La eficacia del mentiroso

8 Jul

La eficacia del mentiroso

El engaño es una cualidad tan ligada a nuestra condición humana como al resto de la naturaleza. Nosotros nos vestimos con ropas más anchas cuando queremos ocultar un michelín descarriado, nos maquillamos o nos ponemos tacones u hombreras cuando queremos ocultar ciertas imperfecciones de nuestra piel o aparentar un tamaño corporal mayor. Siempre un intento por engañar al otro. Y es que esta actividad de engañar está perfectamente definida en el diccionario como “inducir a alguien a tener por cierto lo que no lo es, valiéndose de palabras o de obras aparentes y fingidas” con la salvedad de que no solo “alguien” sino “algo” (un animal) puede ser el ser engañado.
En la naturaleza nos encontramos con esta condición, no solo entre los animales, sino también entre las plantas. Ya en otros apuntes tratábamos la perfección de la orquídea para asemejarse a su insecto polinizador y “robarle” cópulas en su propio beneficio. En otros casos, algunas especies animales mediante un mecanismo de mimetismo se hacen pasar por especies peligrosas cuando en realidad son organismos incapaces de producir el más mínimo daño. En todo caso, algo así como una usurpación de la identidad con el fin de engañar al otro. Lógicamente, la dinámica del sistema tiene que provocar una presión selectiva que tienda hacia la perfección del engaño en el individuo mentiroso y dotar de las máximas capacidades para discernir entre lo real y la mentira en el individuo engañado. Y es que en esta coevolución entre los organismos son muchas las variables que pueden entrar en juego resultando en un balance de costes y beneficios asociados al acierto o fracaso en la detección de la mentira tanto por parte del mentiroso como del receptor. De este modo, parece una buena estrategia mentir de vez en cuando, como haría un buen jugador de mus, marcando un farol en ciertas manos pero sin hacer uso continuado de la mentira, pues sin duda, este terminaría siendo pillado. Así, en sistemas de señalización, parece posible que la posibilidad del engaño y la veracidad alcance una situación de estabilidad (1).
Pero hay que continuar un poco más allá. Y es que a nuestro nivel, una de nuestras debilidades como mentirosos es que somos conscientes de esa mentira y, en la mayoría de los casos, nuestro cuerpo no es capaz de ocultar ese malestar. Son muchos los jugadores de cartas profesionales que utilizan gafas oscuras para ocultar sus ojos a sus oponentes. Y es que nosotros mismos, no al estilo de Pinocho, pero sí a través de nuestros ojos con su movimiento o el sudor de nuestras manos damos pistas de nuestra condición de mentirosos (en referencia a la eficacia de esto ver) o mediante pistas verbales, lo que nos convierte en presa fácil ante otros. Pero, ¿y si fuésemos capaces de ocultarnos a nosotros mismos nuestra mentira, creyéndonosla a pies juntillas? Así llegamos al autoengaño. Trivers argumenta que el autoengaño es un mecanismo seleccionado para hacer más útil el engaño. Desde luego, aún siendo peligroso por creernos algo irreal, mediante el autoengaño podemos mentir con una mayor capacidad de convicción. Cuando empecé a meditar sobre ello no pude parar de reflexionar sobre las religiones y el bombardeo de muchos aquellos que creen en un dios. Quizás, en ellos, el autoengaño también sea una buena herramienta para inducir esa corriente de opinión social. Desde luego, no deja de ser, al menos, curioso.
Por favor, lean este resumen de una conferencia de Trivers sobre el autoengaño y un experimento que se expone.

(1) Rowell et al. 2006. Why Animals Lie: How Dishonesty and Belief Can Coexist in a Signaling System. Am. Nat. 168: E180–E204.

En cursiva aparecen cambios posteriores a la primera publicación.

Artículo obtenido de:

http://cerebrodarwin.blogspot.com/2008/06/la-eficacia-del-mentiroso.html