoso y elocuente, que sacaba tantas cosas nuevas de las fuentes de las Sagradas Escrituras. Era el 19 de Octubre de 1512, cuando fue nombrado doctor bíblico y no de sentencias; debiendo por eso consagrarse más y más al estudio Bíblico, y no al de las tradiciones humanas. Como él mismo refiere, prestó el siguiente juramento a su bien amada y Santa Escritura: “juro defender la verdad evangélica con todas mis fuerzas”. Prometió predicarla fielmente, enseñarla con pureza, estudiarla toda su vida y defenderla de palabra y por escrito contra los falsos doctores, mientras Dios le ayudara (1). Muchas veces le sirvió de verdadero consuelo en su vida posterior recordar esta sacrosanta promesa, cuando la defensa de las verdades de la Escritura le llevó a grandes luchas con los papistas.

Desde entonces se Dedicó a estudiar con más celo que nunca el Libro santo; ya hacía tiempo que pronunciaba discursos y daba lecciones sobre los Salmos; después continuó sobre la Epístola a los Romanos; y presentaba las verdades bíblicas con tal claridad, precisión e interés a la numerosa concurrencia que le escuchaba, que producía gran impresión en sus almas, y llegó a perderse de día en día el gusto por las antiguas formas escolásticas, que no habían servido para dar vitalidad a la Iglesia; sí sólo para fomentar las tradiciones de los hombres en contra de la verdad divina.

El año 1516, y por encargo del Dr. Staupitz, tuvo Lutero que hacer una visita de inspección a todos los conventos de la orden de Agustinos, en Turingia y Meissen. ¡Cuánta ignorancia espiritual, cuán poca disciplina, y qué conducta tan poco evangélica encontró en la mayor parte de ellos! En vista de ello, hizo todo lo posible por fundar escuelas, recomendó en todas las partes la lectura asidua y diligente de la Sagrada Escritura, y que atemperasen todos su conducta a los ejemplos del Salvador.

De esta manera fué Dios preparando el instrumento para la Reforma. El Señor había puesto ya el sembrador en el campo, y en sus manos la buena semilla. El campo había estado por mucho tiempo sin cultivar, por eso la semilla encontró un suelo preparado. Iba a llegar pronto el día en que el hombre de Dios había de salir al campo. La Reforma iba a dar principio.

MARTÍN LUTERO

29 Nov

MARTÍN LUTERO

Su vida y su Obra

El Justo por su fe vivirá –Rom. 1:17

NACIMIENTO, INFANCIA Y JUVENTUD DE LUTERO

El 10 de Noviembre de 1483, a las once de la noche, en Eisleben dio a luz Margarita Ziegler, esposa de Juan Lutero, minero de Moehra, un niño que fue bautizado al día siguiente en la iglesia de San Pedro del mismo pueblo, y recibió el nombre de Martín. Nació el pequeño Martín en circunstancias especiales porque habían ido sus padres a Eisleben poco tiempo antes de que viniera al mundo tal hijo. La humilde casa en que nació, se ve aún hoy en Eisleben. Sobre la puerta hay un busto del Reformador, alrededor del cual se lee la inscrpción siguiente:

La palabra de Dios es la enseñanza de Lutero: por eso no perecerá jamás

Hoy se emplea dicha casa como escuela para los niños pobres de Eisleben; en ninguna parte mejor podía y debía establecerse un centro de enseñanza, que allí donde nació el que más tarde, con su reforma, había de dar tanto impulso a la ciencia, y especialmente a la pedagogía.

Cuando en este edificio tan sencillo, y en la hora silenciosa de la media noche, la pobre madre dió a luz aquella criatura, ¿quién hubiera pensado entonces que este niño, hijo de padres tan pobres, habría de libertar un día a más de la mitad del mundo, de las tinieblas en que estaba sumergido, y con el poder de la Palabra de Dios haría vacilar el trono de los papas? Pero éste es el camino ordinario de la Providencia: los principios y los instrumentos son muy humildes, pero el fin es glorioso. Dios, para hacer grandes cosas, se sirve generalmente de hombres humildes y de poca nombradía. El reformador de Suiza, Zuinglio, nació en la choza de un pastor de los Alpes; Melanchton, el teólogo de la Reforma, en la tienda de un armero, y Lutero en la choza de un minero pobre.

Su padre, que era natural de Moehra, pequeño pueblo de Turingia, trasladó, medio año después del nacimiento de Martín, su domicilio a Mansfeld, tres horas distante de Eisleben. Allí, en un hermoso valle donde serpentea el río Wipper, se deslizó también suavemente la infancia de Lutero; allí recibió la primera instrucción. Al principio, sus padres se encontraron en tal estado de pobreza que la madre recogía leña y la llevaba a las espaldas para venderla y poder ayudar al sostén de sus hijos. El pequeño Martín la acompañaba muchas veces, y ayudaba en esta humilde faena. Pero poco a poco mejoraron las circunstancias. Dios bendijo el trabajo del padre de manera que más tarde llegó a tomar en arriendo dos hornos de fundición en Mansfeld; y ya en 1491 le eligieron sus conciudadanos concejal del Ayuntamiento.

Hallándose Juan Lutero en esta posición más desahogada, tuvo ocasión de cultivar la amistad de los que entonces eran tenidos por sabios, los eclesiásticos y maestros, a quienes con frecuencia convidaba a su mesa, y con quienes conver saba sobre las cosas del saber humano. Tal vez estas conversaciones, oídas por Martín desde sus más tiernos años, excitaron en su corazón la ambición gloriosa de llegar algún día a ser un hombre docto.

Como personas piadosas, educaron los padres a Martín desde la niñez en el santo temor de Dios; usaban con él, al estilo de aquellos tiempos, de bastante severidad, en términos que le tenían muy amedrentado. El mismo dice: Mi padre me castigó un día de un modo tan violento, que huí de él, y no quise volver hasta que me trató con más benignidad. Y mi madre me pegó una vez por causa tan leve como una nuez, hasta hacer correr la sangre.

A pesar de esta severidad de sus padres, Lutero los tuvo siempre en la mayor estima porque sabía que habían procurado sólo su bien. Melachton dice de la madre de Lutero que era una, mujer a la cual todas las otras podían y debían tomar como ejemplo y dechado de virtud. Martín dedicó más tarde a su padre un libro sobre la ‘disciplina de los conventos’, y quiso perpetuar la memoria de sus padres poniendo sus nombres en el formulario de matrimonio bajo la fórmula: «Juan, ¿quieres tomar a Margarita por tu esposa legítima?», dando así un testimonio público de su amor filial. El padre murió el 29 de Mayo de 1530, y Lutero se entristeció mucho de su muerte. Estaba a la sazón ausente de Wittemberg en el Castillo de Coburgo, donde permaneció mientras se celebraba la dieta de Augsburgo; y su esposa Catalina le envió entonces, para consolarle, el retrato de su pequeña hijita, Magdalena, la cual murió pocos años después. Margarita no pudo sobrevivir mucho tiempo a la pérdida de su esposo. Un año después pasó ella también a la patria mejor. Su gran hijo estaba a la hora de su muerte también lejos de ella; trabajos importantes le impedían hacer un viaje largo para acudir al lado de su querida madre; pero no por eso olvidó sus deberes de hijo. Cuando tuvo noticia de la enfermedad de su madre y comprendió que seria la última, quiso consolarla por una carta, ya que no le era posible hacerlo de palabra.

Hemos querido insertar íntegra esta carta, que se ha conservado providencialmente entre sus obras, porque en ella se revelan los sentimientos de aquel hombre a quien sus adversarios pintan con los rasgos y colores de un monstruo.

Mi querida madre:

He recibido la carta de mi hermano Jacobo sobre vuestra enfermedad, y en verdad siento mucho no poder estar con vos personalmente, como son mis deseos. Dios, Padre de todo consuelo, os dé por su santa palabra y su Espíritu una fe firme, gozosa y agradecida, para que podáis vencer esta necesidad, como todas, con bendición, y gustar y experimentar que es mucha verdad lo que él mismo dice: “Confiad, porque yo he vencido al mundo.” Yo recomiendo vuestro cuerpo y alma a su misericordia. Amén. Piden por vos todos vuestros nietos y mi Catalina. Unos lloran, otros cuando están comiendo dicen: la abuela está muy enferma. La gracia de Dios sea con vos y con nosotros. Amén. El sábado después de la Ascensión, 1531. Vuestro querido hijo,

Doctor Martín Lutero.

Confiando firmemente en esta misericordia divina a cuyas manos el hijo lejano la había encomendado, partió de este mundo. El mismo pastor de Eisleben, que había oído de los desfallecidos labios de los padres de Lutero la confesión de su fe; que había dado la última bendición, tanto a Margarita como a su esposo difunto, escuchó también, quince años después como el Reformador moribundo “el querido hombre de Dios” invocaba por última vez el nombre del Señor.

Pero volvamos a la niñez de Lutero.

Cuando llegó a la edad en que debía empezar su instrucción, sus padres invocaron sobre él la bendición de Dios y le enviaron a la escuela. Tampoco allí encontró una disciplina suave ni atractiva. En más de una ocasión su maestro le castigó varias veces en un día, y cuando Lutero lo refiere añade: “Bueno es castigar a los niños, pero es lo principal amarlos”. Sin embargo, sus adelantos en la escuela eran grandes, y pronto aprendió los diez mandamientos, el credo, el padrenuestro, himnos, salmos, oraciones y lo demás que en aquellos tiempos se enseñaba en las escuelas.

El padre de Lutero quería hacer de él un hombre docto, de lo cual el talento singular y la aplicación extraordinaria del muchacho le permitían abrigar esperanzas muy fundadas. Así que cuando Martín cumplió once años su padre le envió a Magdeburgo, donde existía un famoso colegio. Allí empezó el Señor a preparar el espíritu de I.utero para la obra grande a que le tenía destinado. Joven, alegre y vivo, era al mismo tiempo dado a la piedad y a las prácticas religiosas, y frecuentaba con mucho interés, el año irgue permaneció en Magdeburgo, los sermones enérgicos que allí predicaba Andrés Proles, provincial de los agustinos, sobre la necesidad de reformar la religión y la Iglesia. Estos discursos fueron quizá los que sembraron en el ánimo de Lutero las primeras semillas de la idea de la Reforma. Después de haber estudiado allí un año, se trasladó, con el consentimiento de sus padres, a Eisenach, esperando que los parientes de su madre que allí moraban le ayudarían a su sostenimiento.

Los parientes en nada se cuidaron del adolescente; y como su padre era entonces todavía muy pobre, el joven Martín se vio obligado, según las costumbres de aquellos tiempos, a ganar su pan, en unión de otros pobres escolares cantando de puerta en puerta. Y más de una vez los pobres muchachos recibían, en lugar de dinero o pan, malas palabras y reproches. Pero una mujer piadosa y bastante rica, la esposa del ciudadano de Eiscnach, Conrado Cotta, había fijado su atención, ya hacia tiempo en Martín, y le recibió en su casa generosamente, prendada de la piedad que el joven mostraba en sus cantos y oraciones. Las crónicas de Eisenach la llaman la piadosa Sunamita, en recuerdo de la que en antiguos tiempos recogió en su casa al profeta Eliseo. Así pudo Martín dedicarse de lleno al estudio, sin que le distrajeran los cuidados de la vida, y lo hizo con tanta aplicación y celo, que realizó grandes progresos en todas las ciencias. Como la señora de Cotta amaba mucho la música, Martín aprendió a tocar la flauta y el laúd, y la acompañaba cantando con su bella voz de contralto.

Andando los tiempos, cuando un hijo de Conrado Cotta fué a estudiar a la Universidad de Wittemberg, siendo ya Lutero un doctor renombrado, éste le sentó a su mesa, acordándose y agradeciendo de esta manera lo que los padres del estudiante habían hecho con él en su juventud. Recordando muchas veces la caridad de aquella mujer, decía: “Nada hay más dulce en la tierra que el corazón de una mujer en que habita la piedad”. Y hablando sobre los jóvenes, que más tarde, en Alemania, buscaban su sostén de aquella manera, decía: “No despreciéis a los muchachos que piden cantando por las puertas panem propter Deum (pan por amor de Dios); yo también he hecho lo mismo: es verdad que más tarde me ha sostenido mi padre con mucho amor en la Universidad de Erfurt, manteniéndome con el sudor de su rostro; pero como quiera, yo he sido mendigo, y ahora, por medio de mi pluma, he llegado a tal situación, que no quisiera cambiar de fortuna con el mismo gran turco. Hay más: aun cuando amontonasen todos los bienes, no los tomaría a cambio de lo que tengo; pero no hubiera llegado al punto en que me hallo, si no hubiera ido a la escuela y hubiera aprendido a escribir.

En el año 1501, los padres de Martín le enviaron a la Universidad de Erfurt y costearon su carrera con el producto de su trabajo en Mansfeld. Aquí también se aplicó mucho a sus estudios; sus maestros le tenían en mucha estima, y pronto sobrepujó a la mayor parte de sus discípulos. Contaba entonces dieciocho años, y no solamente pensaba en el desarrollo de sus facultades, sino que tenía también muy presente a Aquel de quien viene la fuerza y la bendición para toda obra. Aunque era un joven alegre y jovial, siempre empezaba por las mañanas su trabajo con oraciones fervientes y asistiendo a la iglesia. Toda su vida llevó este refrán como lema: «Haber orado bien, adelanta en más de la mitad el trabajo de estudiar.»

Pero Dios tenía reservada una misión especial para aquel joven diligente y piadoso, y pronto empezó a prepararle para ella. El debía abrir al mundo el libro de los libros, la Sagrada Escritura, y el Señor le ayudó para que la conociera pronto. Debe tenerse en cuenta que en aquel tiempo la Biblia era un libro desconocido para el vulgo. Millones y millones de cristianos morían sin haber visto un ejemplar. Las causas eran varias. Apenas se había inventado la imprenta, y en su consecuencia, casi todos los libros eran todavía manuscritos, y el precio de ellos exorbitante. Una Biblia en aquella época costaba una suma casi equivalente a mil pesetas. Otra de las causas era que había muy pocas Biblias escritas en lengua vulgar; la mayor parte lo eran en hebreo, griego y latín. Y aun cuando algunas veces este libro se encontrase escrito en el idioma del país, los fieles, sin embargo, no podían leerlo, porque la Iglesia lo tenía prohibido. No querían los papas que el pobre pueblo, leyendo la Biblia se apercibiese de las enseñanzas erróneas con que se había desfigurado y obscurecido el Evangelio puro y sencillo de Cristo.

Así se comprenderá la alegría que inundó el corazón del joven estudiante, cuando un día revolviendo libros en la biblioteca de la Universidad de Erfurt, se encontró con una Biblia latina. Hasta entonces había creído que los Evangelios y las Epístolas que se leían todos los domingos y días festivos en la iglesia, constituían por sí solos toda la Sagrada Escritura. Ahora abre la Biblia y, ¡oh maravilla!, encuentra tantas páginas, tantos capítulos y libros enteros, de cuya existencia no tenía la más remota idea. Su espíritu se estremeció de placer; estrechó el libro contra su corazón, y con sentimientos que no se pueden imaginar, presa de una excitación indescriptible, lo leyó página por página.

Una de las primeras cosas que llamaron su atención fue la historia de Ana y del joven Samuel (1º Samuel). Su alma se inundó de placer cuando leyó que aquel niño fue dedicado al Señor por toda su vida; cuando saboreó todas las bellezas del cántico de Ana y vio cómo el joven Samuel creció y se educó en el templo ante los ojos de Dios. Toda esta historia inunda su alma de sentimientos hasta entonces desconocidos, cual un descubrimiento nuevo. Su deseo y oración continua era ésta: ¡Ojalá que Dios me deparase un día un libro tan precioso! Desde entonces frecuentó mucho más la biblioteca, para recrear su corazón con el tesoro que allí había encontrado.

¡Altos e inescrutables planes del Señor! Aquel libro, así escondido entre los demás de la biblioteca, fue el que más tarde, vertido por Lutero al alemán, había de formar la lectura cotidiana de todas clases de la sociedad alemana, y esparcir en aquel país y en todo el mundo la luz divina, encendida por Dios mediante los Sagrados escritores, y sacrílegamente ocultada por los llamados vicarios de Jesucristo y sucesores del apóstol Pedro.

Poco después contrajo una enfermedad grave y peligrosa, consecuencia de su asiduo trabajo. Ya había hecho testamento y encomendado su alma al Señor, cuando le visitó un viejo sacerdote, que le consoló con las siguientes palabras: Mi querido bachiller, cobra ánimo, porque no morirás de esta enfermedad. Nuestro Dios hará de ti todavía un hombre grande, que dará consuelo a muchísimas almas. Porque Dios pone de vez en cuando su santa cruz sobre los hombros de los que él ama y quiere preparar para su salvación; y si la llevan con paciencia, aprenderán mucho en esta escuela de la cruz, En efecto, Lutero recobró la salud; siguió sus estudios y se graduó en 1505 de doctor en filosofía. Según la voluntad de su padre, debía estudiar también la jurisprudencia.

Pero Dios lo había dispuesto de otro modo. La Biblia, el peligro en que la enfermedad le había puesto, y las palabras del viejo sacerdote habían hecho profunda mella en su corazón, y siempre tenía en la mente aquella antigua pregunta: “¿Qué es lo que debo hacer para ser salvo?” En aquellos tiempos la contestación a tal pregunta, era por lo general, la siguiente: E1 convento con sus oraciones, ayunos, vigilias y otras obras meritorias es el camino más seguro para el cielo. Así, Lutero abrigó por mucho tiempo el deseo de entrar en un convento, para satisfacer de esta manera la voz de su conciencia despierta.

Un día, volviendo de la casa paterna en ‘Mansfeld’ y en el camino, cerca del pueblo de Stotternheim, le sorprendió una tempestad, y un rayo cayó cerca de él, causándole tal impresión que fue aquel uno de los momentos más críticos y decisivos de su vida. Se volvió a Erfurt, agitada su imaginación con pensamientos y dudas acerca de la salvación de su alma.

Sólo un convento podía proporcionarle, según creía, la paz que anhelaba tanto. Su resolución era inquebrantable. Sin embargo, le costaba mucho romper los vínculos que le eran tan caros. A nadie había comunicado su propósito. Una noche convidó a sus amigos de la Universidad a una alegre y frugal cena, en la cual también la música contribuía al solaz de la reunión; era la despedida que Lutero hacia al mundo. Desde hoy en adelante ocuparían los frailes el lugar de aquellos amables compañeros de placer y trabajo; el silencio del claustro substituiría a aquellos entretenimientos alegres y espirituales; los graves tonos de la tranquila Iglesia reemplazarían a aquellos cantos festivos. Dios lo exige, y es preciso sacrificarlo todo por El.

Al fin de la reunión, Lutero, no pudiendo contener los pensamientos graves que ocupaban su alma, descubrió a los amigos atónitos su firme propósito. Estos procuraron disuadirle, pero inútilmente. En la misma noche, tal vez temiendo que otros intentasen detenerle, si supieran su propósito, sale de su cuarto, deja en él toda su ropa, todos sus libros queridos, y se guarda sólo a Virgilio y Plauto, porque no tenía todavía la Biblia; y sin consultar con su padre, en la noche del 17 de Julio de 1505, llama a la puerta del convento de los agustinos en Erfurt. (Su padre no le hubiera permitido ciertamente tal paso; y cuando fue sabedor, estuvo por algún tiempo muy disgustado con su hijo.) La puerta se abre y se cierra tras él, separándole de sus padres, de sus amigos, de todo el mundo; y la tétrica comunidad de los monjes le saluda como hermano. Lutero tenía entonces veintiún años y nueve meses.

Rubianus, uno de los amigos de Lutero en la Universidad de Erfurt, le escribía algún tiempo después “La Providencia divina pensaba en lo que debías ser algún día, cuando a tu regreso de ña casa paterna, el fuego del cielo te derribó, como a otro Pablo cerca de la ciudad de Erfurt, te separó de nuestra sociedad y te condujo a la secta de Agustín”.

Lutero debía conocer por propia experiencia lo que había de reformar más tarde; debía aprender además que las buenas obras no pueden dar al hombre la paz de su alma, sino que  el hombre es justificado por la fe en el Señor Jesucristo sin las obras de la ley. (Rom. 3,28)

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