No hay porque afanarse
A veces quisiéramos estar equivocados o bien, desearíamos que el médico se haya equivocado en el resultado del diagnóstico que acaba de darnos. Es verdad que en ocasiones se demuestra luego, que nuestra preocupación carecía de base. Pero no siempre ocurre esto. Me he dado cuenta de que los médicos, generalmente aciertan en sus predicciones cuando el mal del enfermo es irreversible. Pensamos: «Bueno, el médico es apenas un hombre, él no tiene la última palabra», sin darnos cuenta de que él no pretende sentenciar a la muerte a su paciente. Lo que ocurre es que él ve cuadros parecidos o casi iguales cada día. Se dan casos donde el médico le dice a su paciente o a familiares que éste no tiene más de un año de vida, y luego resulta que si no acierta, será porque el paciente muere con la diferencia de uno o dos días. Estamos acostumbrándonos a aceptar la “sentencia” del médico, por desagradable que sea.
¿Cuál es la preocupación nuestra? En mi calidad de pastor, si tuviera que reconocer el mal que sufre la “hermana” Iglesia Bíblica Misionera de Ñemby, diría que padece de un serio problema de “oracionitis colectiva”. Es decir, que a esta “paciente” le falta MÁS oración. Tal como ocurre con un paciente que debe tomar MÁS agua, ocurre con nuestra querida iglesia. Necesita recurrir con MÁS frecuencia y entusiasmo a la fuente del poder divino, la oración.
Ninguna iglesia podrá ir muy lejos si no corrige su vida de oración. La iglesia, junto con su pastor (pastores) tiene la obligación de penetrar profundamente en todas las áreas de la sociedad. Nunca lo haremos sin la ayuda del Señor.
Cuando no oramos, le decimos al Señor más o menos así: «Mira Señor, no necesitamos de tu ayuda, razón por la cual no concurrimos a los servicios de oración». «Bien», dice el Señor, «querida ‘hija’ Iglesia Bíblica Misionera de Ñemby, te dejaré tranquila y continuarás andando a los tumbos. Tendrás brillantes planes, acertados proyectos, tremendas oportunidades como las que tienes, pero de nada te servirá todo eso, porque sin mí no llegarás lejos». Nada nos une más al Señor y su poder que la oración. Cuando Él habló de la vid y los pámpanos dijo: “…porque separados de mí nada podéis hacer” (Jn. 15:5b).
En la Biblia podemos leer algunas biografías de quienes amaron al Señor tan intensamente que a veces oraban pidiéndole que les diera cierto territorio o ciertas personas porque de lo contrario preferirían la muerte. ¿Es tal la carga que sentimos por la cantidad de pecadores con quienes tenemos contacto, que es como que… no nos importa que se vayan al infierno?
Jorge Whitefield, el famoso evangelista inglés decía: «¡Oh, Señor, Señor, dame almas o toma mi alma!» El tan conocido Henry Martin (misionero), arrodillándose en las playas de coral de India, exclamó: «¡Déjame que arda aquí en el amor de Dios!» David Brainerd, misionero en América del Norte entre los pieles rojas, oraba: «¡Señor, a ti me doy… acéptame y sea tuyo para siempre! ¡No deseo más ni deseo menos!» Las últimas palabras escritas en su diario siete días antes de su muerte, fueron: «¡Oh ven, Señor Jesús, ven pronto, ven pronto!… Amén». Tomas Kempis, decía en su oración: «Dame lo que tú quieras, cuánto tú quieras y cuándo tú quieras. Llévame donde tú desees y haz conmigo siempre lo que te plazca». D.L. Moody oraba: «Úsame, mi Salvador, para el propósito que quieras y en el camino que estimes conveniente. Aquí delante de ti está mi pobre corazón como un vaso vacío. Llénalo con tu gracia». Martín Lutero oraba, justo en la noche anterior para presentarse ante el emperador Carlos V en la Dieta de Worms, y decía: «¡Dios, mi Dios, sostenme tú contra toda la sabiduría y razón humanas…! Oh, hazlo, que tú puedes. Señor, en ti espero… en ti confío… Tú eres verdadero… Tú eres eterno»
Hay una larga lista de hombres y mujeres de oración, pero lamentablemente son del pasado lejano.
No es necesario que oremos como oraron ellos. Solamente es necesario que cada domingo sepamos que para las 17:00 horas tenemos una cita con el Señor a nivel de Iglesia, y que él desea oír nuestras plegarias. Dejemos que Él haga lo que nosotros no podemos. Sí, es verdad que podemos acercarnos al templo y unirnos en oración, pero seguramente no podemos sanar a los enfermos de nuestra congregación, no podemos regenerar a nadie, ni siquiera a nuestros hijos, padres, cónyuge, etc. No podemos conmover el barrio donde vivimos, no podemos impedir que tanta gente (mayormente joven), muera en accidentes de motocicletas; no podemos proteger a nuestros hijos cuando se van a la escuela o a la universidad. No podemos impedir que envenenen sus mentes con tanto “entretenimiento demoníaco”, pero podemos orar por ellos y dejarle al Señor que haga lo que nosotros jamás lograremos.
Podemos ser cristianos, bíblicos, misioneros, fieles a la sana doctrina de Cristo y los apóstoles, pero si no se nos conoce como una IGLESIA DE ORACIÓN, el Señor puede sumirnos en verdadera perturbación: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias” (Fil. 4:6).
Pastor, J.A.Holowaty
Este mensaje fue enviado desde
www.radioiglesia.com
www.radioiglesia.cl
Comentarios recientes